miércoles, 28 de septiembre de 2011

La ciencia, el periodismo, el arte y la comunicación pública (1era parte)

Charla pronunciada en la “Jornada Regional de Periodismo Científico: Comunicación, Universidades y Ciencia” que se llevó a cabo en Santa Fe, en la Facultad Regional de la UTN


 Ante todo quiero agradecerle a Mariano Bravi y a la gente de la UTN Santa Fe que me haya invitado a dar esta charla. Quizás el título de la charla sea ampuloso, pero tiene sus ventajas, porque me permite hablar de cualquier cosa y siempre va a encajar. Yo quería hablar un poquito de lo que pienso de la divulgación científica. Del porqué, el cómo, de quiénes, de cuándo.
Empezaría diciendo que en realidad la ciencia es comunicación. Y no es que existe la ciencia y después se comunica. La ciencia existe si se comunica, si no, no existe.
Y por una razón muy simple: la ciencia occidental, la que empieza con Copérnico y la revolución científica del siglo XVI, instaura una manera de hacer que es necesariamente pública porque el núcleo explícito de la ciencia es el experimento, y el experimento tiene que ser reproducible. Tiene que ser controlado por alguien. No es admisible una ciencia hermética, porque algo que no se comunicó a alguien de tal manera que la otra persona pudiera comprobarlo, no es un enunciado científico.
Aclaro que estoy simplificando mucho el esquema epistemológico de la ciencia (planteado por Newton en el siglo XVII), e incluso no estoy de todo de acuerdo con él, pero lo tomo como punto de partida para lo que quiero decirles.
Así, y en este marco, un enunciado científico es un enunciado que alguien escucha. Porque si nadie lo escucha es simplemente un pensamiento de la persona a la que se le ocurrió. Puede ser verdadero o falso y no tiene la menor importancia: el valor de verdad –siempre provisorio– de los enunciados científicos se da en esa relación particular de comunicación que es el experimento. No es ninguna casualidad que uno de los grandes héroes de la revolución científica que fue Galileo empezara a escribir en italiano. Y fue, dicho sea de paso, una de las acusaciones que se le hizo: escribir en italiano y no en latín.
Por otro lado, El mensajero de los astros fue, quizás, el primer ejemplo de divulgación científica moderna. Lo hacía el propio Galileo. Si uno lee a Galileo aprende un montón porque cualquiera de los libros de Galileo parecen escritos por un periodista actual.
Lo que hace Galileo es publicitar a la ciencia: la ciencia no es patrimonio de quien la descubre –nos dice– sino que es patrimonio de todos. Pero es patrimonio de todos de manera intrínseca, ya que no hay ciencia sin experimento. Por poner un ejemplo, no hay arqueología sin que otro venga y mire. Si viene alguien y cuenta que desenterró en Salta un palacio con rasgos mesopotámicos de Oriente... bueno, es un lindo cuento, pero si no va alguien a mirar eso, eso no existe. En ese sentido, el museo también es un experimento. El que va al museo ve que esas cosas que los científicos dicen existen y están ahí.

LA CIENCIA ENRIQUECE LA VISION DEL MUNDO

Es falso lo que dice muchas veces el discurso solapado que viene de cierta forma reaccionaria del romanticismo, que la ciencia por su racionalismo impide la emoción; la ciencia es una aventura llena de emociones, pero como en el caso de lo público de la ciencia es una de las condiciones de su existencia, lo creativo también.
¿Por qué? Porque si uno se atiene al método científico moderno, el que Newton recomienda en sus Principia, y que ya cité, la ciencia trabaja mediante experimentos que después se extienden por inducción a leyes generales. La inducción, es decir, a través de varios experimentos poder sacar una ley general, no es una cosa que garantice la verdad. La inducción es una operación filosófica, una operación puramente creativa. Nadie me asegura a mí que yo pueda inducir a partir de un cierto número de casos. Entonces ahí hay un paso creativo, un paso metafísico, un paso filosófico, como quieran llamarlo, que está metido adentro de la ciencia. Es decir que la creatividad es una parte indisoluble de la ciencia de la misma manera que lo es del arte.

EL DERECHO A LA CIENCIA

Se habló aquí de que la Comunicación Pública de la Ciencia (CPC) es una manera de devolver a la sociedad lo que la sociedad financia mediante sus impuestos. Es cierto, desde ya, pero me parece que hay más, que se puede ir un paso más allá.
Porque el quehacer científico no sólo lo hace el científico: el científico utiliza todos los recursos que la cultura pone a su disposición, y todos los recursos que no pone a su disposición. Es decir, el científico trabaja con la cultura de su época. Copérnico trabajaba con las cosas que se sabían, con los prejuicios de la época, con los conocidos y con los prejuicios que no conocía. ¿Qué es la gran cosa que hace Copérnico? Se da cuenta de que la Tierra en el centro del mundo es un prejuicio que él conoce, y entonces lo cambia, intercambia el lugar de la Tierra y el Sol. Pero hay un prejuicio que él tiene y que no sabe que lo tiene, como que las órbitas tienen que ser circulares. Y entonces el sistema no encajaba con los datos e, hiciera lo que hiciese, no podía hacerlos encajar porque estaba metido adentro de un prejuicio que él no conocía. Es decir, Copérnico estaba usando los recursos de la sociedad. La sociedad no solamente paga los impuestos para que después se utilicen en el presupuesto del Conicet. La sociedad formó a ese científico, lo hizo ir al colegio, le financió la universidad: el científico del Conicet es un producto público, es un producto social. (Todos nosotros somos productos sociales, dicho sea de paso, porque estamos aquí entre otras razones porque la medicina avanzó lo suficiente como para que llegáramos a esta edad, y hace sólo 150 años la mitad de nosotros estaríamos muertos, empezando por mí, que ya sería una momia fosilizada.)
Siguiendo con este asunto de la cultura, cuando yo dirigía el Planetario de Buenos Aires, nosotros elaboramos una definición sobre la ciencia y es que la ciencia era un derecho. No era solamente una devolución de impuestos sino que era un derecho que tenía la sociedad, como cuando decimos que la salud es un derecho. A nadie se le ocurre decir que la gente tiene derecho a la salud porque con sus impuestos sostiene los hospitales. La salud es un derecho primario. Poder acceder al arte es un derecho primario. Por eso tiene que haber museos públicos de arte. Poder acceder a la ciencia es un derecho primario, en todas sus formas. Ya sea yendo a un museo de ciencia, yendo a la facultad para ser un científico, o recibiéndolo por los diversos canales que está armando el Conicet o los que busca armar la UTN. Así quedamos en esta segunda definición: la ciencia es un derecho por naturaleza.

*La imagen corresponde a la torre de Pisa desde donde Galileo realizó su experimento de caída libre frente a alumnos y colegas

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