lunes, 31 de octubre de 2011

Cómo se salvó de la destrucción el municipio de Miniápolis

En el municipio de Miniápolis, que como todos sabemos queda lejos del mar, las controversias alrededor de la “ciencia nacional”, que tantos problemas habían causado y a tantos malentendidos habían conducido, siempre habían sido percibidas como en sordina, pero bastó con que un grupo posmoderno consiguiera ocasionalmente la intendencia (bien que por una ínfima minoría), para que todo se revitalizara, ya que el nuevo intendente, fiel a su ideología, proclamó la independencia de las leyes científicas frente a toda intromisión del estado nacional, y se dedicó a la no fácil tarea de modificarlas de tal modo que favorecieran a la población (en especial a sus votantes y a su comité de campaña, que había recibido generosos aportes de los empresarios de la construcción).

Por lo tanto, la primera en ser afectada fue la ley de gravedad, cuya potencia y efectividad se redujo a la cuarta parte. El efecto fue inmediato: las empresas constructoras, tomando en cuenta el nuevo ínfimo peso de los materiales (reducido a su cuarta parte), empezaron a levantar torres de cientos de pisos, impensables antes de la reforma, y que produjeron una inmediata reactivación económica. Pero si la Cámara de la Construcción estaba encantada, no ocurría lo mismo con los fabricantes de muebles, que se veían en figurillas para fabricar mesas y camas que quedaran fijas al piso y que no flotaran con la más leve brisa como si estuvieran hechas con madera balsa, y organizaron marchas de protesta, e incluso cortaron algunas calles importantes del municipio. Pero la oposición de la cámara de la construcción fue definitiva y la ley de gravedad quedó con su baja potencia, lo cual demostraba la postura posmoderna del intendente sobre que las leyes de la física eran solo cuestiones de poder, aunque se ofreció cierta compensación reduciendo el valor de pi a 2,1, con lo cual la superficie de los muebles exigía menos inversión en materiales y trabajo. Como los carpinteros no se quedaron del todo conformes, se desató una feroz represión, que dio con casi todos ellos en la cárcel.

Sin embargo, no eran éstos los únicos afectados: los automóviles, ahora muy pero muy livianos, tendieron a levantarse del suelo y volar, elevados por la corriente de aire que generaban; aunque en este caso la respuesta fue simple: se invirtieron las leyes de la aerodinámica, y los automóviles se pegaron al piso, pero los aviones se caían. El gobierno no consiguió imponer leyes diferenciales para autos y aviones, porque la naturaleza, aun en ese estado de desorden, se negaba a distinguirlos, por lo que se optó por suspender todos los vuelos, con lo cual Miniápolis quedó aislada, ya que los aviones que cruzaban los límites del municipio se estrellaban y los transportes terrestres, apenas pasaban el cartel de bienvenida, volaban por los aires.

Pareció que se correría peligro de desabastecimiento, pero el intendente no se arredró: suprimió por decreto de necesidad y urgencia los dos principios de la termodinámica, a partir de lo cual empezaron a florecer las máquinas de movimiento continuo, capaces de extraer energía de la nada; lo cual desquició el sistema económico, ya que los bienes fluían sin costo energético alguno, y se acumulaban en pirámides enormes (gracias a la baja gravedad): era imposible exportarlas, ya que, obviamente, no funcionaban fuera de Miniápolis, y además, generaban calor, que se acumulaba en los límites del municipio sin posibilidades de disiparse más allá de sus límites, y empezaban a afectar seriamente al clima.

Pero nadie se preocupó mucho, porque la energía gratis (que había logrado el ostensible milagro de que algunos commodities tuvieran precio negativo, es decir, que cualquier comprador al llevarse un artículo recibiera dinero en vez de entregarlo), llevó a la prosperidad hasta tal punto de saturación que pronto, mientras las máquinas de movimiento continuo producían energía de la nada, y otras máquinas, diseñadas adaptando las leyes naturales a los diversos productos, se encargaban de producir todo lo que se necesitaba, los ciudadanos de Miniápolis se dieran cuenta de que no tenían nada que hacer y como era de esperar, se volcaron en su totalidad al ocio recreativo.

Lo cual llevó al crecimiento desmesurado de las prácticas deportivas: que no resultaron fáciles, por cierto, porque era tal el caos en las leyes de la naturaleza, que las pelotas doblaban en ángulos rectos, o seguían trayectorias completamente arbitrarias. Los diferentes clubes exigieron leyes apropiadas para cada deporte. Cada vez se hacía más obvio que un solo juego de leyes para todo el municipio no bastaba, y así fue que mediante un coup de force, el intendente fue derrocado y sustituido por una comisión que proclamó la independencia científica de los barrios, con lo cual cada uno de ellos ajustó las leyes de la óptica para que los locales pudieran ver a los visitantes, pero no a la inversa, y para que las trayectorias que describían las pelotas fueran tales que siempre entraran en el arco contrario, con lo cual el resultado de los partidos se conocía de antemano (cualquier físico podía predecirlo con absoluta exactitud), con lo cual el deporte perdió todo interés. Pero además, algunos barrios modificaron las leyes de la evolución, imponiendo el adaptacionismo lamarckiano (y adelantando sus tiempos), y así algunos ciudadanos empezaron a desarrollar incipientes alas, que crecían y crecían con el esfuerzo. Pero aun antes de que se elevara la primera bandada barrial, un grupo extremista (que no en vano provenía del barrio llamado Saint Honoré) logró imponer a un intendente que abolió lisa y llanamente todas las leyes de la naturaleza, y las sustituyó por el relato subjetivo de cada uno. El floreciente municipio se convirtió en un conglomerado de autismos, que vivían en un universo interno y totalmente objetivo, donde todo, desde las partículas elementales hasta las heladeras, funcionaba al compás de los caprichos mentales. Pareció que Miniápolis había alcanzado un estado eternamente estable, en el que nadie se movía, sino que se limitaba a pensar un mundo totalmente desconectado del de los demás, y que esa situación seguiría así para siempre.

Pero nadie recordaba, en medio del caos natural, a los carpinteros, encerrados en hórridas mazmorras: ansiosos de vengarse de los vejámenes recibidos, planificaron una acción audaz y concertada: modificaron la constante cosmológica de tal manera que, instantáneamente, el universo dejó de expandirse y empezó a contraerse de forma velocísima, amenazando a Miniápolis con hundirse en cuestión de pocas semanas en un Big Crunch y quizás en un agujero negro. Fue entonces cuando el gobierno nacional, advertido por un grupo de cosmólogos, a través del Ministerio de Ciencias ocupó el municipio, restableció las leyes naturales, liberó a los carpinteros y salvó a Miniápolis (y posiblemente al Universo entero) de la destrucción.

jueves, 27 de octubre de 2011

La difícil tarea de predecir el clima

 DIALOGO CON CAROLINA VERA, DIRECTORA DEL CENTRO DE INVESTIGACIONES DEL MAR Y LA ATMOSFERA


El jinete hipotético se fue a dar una vuelta por el Océano Pacífico para ver el fenómeno de El Niño. Vio y cabalgó nubes y comprobó que todavía no les tienen demasiado miedo a los meteorólogos.

–Usted es doctora en ciencias de la atmósfera e investigadora del Conicet. Cuénteme qué hace.
–Estamos trabajando muy activamente para lo que se conoce como servicios climáticos. Todo el mundo sabe lo que es el servicio meteorológico: una información sobre cómo está el clima hoy, un pronóstico sobre cómo va a estar mañana, etc. Servicios climáticos quiere decir la posibilidad de tener centros que le den información climática a la sociedad en general y a ciertos grupos particulares, que permitan tomar decisiones con meses de anticipación. Todos llaman acá en noviembre para preguntar cómo va a ser el próximo verano, por ejemplo, a lo que tenemos que responder que no sabemos bien porque no hay herramientas de predicción todavía lo suficientemente desarrolladas. Pero eso fue hasta ahora. En el año 2009, Organización Meteorológica Mundial se dio cuenta de que era un desafío que ya no se podía esquivar y que había que abordar el problema.
–¿Y entonces?
–Bueno, los servicios meteorológicos no pueden hacerlo por su cuenta, porque se requiere una investigación y un conocimiento del clima que todavía sigue anclado en el sector académico y científico. Y ahí entramos nosotros, porque acá en el CIMA (Centro de Investigaciones del Mar y la Atmósfera) tenemos investigaciones desde hace varios años sobre cuestiones climáticas. Tenemos líneas de investigación, de hecho, que apuntan a generar estos pronósticos. Desde este año hemos empezado una colaboración con el Servicio Meteorológico Nacional para generar estos productos.
–¿Cómo se puede pronosticar con tanta antelación?
–El clima varía a lo largo de los meses por distintos forzantes (llamémoslos así).
–Se ve que usted no es cordobesa.
–No, no lo soy, ¿pero por qué?
–Porque hubiera dicho “los llamemos así”. ¿Cuáles son los forzantes?
–Uno, el más conocido, es la influencia que el océano tropical le da a la atmósfera. El fenómeno de El Niño es el ejemplo más concreto. El Pacífico Ecuatorial, el océano más grande del mundo, tiene las aguas más calientes: con más de 28 grados, es una verdadera hornalla para la atmósfera. Ese calor que transfiere el océano genera mucha nube convectiva que altera la circulación. Si por algún motivo eso cambia, como por ejemplo con el fenómeno de El Niño, que se expande hacia el Pacífico Central, vuelve a alterar la circulación y en nuestro caso, en el sudeste de Sudamérica, llueve más de lo normal. Una manera de predecir el clima con meses de anticipación, por ejemplo, es prestarle atención al Niño.
–¿El Niño qué es?
–Es una fase de una oscilación que se da en el clima del Pacífico Ecuatorial. Ese clima está oscilando entre dos estados: uno normal, en el cual las aguas están más calientes en la porción oeste, más cercana al sudeste de Asia, y la otra fase (la de El Niño) en la cual las aguas más calientes se expanden hacia el Pacífico Central.
–En el lado de Ecuador...
–No, en el medio del Pacífico. En el lado de Ecuador, cuando eso ocurre, también sube la temperatura del mar. Pero ahí el agua es siempre muy fría, entonces que suba de 15 a 20 grados a la atmósfera no le modifica mucho. Pero en el medio del Pacífico, que suba de 25 a 28 o 29 grados, sí, porque ahí es donde va a empezar a llover más. Cuando estas nubes convectivas, en el proceso de condensación, liberan calor, están liberando una gran cantidad de energía en la atmósfera, que genera ondas y altera la circulación hasta las zonas polares. Se ha medido que la temperatura global en un año posterior al Niño puede aumentar varios grados, como producto de ese episodio. Históricamente, ésa es una fuente para la predicción. La pregunta, entonces, es qué pasa cuando no hay Niño. Y, también, cómo puedo pronosticar cuantitativamente la influencia del Niño sobre Argentina. Ahí una fuente es el Océano Ecuatorial. Se han de-sarrollado modelos globales donde se reproduce el océano y la atmósfera. Con esos modelos, se puede pronosticar de acá a un año un Niño y las influencias de ese Niño sobre una región como Argentina. Pero esos modelos globales son muy gruesos. Nosotros acá en el CIMA no tenemos la capacidad para tener esos modelos globales, pero sí para regionalizar y corregir esa información. Entonces, no- sotros, con las metodologías que estamos desarrollando, hemos logrado mejorar predicciones climáticas (que se hacen con dos o tres meses de anticipación de la precipitación) con estas técnicas estadísticas que hacemos, basadas en el conocimiento del clima regional.
–¿Qué tipo de precisión tienen las predicciones?
–Antes no había nada de calidad. Se suponía que la atmósfera era caótica y que del momento presente a cinco o diez días no podía saberse nada. Pero eso es si uno observa la atmósfera sola. Con el océano, uno puede aumentar la calidad de los pronósticos notablemente. Con un Niño, se puede pronosticar con muy buena calidad con unos seis meses de anticipación. Pero luego la influencia del Niño en un lugar como Argentina es difícil de medir cuantitativamente. Que va a llover más en una primavera con el Niño es una predicción cualitativamente buena. Pero cuantitativamente la calidad de los pronósticos no es muy buena, aunque se está avanzando.
–¿Pero ya pueden tomarse decisiones de siembra, por ejemplo, en base a los pronósticos?
–Ese es nuestro desafío. En los años Niño, el pronóstico va a tener una calidad alta. El verano del año ’98, por ejemplo, llovió dos veces más que lo normal. Con nuestro modelo, pronosticamos que iba a llover tres veces más que lo normal, con lo cual no estuvimos tan mal. Pero el tema no son los años Niño, sino los otros.
–Alguien me dijo alguna vez que la atmósfera no tiene memoria. Pero que el suelo sí la tiene.
–Ahí viene otra parte. En los océanos nosotros tenemos mucha fuente de memoria. Hay otros dos océanos que a nosotros nos influyen. Uno es el Indico Ecuatorial: si se producen cambios allí, tienen influencia en Sudamérica a través de trenes de ondas en la atmósfera. Eso se desarrolla en escala de meses. Tenemos ese conocimiento de las investigaciones climáticas, pero los modelos de predicción todavía no ven muy bien este forzante del Indico. En cambio, están bien calibrados para medir lo del Pacífico. Ahora nosotros estamos generando herramientas regionales para poder incorporar la información del Indico en modelos estadísticos.
–Pero los modelos estadísticos suponen que las cosas no varían...
–Sí, es cierto, pero piense que estamos avanzando en los conocimientos sobre un terreno en el que no hay prácticamente nada de desarrollo.

lunes, 24 de octubre de 2011

Caminito de los dinosaurios (tango)

Los dinosaurios (palabra que significa animal grande) evolucionaron hace doscientos millones de años y conformaron las especies dominantes en el planeta. Hace sesenta y cinco millones de anos se extinguieron, sin que todavía esté clara la razón, aunque los científicos se inclinan a pensar que fue el choque de un meteorito gigante contra la Tierra, que levantó enormes nubes de polvo y produjo una catástrofe planetaria. La extinción de los dinosaurios dejó un nicho ecológico vacío y permitió el desarrollo y la multiplicación de los mamíferos. En este tango, sospechosamente parecido al de Juan de Dios Filiberto, un mamífero primitivo, que comparte la hipótesis del choque (aunque confunde al metorito con un comenta)  se despide del último dinosaurio que queda sobre la tierra y que está a punto de extinguirse, feliz de tener ahora más posibilidades, aunque plenamente consciente de que a él, también, le tocará su turno.


Dinosaurio que vas a extinguirte
que altivo ocupabas la tierra y el mar
he venido a decirte esta vez
que tu especie no da para más.

Una nube ha cubierto el planeta
y tú dependías del brillo del sol
una sombra muy pronto serás
en la senda de la evolución.


Ahora que te vas
viviré mejor
seguiré los pasos
de la evolución

Gracias al cometa
me libré de vos
me voy al futuro
dinosaurio, adiós.


Te aguanté cien millones de años
la mano del tiempo tu especie extinguió
y aunque un día también yo me iré
ahora vengo a burlarme de vos

Imagino orgullosos humanos
juntando tus huesos con gran devoción
cuando junten los míos también
volveremos a vernos los dos




Ahora que te vas
viviré mejor
me voy al futuro
dinosaurio, adiós.

Gracias al cometa
me libré de vos
me voy por la senda
de la evolución.

jueves, 20 de octubre de 2011

Es extraña capacidad de hablar

  DIALOGO CON MARIA PEROT, LICENCIADA EN FILOSOFIA, INVESTIGADORA DEL LENGUAJE, BECARIA DEL MINCYT

 Desde Platón se discute si el lenguaje es una capacidad innata, propia de la naturaleza humana, o una habilidad que aprendemos. El Jinete Hipotético trata de orientarse en esta difícil cuestión.

–Vamos a hablar sobre el lenguaje.
–De acuerdo. Yo estoy trabajando sobre el innatismo y el empirismo en las teorías del lenguaje.
–Sobre eso hay toda una controversia, ¿no? –Sí, claro. Es una controversia de larguísima data. La cuestión del innatismo en términos generales se ve desde Platón, que se preguntaba cuánto del lenguaje que tenemos nos viene por naturaleza y cuánto adquirimos por experiencia.
–Hay una cosa que seguro que viene con nosotros: la posibilidad de hablar y de adquirir un lenguaje. –Yo creo que sí. Pero eso está sujeto a un gran debate. Es el primer problema acerca del lenguaje, lo que Chomsky llama “el problema de Platón”. Toda la vertiente constructivista desde Piaget piensa que hay muy poquito que viene de nosotros en la cuestión del lenguaje. La controversia se revitalizó con Chomsky, en un debate que tuvo con Piaget a mediados del siglo pasado. Justamente la cuestión era cuánto del lenguaje tenía que ver con una propiedad privativa de nuestra especie y cuánto dependía de otros factores. Piaget era, como se sabe, mucho más constructivista: creía que el lenguaje era uno más entre otros tantos aprendizajes. Así como aprendemos a escribir o a andar en bicicleta, aprendemos el lenguaje. Son conocimientos que se construyen.
–Pero se construyen sobre alguna base material, si no es imposible... –Sí, pero la manera de aprender depende de mecanismos que son generales, no específicos, y que sirven para aprender múltiples tipos de conocimiento. El innatismo de Chomsky lo que pone en cuestión es un modo particular de aprendizaje, propio del lenguaje. Así como hay especies animales que tienen mecanismos muy específicos para orientarse respecto del sol, los seres humanos venimos equipados con una capacidad innata para el lenguaje tal como lo conocemos y lo utilizamos nosotros. Y que no poseen otros animales
–No sabemos... Hay lenguajes como el de las abejas... –Ese es un ejemplo. Pero del “lenguaje” de las abejas lo que se sabe es que la combinación es limitada. Lo que tiene de peculiar nuestro lenguaje, según Chomsky, es lo que se podría llamar “productividad” o “infinitud discreta”. La idea es que tenemos una cantidad limitada de elementos léxicos, pero que pueden ser combinados para dar lugar a infinitas estructuras.
–Eso no es verdad, a menos que admitamos longitudes infinitas de oraciones. Si no, es finito... –Es cierto, pero Chomsky habla de potencialidad infinita. El punto es que hay dos grandes problemas: uno es el de la pobreza del estímulo. Comparado a los pocos estímulos que recibimos, tenemos un de-senvolvimiento lingüístico que va mucho más allá de nuestra experiencia. Pensemos en un chico que está aprendiendo el lenguaje: frente a una experiencia muy fragmentaria, aprende una gramática complejísima que le va a permitir formar oraciones gramaticales en esa lengua. Pensemos que un chico de 2 años habla bastante bien y todavía tiene problemas para manejar los cubiertos, lo cual es bastante sorprendente si se tiene en cuenta que la gramática es algo trabajoso.
–¿Por qué sorprendente? –Fíjese lo difícil que es aprender un segundo lenguaje. Hay bastante evidencia empírica, como por ejemplo que los monos no aprenden un lenguaje al estilo humano si se les pretende enseñar, que indicaría que Chomsky está en lo cierto al suponer que lo que no es provisto por los estímulos externos tiene que venir del diseño interior de los seres humanos. Es gracias a nuestra naturaleza que podemos aprender la gramática de los lenguajes naturales.
–Eso en cuanto al primer problema. ¿Hay un segundo? –Es el que se denomina “problema de Descartes”. Nosotros estamos frente a un entorno determinado y no nos sentimos obligados a proferir una oración particular. El lenguaje es totalmente libre. En la producción del lenguaje tenemos independencia del entorno.
–¿Por qué se llama “problema de Descartes”? –No recuerdo bien el argumento, pero creo que tiene que ver con esta capacidad de los seres humanos de no ser máquinas, de no responder maquínicamente a los estímulos. Pensemos: una abeja, cuando tiene que comunicarle a otra abeja dónde está la miel, es totalmente dependiente del entorno en que se desenvuelve para poder producir su lenguaje.
–Y no va a mentir. –Claro. Yo creo que estos dos problemas, el de Platón y el de Descartes, son fundamentales a la hora de ponerse a explicar el lenguaje. Ese es el desafío del innatismo chomskyano. Pero están quienes lo niegan, como le decía, y se inscriben en un paradigma más piagetiano, que piensa que en realidad el lenguaje es una habilidad que tenemos los seres humanos que se construye a través de un múltiple ensamblaje de elementos. Yo lo que creo es que ambos enfoques son conciliables, que no son incompatibles como muchas veces se considera. Creo que Chomsky tiene razón en cuanto a la gramática: la adquisición de la gramática no me parece que sea posible de explicar en términos empíricos o constructivistas. Ahí hay algo que tiene que venir con nosotros. Sin embargo, en todo lo que tiene que ver con la adquisición del léxico tiene que haber adquisición de otro tipo, más constructivista.
–De hecho, todos los lenguajes que se hablan tienen una raíz común y entonces deberían tener una gramática común. –Eso debería ser comprobado. Sobre los orígenes del lenguaje hay una gran polémica. Chomsky, por ejemplo, no cree que el lenguaje le haya dado al hombre una ventaja evolutiva con respecto a las otras especies. Hay otra tradición que piensa que el lenguaje es muy adaptacionista. Yo soy más adaptacionista. Lo que dice Chomsky, en realidad, es que el hecho de que el lenguaje haya sobrevivido no tiene que ver con que constituya una ventaja adaptativa o con que funcione como una poderosa herramienta de comunicación. Según él, posiblemente el “lenguaje” de las abejas sea tan adaptativo como el nuestro. Yo creo que estas propiedades universales del lenguaje, que nos sirven para transmitir información fundamental para conservar la vida, son una enorme ventaja adaptativa. Una de las cosas que me resulta interesante es que así como estudiamos al cuerpo como un conjunto de órganos y sistemas, podríamos pensar a la mente como un conjunto de órganos mentales que se de- sarrollan con un estímulo bastante pobre. Eso es lo que piensa Chomsky. Si uno sostiene que el lenguaje es una especie de órgano, como lo hace Chomsky, lo coherente sería ser evolucionista.
–¿Y sobre el origen del lenguaje qué sabemos? ¿Los homínidos hablaban? Nada puede haber aparecido por una sola mutación. Eso sería muy antidarwiniano. –Pero ahora se está disputando mucho la interpretación de Darwin. Fodor, por ejemplo, es muy antidarwiniano y publicó hace poco un libro que trata de defender que el darwinismo adaptacionista no ofrece una solución del todo coherente acerca de por qué tenemos las características que tenemos. Para él hay cosas que se están dejando de lado que son inconsistentes con la teoría de Darwin.
–¿Por ejemplo? –Este es un estadío incipiente de mi investigación, le aclaro. El encontró como ejemplo el siguiente: quisieron presionar sobre el rasgo de la docilidad de los lobos. El experimento, obviamente, consistió en hacer que se reprodujeran los lobos más dóciles hasta que llegaron a un lobo verdaderamente dócil. Este lobo, resultó ser, tenía las orejas para abajo y la cola enrulada. Lo que dice Fodor es que en realidad el medio puede ofrecer cierta presión, pero que son propiedades intrínsecas al individuo las que determinan en gran medida ciertas características que tenemos.
–Claro, el medio presiona, pero presiona sobre algo... –Y ese algo pone restricciones. Y para él “ese algo” es tanto o más importante que las restricciones que puede imponer el medio. Hay una discusión interesante sobre si un chancho podría o le convendría tener alas. Y la conclusión, aproximadamente, es que la naturaleza no selecciona rasgos específicos sino manojos de rasgos; o sea que tener alas es adaptativo si viene acompañado de cierta agilidad, poco peso, etcétera. Ese tipo de restricciones son las que señala Fodor: hay restricciones que tienen que ver con leyes físicas, moleculares...
–Lo que usted sostiene, entonces, es que hay una conciliación entre innatismo y empirismo. –Yo lo que hago es una especie de psicología teórica. No hago experimentos, sino que trato de revisar los argumentos que hay a favor de una y otra teoría y demostrar que es posible conciliarlos si se los utiliza para explicar diferentes aspectos del lenguaje.
–Parece razonable... –O sea, para que quede claro: no me ocupo de investigar los orígenes históricos del lenguaje sino los orígenes, por decirlo de alguna manera, psicológicos: el modo en que un niño hoy aprende el lenguaje, una gramática y un léxico.

lunes, 17 de octubre de 2011

Una idea genial


En la historia de la ciencia hay algunas ideas geniales que impresionan por su sencillez y su estructura perfectamente límpida, que permitieron conseguir resultados que todavía hoy nos sorprenden. Por ejemplo, la medición de la circunferencia de la Tierra por Eratóstenes (276-174 a.C.), en el siglo III antes de nuestra era. Eratóstenes, que era bibliotecario del Museo y Biblioteca de Alejandría, se enteró de que en la ciudad de Siena, al sur de Egipto, durante el solsticio de verano, una varilla clavada en el cielo no proyectaba sombra alguna, mientras que en su ciudad sí lo hacía. Inmediatamente atribuyó esta diferencia a la curvatura de la Tierra y, mediante un ingenioso sistema, midió la distancia entre Alejandría y Siena, y teniendo en cuenta que la sombra de la varilla en Alejandría formaba un ángulo de siete grados, calculó a qué longitud debía corresponder un ángulo de 360 grados: el resultado le dio unos cuarenta mil kilómetros, cifra muy aproximada a la actual, obtenida mediante sofisticados satélites. Justamente lo que impresiona de Eratóstenes es lo simple de su razonamiento, y lo simple, también, de los elementos que usó: una varilla clavada en el suelo, un instrumento para medir el ángulo de la sombra y una caravana de camellos que le sirvieron para calcular la distancia desde Alejandría a Siena.
El resultado muestra, de paso, que no sólo la esfericidad de la Tierra era conocida desde la Antigüedad sino que se tenía una idea aproximada de su tamaño (aunque la medición de Eratóstenes fue modificada por Tolomeo, que obtuvo un valor más bajo y más apartado del real). La leyenda, pues, de que Colón defendía la esfericidad de la Tierra ante un puñado de ignorantes que pensaban que era plana es absolutamente falsa: quienes se opusieron a Colón no discutían la forma de la Tierra sino su tamaño. Otra idea sensacional, en la misma cuerda, fue la de que por primera vez permitió medir la velocidad de la luz.
Y así fue. La velocidad de la luz había sido tema de controversia desde la Antigüedad, aunque muchos filósofos naturales se inclinaban por la idea de que no era infinita, arguyendo diversas premisas filosóficas. Muchos intuyeron, también, que debía ser extraordinariamente grande, pero las opiniones sobre la luz estaban borroneadas por la teoría de la visión imperante, que sostenía que el ojo emitía rayos que alcanzaban a las cosas y permitían ver, mezclándose o no, según los autores, con la luz externa del Sol (Platón sostenía más o menos algo así). De todos modos, la posición era puramente especulativa.
Fue recién durante la Revolución Científica cuando la luz, como todo lo demás, pasó a ser tratada como una “cosa” cuyas propiedades se podían investigar y medir. Galileo intentó hacerlo: colocó a dos observadores provistos de sendas linternas sordas a una cierta distancia (1,6 kilómetro). La idea era la siguiente: uno de ellos destapaba su linterna y enviaba un pulso de luz al segundo observador que, al verlo, hacía lo propio: descubría su linterna y devolvía la señal al primer observador; el retraso en recibir el pulso mostraría el tiempo que tardaba la luz en recorrer el camino de ida y vuelta entre ambos.
Efectivamente, el primer observador recibió el pulso de luz de su compañero con un cierto retraso, pero cuando Galileo repitió el experimento, duplicando la distancia entre los dos observadores... ¡el retraso fue exactamente el mismo! Obviamente, algo andaba mal, y el experimento no servía: Galileo concluyó que la velocidad de la luz tenía que ser muy alta para poder observarse mediante ese método, y que el retraso se debía tan sólo al tiempo de reacción que tomaba al segundo observador descubrir su linterna.
Si la velocidad de la luz era muy grande (o infinita, como había sugerido Descartes), era un problema que no se podía resolver por métodos terrestres. Y allí fue donde entró en acción Olaf Roemer (1644-1710), un astrónomo danés que estaba a la sazón estudiando y elaborando tablas sobre los satélites de Júpiter, descubiertos por Galileo, con el telescopio también perfeccionado por Galileo (nótese que es la tercera vez que aparece el nombre de Galileo vinculado con un hecho importante de la historia de la ciencia).
Ocurre que la Tierra, en su movimiento anual, describe una órbita alrededor del Sol, que a veces la acerca un poquito a Júpiter, que se mueve muchísimo más lentamente, y seis meses después, cuando está en el extremo opuesto de su recorrido, la hace estar algo más lejos.
Y bueno, resulta que, en 1676, Roemer, mientras elaboraba sus tablas, observó que los eclipses de los satélites de Júpiter (es decir, cuando los satélites se ocultan detrás del planeta) cuando la Tierra, en su órbita, estaba “del otro lado de Júpiter”, se producían con cierto retraso con relación a cuando la Tierra “estaba del lado de Júpiter”. Y ahí fue cuando hizo “click” y se le ocurrió que el retraso se debía al tiempo que la luz tardaba en atravesar la órbita de la Tierra: conociendo el tamaño de ésta y mediante un cálculo muy simple se podía obtener la velocidad de la luz, que Roemer estimó en alrededor de 220 mil kilómetros por segundo, una aproximación extraordinaria para la época (el valor aceptado hoy es de 299.792,458 kilómetros).
La hazaña de Roemer es impresionante; pero lo es, en especial, por lo simple de la idea, por lo sencillo de su realización, usando aparatos bastante primitivos (el telescopio que usaba, en relación con los actuales, guarda una distancia parecida a la de los camellos de Eratóstenes con relación al GPS), por el hecho de haber deducido de un fenómeno, que aparentemente no tenía nada que ver con eso, el valor de lo que, andando el tiempo, se llamaría “c” (letra que se usa para designar la velocidad de la luz) y se transformaría en una de las constantes claves y centrales de la naturaleza.
Una idea genial, nomás.

jueves, 13 de octubre de 2011

"Vivimos un momento muy particular"

 DIALOGO CON JOSE EDUARDO WESFREID, DOCTOR EN FISICA, UNO DE LOS GANADORES DEL PREMIO RAICES

 El Jinete Hipotético desconfía de los premios literarios, pero siempre está atento a los premios científicos, sobre todo cuando se trata de reconocer a los que siguieron colaborando a pesar de haberse ido.

–Bueno, a ver, no sé cómo empezar.
–Pregúnteme qué hago.
–Bueno. ¿Qué hace? –Hago física experimental desde el punto de vista de la investigación básica, pero también con mucho contacto con la innovación tecnológica, las empresas y las industrias. Esto nos trae problemas que hay que despejar para ver cuáles son los verdaderos intereses para la física, y a su vez nos da la posibilidad de ver qué temas de física fundamental pueden tener relevancia para una posterior aplicación tecnológica. A mí me gusta estar con un pie en la física fundamental y otro en la experimental.
–Y ahora recibió el premio Raíces. –Bueno... sí, recibí ese premio y estoy muy contento. Somos once personas que lo recibieron. Según yo lo entendí, es un premio a la “diáspora” científica argentina que ha contribuido en la cooperación con nuestro país; es decir, a los argentinos que estamos en el exterior que hemos participado en la actividad científica de la Argentina. Yo creo que vivimos un momento muy particular, muy positivo, de la ciencia en nuestro país. Todos reconocemos muy fuertemente la formación que hemos recibido en la universidad...
–... pública. –Obvio, y gratuita, lo cual tiene bastante significación cuando uno ve los problemas que trae la no existencia de enseñanza pública en muchos lugares del mundo. Todas estas cuestiones estuvieron presentes en las palabras de agradecimiento de quienes ganaron el premio. Yo, en mi caso particular, hace 25 años que estoy trabajando con colegas argentinos en el área de la física experimental. Empezamos en colaboración con gente de la Facultad de Ingeniería de la UBA, tratando de aplicar contenidos de física de fluidos. Durante muchos años hemos intentado dirigir en forma conjunta una tesis (en cotutela), a lo cual ayudó que nuestros estudiantes, al tiempo que trabajaban en su formación en Francia, seguían trabajando en los laboratorios aquí, y así no perdían de vista sus intereses, ni sus posibilidades de desarrollo en la Argentina.
–Bueno, ésa es la parte fundamental de la cooperación. –Hoy contamos con un laboratorio internacional franco-argentino de mecánica de fluidos en la Facultad de Ingeniería. Del lado argentino tiene la tutela del Conicet y la UBA, y del lado francés, la del CNRS, la Universidad de Poitiers, de París VI, de París XI y La Ecole du Physique et Chimie. Así, de algún modo, se ve que ese largo camino que hemos recorrido sigue dando posibilidades y perspectivas de trabajar juntos, y está generando una dinámica excelente, de interés mutuo, que permite desarrollar cosas muy interesantes.
–¿Qué quiere decir con “física experimental”? –Hay físicas de toda medida. Es un poco abusivo de mi parte hablar de “física experimental”, porque puede ser la física de una partícula pequeñísima hasta poder medir correctamente los kilómetros que tuvieron que recorrer los neutrinos...
–¿Cree en esta historia de los neutrinos? –No es mi tema. Es muy interesante el estilo del resultado científico que los colegas de la experiencia Opera han mostrado en su artículo. Tienen todos los elementos para demostrar que los pasos estuvieron bien dados. Han planteado bien un problema que puede tener consecuencias significativas sobre la física. Pero volvamos a la física experimental.
–Volvamos. –Tenemos una física de lo pequeño, una física de lo inmenso (la cosmología, por ejemplo) y yo pensaba en la física experimental como una especie de física intermedia entre las dos, una física que se ocupa de estudiar las cosas con las cuales convivimos más cotidianamente. Nos movemos en el área de los metros y los centímetros: por ejemplo, nos ocupamos de ver cómo juega la turbulencia sobre la erosión en muchos problemas de ríos.
–... –Hay algo importante: en la ciencia lo interesante no siempre es resolver problemas sino saber generarlos, y la realidad tecnológica e industrial está llena de nuevos problemas que hay que generar e intentar resolver. Lo que pasa es que la mecánica de fluidos estaba dominada por un pensamiento bidimensional, y cuesta incorporar en la comunidad científica que hay que empezar a modelizar en tres dimensiones. Lo tridimensional está abriendo un camino de desarrollo muy grande. Y además, cada vez más hay una dinámica de ida y vuelta entre la mecánica de fluidos y la de sólidos. En los dos campos más importantes de la ingeniería hay mucho para que los físicos aprendan y para que aporten.
–Habló de una especie de sinergia entre la ciencia y la industria. Eso se da en Francia. ¿Acá también? –Es difícil hacer una caracterización global. En la Argentina, la preocupación está planteada, aunque está claro que todavía hay mucha potencialidad en el sistema científico argentino que no está aprovechada todo lo que se podría para el sistema tecnológico.
–Siempre hubo una cierta desconfianza mutua entre científicos y “empresarios”, ¿no? –Ese es un tema diferente que preferiría no abordar. Lo que sí sabemos es que hay muchos aspectos que no hay que subestimar. Siempre se comenta, por ejemplo, que la escuela francesa de cristales líquidos, en la década del ’70, fue científicamente importantísima, pero incapaz de generar ninguna patente. Eso parecería ser una falencia: tanto conocimiento básico generado no pudo verse transferido. La transferencia en ese tema la terminaron haciendo otros países. Uno se podría preguntar qué hubiese pasado si el grupo científico que estaba a la punta de la investigación básica se hubiese interesado en la aplicación tecnológica, y yo pienso que probablemente habría habido innovaciones importantísimas. Esto es lo más interesante: no perder oportunidad desde la investigación básica de ocuparse de la transferencia.

martes, 11 de octubre de 2011

La gravitación (copla)

Allá en Polonia, un viejo, decía,
que el Sol estaba quieto y la tierra se movía.

Pensaba Copérnico:
Ya ha llegado el día
de hacer la reforma
de la astronomía.

Otra solución
mejor yo no encuentro
se mueve la Tierra
y el Sol en el centro.

Miró Galileo
al cielo estrellado
con su telescopio
y lo vio cambiado

Qué cosa más rara
"En Júpiter veo
cuatro lunas nuevas"
dijo Galileo.

"Qué quieren que diga
lo hago de este modo
el Sol, para mí
es el centro de todo".

Kepler machacaba 
con el mismo tema
"el Sol es el centro
de todo el Sistema"

"Se mueven los astros
sobre elipses bellas
desde los planetas
hasta las estrellas".

Y Newton, un hombre
de mucha razón
descubrió la ley
de gravitación

Zapato y sombrero
vestido y calzón
que vivan las leyes
de gravitación

jueves, 6 de octubre de 2011

Cuasicristales y la Biblioteca de Babel

 
Así como el Premio Nobel de Física le tocó a la expansión del universo (o mejor dicho, a su aceleración) y a tres astrofísicos, el de Química fue para la estructura de los sólidos, y una de sus novedosas formas: los cuasicristales. Efectivamente, Daniel Shechtman, científico israelí investigador del Technion y profesor de Ciencias de Materiales de la Universidad del Estado de Iowa, se alzó esta vez, él solito, con los 11,1 millones de euros por haberlos descubierto, en los años ’80, y haber producido un sacudón en la cristalografía.
Como todo lo cuasi, los cuasicristales son difíciles de describir (y por lo tanto de descubrir). Lo cierto es que la materia, a nuestro alrededor, se encuentra en los diferentes estados clásicos: gaseoso (las moléculas o los átomos están prácticamente libres y entonces se mueven y giran al azar, sin estructura), líquido (las moléculas están menos separadas que en estado gaseoso, pero no forman una estructura fija sino variable y desordenada; como todos sabemos, el agua fluye y toma la forma del recipiente que la contiene) y sólido (fuerzas intensas, y estructuras en principio estables).
Estables, sí, aunque a veces amorfas (como es el caso del plástico), y a veces cristalinas: un motivo que se repite sistemáticamente como en, por ejemplo, la sal de mesa, que está compuesta por cubos (en cada vértice un átomo, de cloro o de sodio), que se extienden monótonamente, idénticos a sí mismos, como se repiten los obsesivos hexágonos de la Biblioteca de Babel de Borges (la mayoría de los sólidos suelen presentarse en forma cristalina y, curiosamente, el vidrio no es un sólido cristalino, sino un líquido sobreenfriado y amorfo: lo cristalino no significa transparente). Simétricos (con diferentes tipos de simetría), los cristales son químicamente bellos y tan apegados a su repetitividad geométrica que hubiera hecho las delicias de Pitágoras. Sólidos amorfos, sólidos platónicamente geométricos, se disputaban las primacía de la materia.
Pero ocurrió –siempre ocurren estas cosas en la historia, en la geografía, y hasta en el lenguaje– que el 8 de abril de 1982 el hoy laureado Daniel Shechtman se puso a mirar con un microscopio electrónico una mezcla de aluminio y manganeso (comprenderá el avisado lector que ya se está construyendo la leyenda) y el dibujo de difracción (forma de dispersión de las ondas electrónicas que, junto con los rayos X, son las grandes sondas para explorar los cristales) que le devolvió el microscopio (electrónico, desde ya) mostraba que los átomos estaban compactados como un cristal, como gran parte de los materiales sólidos, pero el patrón de distribución no podía corresponder a ninguna de las simetrías conocidas de la cristalografía, como si el curioso bibliotecario que recorre los hexágonos de la Biblioteca de Babel se topara bruscamente con un pentágono, un cuadrado, o un triángulo, que de pronto le dieran la pauta de que la regularidad de la Biblioteca es más compleja de lo que parecía en un principio (¿no nos ocurre lo mismo cuando, acostumbrados a nuestras ciudades cuadriculadas nos topamos inesperadamente con una diagonal?). El material de Shechtman no era amorfo porque tenía una estructura simétrica, pero tampoco cristalino porque no se mantenía la simetría de traslación. Es decir que se trataba de un sólido con una estructura ordenada pero en principio no periódica. Lo cierto es que se había topado con el mundo de lo cuasi.
Ciertamente, lo que vio parecía una estructura repetitiva montada sobre otra estructura repetitiva: periódica en los rasgos grandes, pero no en los pequeños; caminaba por una ciudad en la que a la cuadrícula se superponía una estructura de diagonales: no deja de ser periódica, pero en cada punto producen una dolorosa confusión.
Pero el asunto fue que un cristal de ese tipo no estaba ni siquiera representado en la Tabla Internacional de Cristalografía dado que se consideraba, no sólo inexistente, sino directamente imposible: ¿cómo podría la naturaleza mezclar hexágonos y cuadrados, o cubos y otros sólidos de manera que todo encajara? No podía ser. Y así, cuando Daniel Shechtman comunicó los resultados de sus pruebas recibió burlas de sus colegas y un manual de cristalografía como irónico regalo de parte del director del laboratorio (como se ve, se consolida la leyenda).
Shechtman sostuvo los resultados de sus experimentos por sobre el libro de texto y fue invitado a retirarse del grupo de investigación del National Institute of Standards and Technology (NIST) donde trabajaba. Todos suponían que había hecho algo mal en el procedimiento, incluso la revista Journal of Applied Physics, que rechazó el artículo que les envió en el verano de 1984.
Acudieron en su ayuda. El físico John Cahn y el cristalógrafo francés Denis Gratias repitieron con él el experimento confirmando que era confiable y publicaron en conjunto, en noviembre de 1984 un artículo en la Physical Review Le-tters que derrumbó una de las verdades más fundamentales de la disciplina: aquella que enunciaba que todos los cristales consisten en patrones repetidos y periódicos, ordenados de forma regular, siguiendo un esquema determinado que se reproduce, en forma y orientación, en todo el cristal.
La historia de Shechtman muestra una cuasi forma de operar en la historia de la ciencia: incredibilidad primero, cuasi credibilidad después, credibilidad total y Premio Nobel más tarde.

Nobel, supernovas y expansión del Universo


Esta vez, el Premio Nobel de Física fue para la cosmología: la Real Academia de Ciencias de Suecia decidió que sería para Saul Perlmutter, Adam Riess y Brian Schmidt, tres astrónomos que en las dos décadas finales del siglo pasado encontraron evidencias de que la expansión del Universo se acelera, mediante la observación de supernovas lejanas.
La expansión del Universo es todo un tema de la cosmología (y la cosmovisión) actual. Su descubrimiento se remonta a los años ‘20 del siglo pasado y al nombre del astrónomo norteamericano Edwin Hubble, quien, estudiando meticulosamente las galaxias, determinó que todas ellas se estaban alejando de la nuestra (la Vía Láctea) más rápido cuanto más lejos estaban. La deducción se fundó en el análisis de la luz que nos llegaba de ellas, que aparece “corrida hacia el rojo”. El corrimiento del rojo de la luz es como el corrimiento hacia los graves de un sonido cuya fuente se aleja (por ejemplo, el ulular de una ambulancia). Análogamente, si la luz de las galaxias lejanas aparecía marcadamente corrida hacia el rojo, sólo podía significar que todas esas galaxias se alejaban de nosotros.
Naturalmente, este alejamiento no era producto de una generalizada paranoia universal hacia nosotros: la impresión se debía simplemente a que éramos nosotros quienes observábamos; la verdad de la milanesa es que cualquier observador, en cualquier galaxia, vería lo mismo; en realidad lo que ocurre es que todo el Universo, el espacio mismo, está creciendo y se expande. Algunos cosmólogos como Friedman o Lemaitre lo habían adelantado, manipulando las ecuaciones de la Teoría General de la Relatividad de Einstein (1915-17), que describen el comportamiento del Universo a gran escala. Hubble encontró, además, una relación simple entre la distancia y la velocidad de retroceso de una galaxia: la justamente llamada constante de Hubble (H) y que hoy se estima en unos 72 km por segundo por megaparsec (1 megaparsec equivale a 3,26 millones de años luz). Lo cual significa que una galaxia situada a esa distancia huye a una velocidad de 72 km por segundo, y una situada a 3 mil millones de años luz de distancia se está alejando a la nada despreciable velocidad de 72 mil kilómetros por segundo... ¡más de un cuarto de la velocidad de la luz! (y no vamos a traer ahora a colación el desgraciado tema de los neutrinos).
Pero el descubrimiento de la expansión del Universo tenía una derivación sensacional: las galaxias no podían haberse estado separando desde siempre; si ahora se alejaban, tenían que, en el pasado, haber estado muy juntas. Y más atrás aún era forzoso que estuvieran concentradas, formando algún tipo de conglomerado muy pequeño y denso que, de alguna forma, había empezado a crecer hasta dar el Universo actual. Nacía así el grandioso esquema del Big Bang, que se convertiría, hacia los años ’60, en la gran (y única) teoría general sobre la evolución del Universo.
Pero si bien la teoría del Big Bang decía mucho (a trancas y barrancas, parches y correcciones, es preciso decir) sobre el origen del Universo, no daba demasiadas pistas sobre su final. ¿El Universo se seguiría expandiendo por siempre, o en cierto momento la fuerza de gravedad universal volvería a juntar todo en una especie de gran implosión (Big Crunch)? ¿La expansión se estará frenando, o sigue su ritmo constante e implacable?
Ni una cosa ni la otra. Y es aquí donde interviene el trabajo de los premiados ayer: los dos equipos en los que trabajaban, estaban buscando supernovas lejanísimas, justamente, para medir el estado de la velocidad de expansión, con la esperanza de que ésta se estuviera deteniendo.
¿Por qué supernovas? Las supernovas son pavorosas explosiones en las que una estrella estalla, lanza todo su material al espacio, brilla por un tiempito como una galaxia entera (esto significa que su brillo puede aumentar 100 mil millones de veces) y luego se extingue. Ahora bien: la detección de supernovas en galaxias lejanas permite estimar la distancia a la que están, comparando el brillo de las supernovas de allí con las que se producen en galaxias cercanas y cuya distancia se conoce.
Y bien: si la expansión se estuviera deteniendo, las galaxias en cuestión deberían estar un poco más cerca que lo que da el cálculo con una expansión constante. Pero, muy por el contrario, encontraron que las galaxias estaban más lejos de lo esperado. Esto es: la expansión se estaba acelerando.
Los dos equipos de investigación barrieron los cielos para avistar supernovas distantes, al límite de lo visible. Buscaban supernovas del tipo Ia (estas supernovas nacen de sistemas en el que una estrella “enana blanca”, una estrella pequeña y densísima); por su gravedad, toma materia de otra estrella del sistema hasta crecer lo suficiente como para ser inviable y dar lugar a una pavorosa explosión (la explosión es el paso final en el ciclo de vida de la “enana blanca”, que se forma cuando una estrella ya no tiene más combustible en su núcleo, es decir, cuando todo el hidrógeno y el helio se consumió en la reacción nuclear y sólo queda carbono y oxígeno; es el destino de nuestro Sol).
Y así fue cómo los tres nuevos Nobel encontraron 50 supernovas distantes cuya luz resultaba bastante más débil de lo esperado, o precisamente lo contrario de lo que esperaban. Si la expansión del Universo se estuviera ralentizando, la supernova debería aparecer más brillante. En cambio, la pérdida de intensidad indicaba que las supernovas se estaban alejando cada vez más rápido, insertas en sus galaxias.
Ese es el resultado empírico, sobrecogedor, por cierto... Pero, ¿qué es lo que está acelerando la expansión del Universo? En sus ecuaciones, Einstein proponía la existencia de una fuerza antigravitacional que contrarrestara la fuerza gravitacional de la materia y entonces mantuviera el equilibrio. Una especie de tire y afloje por los límites del Universo. Esa fuerza antigravitacional hoy en día es conocida como energía oscura y representa uno de los grandes enigmas de la física actual. La energía oscura vendría a ser, precisamente, aquella que incentiva la expansión del Universo.
Entonces, la historia final de este descubrimiento vendría a ser algo así. La energía oscura conforma ahora una gran parte del Universo, más del 70 por ciento. La expansión del Universo comenzó con el Big Bang hace 14 mil millones de años, y fue constante durante un buen tiempo (eso del buen tiempo es hablar de algunos miles de millones de años). Pero a medida que la materia se diluyó por la expansión, la energía negra se volvió dominante, y la expansión se comenzó a acelerar.
¿Hasta cuándo? ¿Y qué es la energía oscura?
Nadie lo sabe. Son preguntas cuyas respuestas conducirán a nuevos premios Nobel, con seguridad.

lunes, 3 de octubre de 2011

La ciencia, el periodismo, el arte y la comunicación pública (2da parte)

Segunda parte de la charla pronunciada en la “Jornada Regional de Periodismo Científico: Comunicación, Universidades y Ciencia” que se llevó a cabo en Santa Fe, en la Facultad Regional de la UTN (Ir a la primera parte)

EL COMUNICADOR HACE CIENCIA

Si la ciencia es comunicación por naturaleza, y la comunicación es una parte de la ciencia, el comunicador tiene que saber que cuando comunica la ciencia está haciendo ciencia. Y ése es otro de los conceptos que elaboramos en el Planetario. Una de las actividades de la ciencia, por su propia naturaleza, es la comunicación, y por lo tanto el comunicador hace ciencia.
Hay otro prejuicio (esto es lo que Bacon hubiera llamado “prejuicios de la tribu”), y es que hay dos culturas separadas. Ya Snow hace muchas décadas escribió sobre este asunto. El se basaba en lo que es la educación inglesa, una educación que era fuertemente humanista, el egresado de Cambridge sabía latín, griego, había leído todos los clásicos, aunque no tenía la menor idea de qué era la entropía. Pero hasta tal punto no la tenía que incluso estaba orgulloso. Es decir, la idea de estar orgulloso porque uno no sabe hacer una cuenta o porque no puede leer una fórmula es muy frecuente. Lo cual crea una situación difícil para el comunicador de ciencia. Lo primero que tiene que decir es que eso que le va a comunicar es digno de ser comunicado. Esa ciencia que le va a transmitir es digna de ser recibida. Es decir que no se va a robotizar, que es la idea de muchísima gente, por saber leer una fórmula, sino que se va a enriquecer porque la lectura de una fórmula es un acto de lectura. La ciencia es un lenguaje que uno tiene que aprender a hablar para comunicar cosas, y como todo lenguaje tiene su gramática, tiene su sintaxis, tiene su ortografía, tiene su literatura.
Y la literatura del lenguaje de la ciencia son las historias que cuenta la ciencia sobre el mundo, parafraseando a Macbeth, la ciencia es un cuento lleno de sonido y de furia, pero que significa mucho. Es un cuento que la humanidad se cuenta a sí misma. Cómo es, por qué ese árbol es como es, cómo dentro de una célula hay un conjunto de mensajes que se escalonan e interactúan hasta tal punto que uno no puede creer que exista algo tan maravilloso. La historia del Universo y las historias del Universo son tan maravillosas como el más maravilloso de los cuentos de hadas. Cómo funciona internamente una estrella. Una estrella es una máquina, y verla como una máquina ya da una perspectiva nueva. Es un reactor nuclear que transforma peso y gravedad en luz. Es una perfecta máquina que un día se queda sin combustible y adiós, nos achicharra a todos nosotros como va a ocurrir... Es lo que va a ocurrir dentro de 5 mil millones de años: podemos hacer planes para el fin de semana.
Pero va a pasar y fíjense que ese relato del final es tan terrorífico como el más terrorífico de los cuentos de hadas. Es el cuento de hadas, o el relato, o uno de los relatos, mejor dicho, que nosotros podemos escribir sobre el Universo. Entonces es una falacia total que la ciencia no sea un relato. La ciencia lo es, porque es comunicación y es un lenguaje. Y su literatura son los relatos sobre el mundo.

LA IMAGEN DEL CIENTIFICO Y EL LABORATORIO

La imagen del científico, bueno, acá se habló un poco de esto: el científico es visto como un hombre de guardapolvo blanco –ahora, porque antes no: en el siglo XIX se operaba sin siquiera lavarse las manos, imagínense con qué consecuencias– encerrado en un laboratorio. Cosa que también se estimula, porque en las semanas de instituciones abiertas, por ejemplo, se lleva a los chicos a recorrer un laboratorio detrás de otro y se infunde la idea de que es ahí y sólo ahí donde se produce la ciencia. El laboratorio es un invento de los alquimistas, y era un espacio particular, un espacio místico. Con la revolución científica, el laboratorio se vuelve un espacio profano.
Pero el laboratorio es sólo una herramienta más: en el laboratorio se mide, se hacen algunos experimentos (sin hablar de las disciplinas que no usan ningún tipo de laboratorio, como las matemáticas, por ejemplo), pero en realidad el verdadero laboratorio está entre las cejas y el pelo de cada uno de nosotros. Ahí se hace la ciencia.
El científico mismo se siente muy apegado y seguro en su laboratorio. Por eso yo cuando hago mis reportajes, que no llamo reportajes sino diálogos, trato de encontrarme con los científicos en un café, sacar al científico del lugar donde se siente seguro y me muestre la ciencia desarmada. Las grietas.

PRESUPUESTOS

Entonces el científico (y el comunicador de la ciencia convencional) en general parte de algunos presupuestos. Yo soy un científico, la ciencia es racional, es precisa, yo trabajo en el laboratorio y aquí se cumplen las leyes de la ciencia, y aquí se manifiesta la verdad, así como en el laboratorio del alquimista se manifestaba, no sé, Dios o el Espíritu Santo.
Todo eso es falso.
En primer lugar, el científico en su laboratorio está pensando que lo que dice lo va a leer el científico del laboratorio de al lado. No está pensando que lo va a leer el público. Entonces tiene terror explícito o no de cometer un error. O que el que lo está entrevistando cometa un error. Ese es el principal problema o motivo de rispidez.
Y aparte la ciencia no es exacta, no es precisa, es parcialmente (o mejor, localmente) racional: localmente exacta y localmente precisa. No voy a entrar a fondo en esto, pero sí diré que si el comunicador sabe eso, tiene una actitud diferente frente al investigador.

EL CIENTIFICO COMO IGNORANTE

Además, los descubrimientos son temporales, tienen una historia, una filosofía. No todo el mundo cree que las mismas cosas tengan el mismo valor epistemológico.
Si el comunicador se mentaliza en ese sentido, va a requerir una serie de ríos de alimentación, de la historia, de la filosofía.
El científico es un ignorante, y tiene que serlo porque, si supiera todo, no investigaría nada. La pregunta central que uno le puede hacer es: “¿Qué es lo que no sabe y quiere saber en su investigación?”. Lo que el científico no sabe y quiere saber, y no solamente lo que quiere saber y no sabe sino lo que se imagina que pueda llegar a pasar, es una fuente de riqueza. Aunque su programa vaya finalmente al fracaso: el fracaso científico también es útil, porque les ahorra a otros seguir determinado camino.
Y eso me trae nuevamente a la imagen del científico que dan las películas, esa imagen del “científico loco”. Pero es una idea muy anterior. Fíjense: el tipo que inició la ciencia fue Thales de Mileto. ¿Y qué historias se cuentan de Thales de Mileto? Una es que estaba tan distraído que se cayó a un pozo. El científico distraído ya está desde el primer tipo, desde el año 500 antes de Cristo. Ahora, si uno mira el científico distraído de Volver al futuro, por ejemplo, es el distraído, despeinado, pero es el que tiene las soluciones. Es el que sabe cómo resolver los problemas. Tiene esa cosa de mendigo y de Dios.
Sabemos que esas cosas no son así, que el científico, así como el mecánico de automóviles, tiene una capacidad particular para arreglar un coche –yo nunca en la vida se lo llevaría a un filósofo, ni siquiera a un físico–, el científico puede razonar sobre una cierta parte de la realidad, y no sobre toda. No hay científicos y legos, hay legos en distintas cosas.

EN CONCLUSION

Bueno, entonces hablé de la imagen del científico, la falacia de la realidad, la falacia de la precisión, la falacia de la próxima puerta... Hay que explicarle que cuando habla con un periodista, está hablando para el periodista o para quienes van a leer al periodista, no para sus colegas. Sus colegas ya saben. Entonces, así como él simplifica el mundo...
Borges cuenta la historia de un lugar donde la cartografía estaba tan desarrollada, donde el mapa de una provincia ocupaba una ciudad, y el mapa del reino ocupaba una provincia. Y llegó un día en que un rey quiso hacer un mapa absolutamente preciso y pidió un mapa del reino que ocupara todo el reino. Que fuera exactamente igual. Y lo hicieron, claro, pero ese mapa no sirve para nada, un mapa tiene que sintetizar. El científico resume la naturaleza y hace un modelo relativamente simplificado. Entonces, en ese proceso de reducción hay imprecisiones que se cuelan.
Vamos al asunto de los recursos, brevemente: la literatura, la cita, el recurso a la historia, todo eso es válido. Pero no porque es un adorno, es válido porque forma parte del núcleo mismo de lo científico. Un hecho científico se compone de su historia y su filosofía. Cada cosa es también su historia. Porque es interesante ver cómo cada cosa llegó a ser.
Sólo me resta, en realidad, agradecer nuevamente la invitación a hablar, y agradecer que me hayan escuchado.


Ronda de preguntas

–¿Cuál es la filosofía práctica que tiene en general el científico?

–En general, el científico tiene una epistemología realista y no siempre reflexiona sobre lo que está haciendo, en el sentido de que está descubriendo la verdad. Bueno, es tarea del que lo ve que no es tan así. A veces vale la pena hacerlo, a veces se puede, y a veces no. A mí me gusta entrevistar a los científicos en el café, pero no siempre lo consigo. Es un problema ideológico, por eso organizábamos los cafés científicos. Para que tanto el público como los científicos que hablaban estuvieran en un ámbito medio irreal. Y eso desarma, y en el momento en que eso se desarma, empieza lo realmente interesante.

–¿Nota en los científicos más jóvenes algún cambio en esta resistencia cultural a contar?

–La verdad es que un poco sí, pero me parece que todavía las carreras científicas tienen que incorporar Historia de la ciencia y Filosofía de la ciencia como materias de grado, me parece bastante esencial. Tampoco vendría mal una materia de Comunicación, con lo cual estarían dentro de la formación de un científico todas estas cosas. Sí, me parece que se necesita una formación que incorpore este tipo de cosas. La Historia, la Filosofía y la Comunicación de la ciencia.

–¿Qué opinión le merece que la tecnología se haya transformado ya no en un medio sino en un fin en sí mismo?

–Bueno, pero eso es consumismo. Pasa lo mismo con la ropa. Eso es un problema más general. Yo creo en la tecnología y en sus aspectos benéficos. Creo que nos proporciona mucho. Naturalmente siempre hay modas, en ciencia también. Hay temas que se ponen de moda. En general, todo el desarrollo tecnológico último ha sido maravilloso y me parece que democratiza la sociedad y es una lástima que no sea más justo y más igualitario. Porque la cosa igualitaria no depende de la ciencia sino de la manera en que la sociedad tome las riendas de sí misma y distribuya los bienes.

–Usted dijo que el comunicador cuando divulga ciencia, hace ciencia. ¿Podría desarrollarlo un poco más? Porque es un concepto un poco fuerte...

–Justamente, es un concepto bastante fuerte, y es un concepto difícil de aceptar. Pero es un concepto que en el momento que se acepta le da mucho impulso al comunicador. Yo no quiero hablar del sistema científico sino del conglomerado científico. Un sistema científico es un conglomerado de muchísimas cosas articuladas de diversas maneras. Están los científicos y los enunciados y los laboratorios y los no laboratorios y los instrumentos. La gente que construye los instrumentos también está haciendo ciencia. Hay un montón de cosas alrededor. Y una de ellas es la parte de comunicación: es indisoluble de la ciencia tal como se la entiende ahora. Exteriormente es experimentación e inducción, y ninguna de esas cosas se puede hacer sin testigos, y esos testigos tienen que entender lo que están viendo, y para eso hay que comunicarlo. Si el comunicador se considera un científico va a tomar una postura en donde le van a interesar un montón de cosas que antes pensaba que eran externas a su trabajo. Se tiene que colocar como científico frente a lo que está haciendo.

–¿Qué pasa con el comunicador frente a la especialización del conocimiento?

–Bueno, yo no creo mucho en la especialización del conocimiento. La ciencia no es un conjunto de cosas que se saben sobre esto o aquello. Es un lenguaje y hay que aprender a hablarlo. Si uno quiere aprender un lenguaje, aprende el lenguaje y después lo habla. Una vez que uno lo incorporó, después lo organiza. Si uno habla el lenguaje de las ciencias, una especialización es un detalle. Si el comunicador se considera un científico, tiene que aprender el lenguaje de la ciencia. Pero hay que tener conciencia de que es un lenguaje. Es un poco más preciso que el lenguaje natural, pero no es el lenguaje de la verdad. Es un lenguaje que tiene historia, como todo, y que tiene filosofía, como todo.

–¿Implica una madurez de la humanidad que haya gente que se dedique a escribir sobre ciencia?

–Madurez de la humanidad no sé... me parece una suerte que pase eso. Decir madurez de la humanidad es mucho decir en general sobre cualquier cosa.

sábado, 1 de octubre de 2011

Totalmente a merced de los neutrinos

DIALOGO CON GASTON GIRIBET, DOCTOR EN FISICA, INVESTIGADOR INDEPENDIENTE DEL CONICET
 

El jinete hipotético está harto de los neutrinos. Pero no puede ser ajeno al anuncio de que se mueven más rápido que la luz. Y aunque no cree mucho en esos resultados (¿hipotéticos?), le pareció correcto conversar con un físico ducho en teoría de partículas.

–Vamos a hablar de esta historia de los neutrinos, que está haciendo tanto ruido. En Italia, un laboratorio anunció que midió su velocidad y que encontró que es mayor que la de la luz.
–Bueno, sí. La verdad es que es un montón de ruido.
–Los neutrinos siempre fueron algo molestos. Cuando Pauli los descubrió en los años ’30, en realidad los postuló como una partícula teórica.
–Y tardaron como veinte años en pescarla.
–Y durante mucho tiempo se pensaba que no tenían masa, y ahora resulta que sí tienen masa. Y ahora resulta que se anunció, en el CERN, que los neutrinos viajan más rápido que la velocidad de la luz. Alguien dijo en Facebook que la crisis en Europa es tan fuerte que hasta los neutrinos violan la velocidad máxima.
–Aparentemente viajan 1 parte en 100 mil más rápido que la luz.
–¿Usted cree en eso?
–Yo creo que la actitud que prevalece es la cautela, y creo que es la actitud que debería prevalecer. Si me pregunta en lo personal, yo me inclinaría a pensar que debe haber alguna mala interpretación o algún error sistemático en el experimento. Pero también es cierto que es riesgoso decir eso: la tarde en que se anunció el descubrimiento yo vi la conferencia de prensa y la impresión que me dio es que los tipos tuvieron en cuenta todos los detalles.
–Hasta el movimiento de las placas y la gravedad de la Luna.
–Y tienen 16 mil eventos tomados en un par de años. Esto tiene una doble cuestión que habría que tener en cuenta. La primera es lo sorprendente, que es la cantidad de detalles y de cosas que tuvieron que tomar en cuenta. La segunda es que eso deja en evidencia la cantidad de detalles que se pudieron haber escapado.
–Hay partículas teóricas que se mueven más rápido que la luz: los taquiones.
–En realidad, se supone que los taquiones no existen. Se le pone ese nombre a la partícula hipotética que tendría la capacidad de ir más rápido que la velocidad de la luz (o sea, de tener masa imaginaria) y de generar inestabilización del vacío en torno de ellos mismos. No se comportarían como partículas, sino que decaerían a otras partículas normales. Básicamente, los taquiones no pueden existir como partículas. El problema fundamental que yo encuentro en la suposición de partículas que viajen más rápido que la luz es que está en tajante contradicción con lo que entendemos como causalidad. Tendría implicancias casi grotescas con lo que entendemos como causalidad.
–A ver...
–Vamos a poner un ejemplo. Sabemos desde 1905, fecha de formulación de la teoría de la relatividad, que no necesariamente lo que es simultáneo para un observador es simultáneo para otro. Pero lo que sí sigue ocurriendo en la física después de la teoría de la relatividad es que si un evento es causa de otro, lo será para cualquier observador. Un observador puede ver que un evento que es causa de otro ocurrió hace mucho tiempo, y otro observador, que ocurrió hace poco tiempo. Pero ambos lo verán antes del efecto que provoca ese evento. En este sentido, a pesar de la relativización del tiempo, la relación causal entre dos eventos se mantiene para todos los fenómenos. Ahora bien: si uno supone que una partícula puede llevar información desde la causa hasta el efecto a velocidad mayor que la de la luz, una excursión breve por las ecuaciones de la relatividad nos demostraría que no es cierto que dos observadores verían en todos los casos la causa antes del efecto. Y ésa es la razón por la cual esto está en tajante oposición con lo que entendemos como causalidad.
–Muchas veces las cosas que iban contra nuestras más firmes convicciones físicas o cosmológicas se derrumbaron. En el siglo XIX, sin ir más lejos, la creencia en el éter era una convicción que prácticamente nadie ponía en duda; nadie esperaba que se viniera abajo con el famoso experimento de Michaelson-Morley. Es muy excitante esto que está pasando.
–Porque uno podría jugar, aunque sea íntimamente, con la idea de que se está en la antesala de un cambio radical. Yo, de todos modos, insisto en que hay que ser cauteloso. Pero es cierto que si el trabajo es riguroso e intelectualmente honesto, es posible que muchos de nuestros presupuestos y preconceptos sean contradichos por la experiencia.
–Hay algo que me llama mucho la atención. Los neutrinos nos atraviesan de a millones en todo momento, y se sabe que son muy difíciles de pescar. ¿Cómo hicieron los científicos para manejarlos?
–Es cierto que los neutrinos son reacios a ser pescados, pero la forma de pescarlos es con detectores de placas. Es más o menos como pescar agua con un colador. Si bien la gran mayoría se escapa, siempre quedan algunas gotitas pegadas. Se hace a una profundidad enorme (a 1400 metros, en el medio de los Apeninos). Ahí se sabe que sólo llegan neutrinos; de todos los que pasan y atraviesan la montaña, que para los neutrinos es absolutamente transparente, se detecta una pequeñísima fracción. Pero al ser tantos los neutrinos que se generan allí, el colador queda mojado, por decirlo de alguna manera.
–Repasemos el experimento.
–El Supercolisionador (LHC) tira chorros de protones que chocan entre sí. Un producto de esos choques son los neutrinos, que tienen una propiedad notable: su poca capacidad de interactuar con la materia. Las paredes del acelerador son prácticamente transparentes para un neutrino. Los físicos, para no desaprovechar ese producto colateral que es la fuente de neutrinos, usan el haz y lo detectan a casi 730 kilómetros de distancia. Este truco de detectar los neutrinos que son el producto residual de las interacciones que se dan al interior del colisionador es bastante viejo. Los neutrinos viajan 730 kilómetros hasta Italia, donde son detectados. El detector está adentro del Gran Sasso, en el macizo de los Apeninos, enterrado a 1400 metros bajo tierra.
–Una de las cosas que ellos dijeron fue que la distancia esa de 730 kilómetros tenía un error de medición de más o menos 20 centímetros, que es muchísimo.
–Pero está dentro de la barra de errores, según dijeron. Hicieron un esfuerzo tremendo en medir el delay con una precisión abrumadora.
–E hicieron las correcciones relativistas, no solamente de velocidad, sino también de gravitación.
–Sí.
–Dicen, y parece ser, que tuvieron en cuenta todo.
–Sí. Yo, que soy teórico y no me dedico a la fenomenología ni a la experimentación, no dejo de estar sorprendido por la cantidad de detalles que tuvieron en cuenta. Pero, como le decía antes, eso deja ver la cantidad de detalles que se pueden estar escapando.
–Es muy difícil de creer esto.
–Sí.
–¿Y si fuera cierto?
–Y si fuera cierto... sería horrible. Yo, a diferencia de muchos de mis colegas, no comparto esa sensación de que es bueno no entender cosas en la física. Hay muchos físicos que tienen ese slogan: “Ojalá encontremos algo que no entendamos”. Pero desde chiquito mi intención es entender cómo funciona todo el mundo, y para mí sería desesperante que la relatividad no estuviera bien. Yo prefiero que la física sea la que entendamos.
–Pero la relatividad lo que tiene es que es una cosa de segundo orden y no de primer orden como lo es la gravedad newtoniana. ¿Y si esto fuera una cosa de tercer orden?
–Usted dice que la teoría de la relatividad podría ser una aproximación a una teoría más compleja.
–Sí.
–Y concuerdo con usted. Si este experimento es correcto, lo que está pasando es algo así, porque después de todo sabemos que la relatividad se ha mostrado correcta en todas las situaciones en las que se ha experimentado. Si comenzara a fallar, no se descartaría, sino que quedaría demostrado que es una gran teoría y una gran aproximación a otra teoría más compleja.
–O sea que ahora estamos a merced de los neutrinos.
–Que son, desde hace diez años, los destinados a darnos las sorpresas más grandes en el ámbito de la física.