DIALOGO CON EL BIOLOGO RICARDO GÜRTLER
Los actuales paradigmas de la epidemiología funcionan en forma interdisciplinaria con otros sectores del conocimiento, como la sociología y la antropología, ya que ven una epidemia como un fenómeno integral.
–Mire, no me quedaron ganas de hacer frases introductorias: prefiero sumergirme directamente en la ciencia: ¿usted es doctor en Biología, no es así?
–Doctor en Biología, investigador del Conicet, profesor asociado de la UBA y también profesor adjunto en la Universidad de Illinois (Estados Unidos) y director del laboratorio de Ecoepidemiología de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales.–¿Qué es la ecoepidemiología?
–Es un nuevo paradigma que surge aproximadamente hace 10 años y que intenta abordar los problemas relacionados con agentes infecciosos o enfermedades crónicas, tomando en cuenta la complejidad de los múltiples sistemas en los cuales participan los individuos, las poblaciones, las sociedades y considerando que esos sistemas interactúan en diferentes niveles, desde lo molecular hasta lo social y generan patrones de salud y enfermedad que hay que tomar en cuenta en esa complejidad para poder controlarlo.
–¿Por ejemplo?
–Bueno, hay varios. Desde la década del 80 se dice que en el mundo tenemos una emergencia de nuevas enfermedades. Hablamos de que es una etapa de enfermedades emergentes. Las más conocidas son el VIH, o el Ebola o el SARS, más recientemente. Ahora bien: todas estas enfermedades surgen dentro de un contexto.
–Y ese contexto no era habitualmente tomado en cuenta por la epidemiología digamos... clásica.
–O por lo menos en su etapa inicial, en la cual se hablaba de otros paradigmas basados por ejemplo en un agente infeccioso inmutable, sociedades inmutables o poblaciones inmutables.
–Que sabemos que no es así.
–Que sabemos que no es así. Lo que tenemos en esta nueva etapa son agentes infecciosos que mutan rápidamente, que por la globalización pasan rápidamente de un continente a otro, que se combinan con situaciones en las cuales hay otros patógenos que deprimen el sistema inmunológico o se encuentran con situaciones de desnutrición que a su vez dificultan la capacidad que tiene el individuo y el grupo social en combatir el patógeno. Y para entender este desarrollo hace falta apelar a cuestiones que van desde lo molecular a otras que son, digámoslo así, transdisciplinarias.
–Indisciplinadas.
–No. Hay que entender cómo se organiza la sociedad, como interactúan diferentes sociedades y sistemas económicos. No solamente biología o epidemiología sino sociología.
–¿Y qué hace específicamente su grupo? ¿Trabajan con sociólogos transdisciplinarios?
–Mi grupo trabaja fundamentalmente sobre la enfermedad de Chagas y más recientemente con el dengue. Hace dos o tres años empezamos con esta preocupación de interactuar en forma más cercana con sociólogos y estamos en este momento con un proyecto ligado al Gran Chaco, en Argentina, Bolivia y Paraguay que involucra sociólogos y antropólogos.
–¿Y en qué interviene, digamos, la antropología en su proyecto?
–Porque básicamente lo que ocurre en la enfermedad de Chagas no sólo tiene que ver con el insecto, sino con la actitud del ser humano frente al insecto, frente al tipo de vivienda, frente a su inserción en la sociedad. Actitudes que varían de una sociedad rural indígena a una sociedad criolla en la misma zona, porque las actitudes culturales son diferentes en estos problemas.
–¿Por ejemplo?
–Hay etnias indígenas que han considerado que la vinchuca era beneficiosa y de hecho en Bolivia hay descripciones que utilizaban a la vinchuca para curar determinado tipo de enfermedad, con lo cual se contaminaban con la vinchuca directamente. Hay casos, para nosotros muy difíciles de creer, en los que se utilizaba una vinchuca desmenuzada como parte de una poción para curar. En el Chaco boliviano, esas sociedades tienen altísima prevalencia del Chagas, del orden del 90 por ciento. Es difícil trabajar sobre el control del Chagas cuando en realidad la creencia local es que eso no es un organismo patógeno o adverso sino todo lo contrario.
–¿Y qué es lo que hacen, entonces?
–Tratamos de entender cuáles son esas creencias y esas prácticas, porque en muchos casos no están descriptas: los antropólogos no han llegado a vincular una cosa con la otra y los biólogos no nos hemos enterado tampoco.
–Pero una vez que saben esas cosas, ¿qué es lo que se puede hacer?
–El primer punto para mejorar la salud de una población es entender las creencias de población y a partir de ahí, en permanente diálogo, empezar a ver cuáles son las prácticas que ellos tienen que pueden facilitar o dificultar la transmisión de la enfermedad. Este es un proceso de diálogo, de construcción. Nosotros llevamos nuestras herramientas pero tenemos que ver si esas herramientas son útiles, si son funcionales dentro de esa cultura. A lo mejor ellos tienen herramientas útiles pero que no están debidamente utilizadas en el momento adecuado y nosotros podemos ayudar para que las aprovechen mejor. Hay cuestiones que tienen que ver con la construcción de la vivienda, tienen que ver con qué hacen frente a los insectos, si utilizan humo, si utilizan determinadas sustancias. Existe mucho conocimiento dentro de estas sociedades, que tiene que ver con sus prácticas, con lo que ellos conocen, con sus estrategias de defensa.
–Y me imagino que ustedes tendrán que adaptarse a esas condiciones.
–Claro. Son muy diferentes las estrategias de control que uno puede plantear de acuerdo a la población. Lo que está pasando en el Gran Chaco es el telón de fondo del gran cambio que existe, el cambio en la propiedad de la tierra, el cambio en el uso de la tierra desde la deforestación a la agricultura extensiva que impactan sobre todo tipo de enfermedades. En algún caso pueden ser favorecedoras y en otro no, pero lo importante es que son poblaciones desplazadas.
–¿Hacen trabajo de campo?
–Nosotros trabajamos en el campo, básicamente en Santiago del Estero, y estamos iniciando, en cooperación con la Fundación Lozano y otras instituciones de la Argentina, el programa provincial de Chagas y un trabajo en Pampa del Indio en el Chaco.
–O sea van allá.
–Sí, sí, nosotros nos relacionamos con las comunidades locales. No hay otra forma de trabajar. En el este de Santiago del Estero desarrollamos un trabajo durante más de 20 años.
–¿Qué consiguieron ahí?
–Un control sustentable de la vinchuca y la interrupción de la transmisión del Chagas. En la zona de trabajo, donde ininterrumpidamente trabajamos desde el año ’92 hasta la fecha, no ha habido casos nuevos de la enfermedad: la persona más joven que ha tenido Chagas está por encima de los 17 años de edad y eso para Santiago del Estero es un triunfo, sobre todo porque las condiciones son muy favorables para el insecto y porque las acciones de control oficial han sido generalmente irregulares, esporádicas, no sostenibles por cuestiones políticas o económicas o sencillamente por negligencia.
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