sábado, 31 de octubre de 2009

Club del chiste científico

 Recuerden que pueden enviar sus chistes sobre ciencia a leonardomoledoblog@gmail.com, así sumamos al repertorio.

Descripcion no-matematica de algunos terminos usados en matemática o qué quiere decir un matemático cuando nos dice:
Claramente: "No quiero pasar por todos los pasos intermedios"
Trivialmente: "Si tengo que mostrarte porqué, te equivocaste de clase"
Obviamente: "Si estabas dormido cuando lo explique, te jodiste, porque me reuso a repetir la explicación"
Pista: "La forma mas dificil de hacerlo".
Podemos asumir que: "Hay muchos casos, pero sólo sé como hacer éste".
Usando el teorema...: "No recuerdo los detalles".
El resto es algebra: "Esta es la parte aburrida; si no me creen, ¡haganlo!"
Demostracion hablada: "Si la escribiese, encontrarían los errores".
Brevemente: "Ya está, se acabó la clase, me quiero ir, así que voy a escribir y hablar rapido".
La dejo como ejercicio: "Estoy cansado".
Demostracion formal: "Yo tampoco la entiendo"

miércoles, 28 de octubre de 2009

Inauguración

Están todos invitados a pasar, conocer y participar de WikideCiencia y el WikiblogC (a los que podrán acceder siempre desde la barra de botones).
Esperemos que la convocatoria sea exitosa y el proyecto funcione.

martes, 27 de octubre de 2009

Tocata y fuga en Re menor - Bach - Fantasía

lunes, 26 de octubre de 2009

El infierno de la economía

Como todo el mundo sabe, el infierno necesita muchos más insumos que el paraíso; mientras en el cielo se las arreglan con un poco de madera para las arpas, y plumas para las alas de los ángeles, el infierno requiere látigos, cadenas, azufre, ollas, aceite hirviendo, máquinas térmicas y mucho combustible para mantener la temperatura, el acero y la electricidad indispensables para los diversos sistemas de tortura; por lo cual el infierno, con las indudables ventajas naturales de un piso sólido, cercanía de los abundantes yacimientos minerales de la corteza terrestre, y un suministro barato de energía a cargo del manto de roca fundida que se extiende por debajo, desarrolló una economía diversificada y orientada hacia el mercado interno, con la ventaja adicional de la consistencia ideológica, ya que el trabajo en las fábricas y las cadenas de producción de insumos infernales podía ser interpretado como una forma de condena. Algunos demonios audaces, como Luzbel, Belcebú, Odrinoel, Carel, fabricaban, incluso, los productos necesarios para abastecer al paraíso; con el tiempo, el volumen de exportaciones aumentó, lo cual llevó al paraíso a acumular una voluminosa deuda y al eterno (nada más apropiado) desequilibrio fiscal. Al fin y al cabo, el paraíso solo podía pagar con cánticos, que sólo satisfacían a unos pocos demonios amantes de la música clásica, o con consejos y sermones que no interesaban a nadie.
El resultado fue que el infierno era próspero y el paraíso estaba endeudado y en la ruina; en el infierno, a medida que transcurría el tiempo, las necesidades de la producción hicieron que más y más condenados fueran derivados hacia tareas productivas, salvándolos de cualquier castigo, y agregando, más tarde, una pequeña, si bien mezquina remuneración. Pero el resultado fue que el standard de vida de los condenados empezó a mejorar pausadamente, lo cual no es poco cuando se habla de la eternidad.
En el cielo, al revés, las dificultades crecían y los arcángeles mayores no sabían qué hacer; alarmados, subieron las cotas necesarias para la salvación, aumentando la calificación de los pecados, con el explícito intento de disminuir el ingreso de almas que cada vez era más difícil sostener; paulatinamente, las exigencias celestiales se tornaban imposibles de cumplir. Luego, directamente descendieron a la tierra e incitaron a los hombres a pecar.
Y así se daba la extraña paradoja de que mientras los arcángeles trataban de limitar la población de bienaventurados, los grandes demonios exportadores preferían que el paraíso se poblara, y que las almas de la Tierra se salvaran para que de este modo aumentara el número de consumidores, y audaces agentes del mundo subterráneo ofrecían primas y ventajas a quienes decidieran no pecar.
Los teólogos se encontraron ante una situación difícil de resolver: cada vez era más deseable ir al infierno y más difícil entrar en el paraíso; el infierno ofrecía oportunidades interesantes de trabajo y entretenimiento, mientras el paraíso sólo prometía una eternidad de penuria y escasez; el infierno promovía el Bien para asegurarse consumidores, y el paraíso el Mal para limitar la población del mundo superior y equilibrar las cuentas. Algunos teólogos piensan que no se trata de una situación paradojal ni de una confusión; muy por el contrario, dicen, es un reflejo fiel de la realidad, hasta el punto de que es imposible resolverlo y que una mirada, por superficial que sea al estado de la situación terrena es prueba suficiente.
Otros opinan que mediante la colonización económica, el infierno consiguió su objetivo de siempre: controlar el paraíso, mucho más eficazmente que con el burdo intento de Lucifer en el origen de lostiempos, y que ese control infernal del más excelso de los sitios es responsable de la persistencia de los males del mundo.
Hay quienes sospechan, por el contrario, que hace mucho que el infierno y el paraíso son una empresa única, tanto política como económica y teológicamente, y que el eco que perdura en algunos mitos es el lejano testimonio de divisiones remotas, cuyos motivos y razones fueron siempre confusas.
Y hay quienes creen, finalmente, que la diferencia entre el paraíso y el infierno nunca existió, y que tanto uno como otro son invenciones de pensadores propensos a jugar con sutilezas que en realidad no interesan a nadie.
La verdad es que uno no sabe qué pensar.

viernes, 23 de octubre de 2009

Club del chiste científico

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Hay un tipo que quiere saber cuánto es dos más
Consulta a un ingeniero, que le dice: está entre 3.9968743 y 4, 13256789
-Consulta a un filósofo: Mire ¿Qué quiere decir 2+2 ?
Al final, consulta a un contador.
Y éste le dice: ¿Cuánto quiere que sea?


jueves, 22 de octubre de 2009

En un velorio

A las seis de la tarde llamaron para avisar que se había muerto el padre de Rodolfo y dejar la dirección del velatorio. Rodolfo había sido un transitorio compañero de oficina muchos años atrás y nuestra relación nunca había pasado de algunas charlas generales. La verdad es que nunca pensé que volvería a verlo; ni siquiera me acordaba de su cara. El llamado no tenía ningún sentido, pero en realidad nada tiene sentido, y además, no tenía nada que hacer.
El departamento "B", segundo piso, de la casa de velatorios -que se estuvieran celebrando tantos velorios simultáneos en ese edificio hacía pensar en las fosas comunes- tenía, adelante, un hall donde se acumulaba la gente. De un lado, se abría la capilla ardiente, y del otro lado, la puerta de un pequeño cuarto que en ese tipo de lugares llaman "sala íntima". Junto a la puerta de entrada, una kitchinette y una pileta donde se amontonaban ya los vasos de café, y justo enfrente, por una simétrica perversión de la arquitectura funeraria, un baño. Enormes coronas y palmas de flores estaban colocadas en el pasillo de entrada y en la capilla ardiente. No me gusta la capilla ardiente; en cambio, me encanta leer lo que está escrito en las coronas: "sus hijos", "sus nietos", "sus compañeros de trabajo", "los directivos de la fábrica o la empresa"; son una especie de curriculum del muerto.
Me entretuve leyendo las cintas porque no conocía a nadie de los que estaban allí. Conformaban un séquito del muerto que funcionaba según sus propias reglas de parentesco, precedencia, legitimidad en la índole y el grado del dolor, que se me escapaban por completo. Traté de encontrar a Rodolfo, pero no lo vi. Fui hasta la salita íntima, dando un rodeo por la capilla ardiente. Dos mujeres encorvadísimas se balanceaban junto al cadáver.
Rodolfo estaba conversando animadamente con un amigo cuando yo entré, e instantáneamente bajó el tono de voz, adaptándose al que reinaba allá afuera, en el hall más grande. Había cambiado mucho, y tras un momento de vacilación, me presentó a su amigo: Alberto. Y yo le pregunté qué había pasado, cómo había sido. Es absurdo, porque en ningún lugar se sabe mejor que en un velorio qué fue lo que pasó. Sin embargo, a nadie le parece absurdo, y el pariente, en general se pone a contar todo con lujo de detalles escabrosos, terribles, y eso facilita la conversación, hace que las cosas sean mucho más llevaderas. Rodolfo me dijo que se había tratado de una enfermedad muy larga y que ese final había sido absolutamente previsible, y acto seguido empezó a describir la enfermedad con todo tipo de detalles repugnantes. A mí esos detalles, u otros, en realidad me daban lo mismo, sobre una persona que yo no conocía y que no me importaba nada, y sólo escuchaba, superficialmente, las terminacio
nes de las palabras, nombres de enfermedades que había padecido el padre de Rodolfo y que finalmente habían acabado con él: "...osis", "...itis" y así. En ese momento entró un hombre mayor, alto, muy gordo, que vestía un traje marrón, que se sentó y preguntó cómo había sido. Rodolfo empezó otra vez a contar cómo había sido, con todos los detalles. "Y entonces, la flebitis, .... y entonces, ...osis, ...itis" y sin transición dijo que iba al baño porque no aguantaba más y salió. Llegó una mujer que se abrazó a Juan, sollozó un poco y después preguntó cómo había sido. Me gustó que en esa familia todos empezaran los velorios de la misma manera que yo y Alberto contó que la flebitis y eso. Juan y yo asentíamos, la mujer -que se llamaba "la Tía Amalia"- sollozaba y decía que todo había sido tan rápido y tan inesperado.
Rodolfo se había ocupado de aclarar muy bien que no había otro desenlace posible que no fuera éste, pero cuando la Tía Amalia dijo que todo había sido tan rápido y tan inesperado, todos dijimos que sí y nos quedamos mirando el piso, sin saber cómo seguir. En esos momentos lo que conviene es deslizar un comentario al pasar, sobre el tiempo, o algo así, y entonces a uno se le ocurren enseguida un montón de temas para seguir la conversación. Y en eso, volvió Rodolfo. La Tía Amalia lo abrazó y le preguntó cómo había sido. Rodolfo empezó a contarle todo de vuelta, y ella, con una perfecta sangre fría decía "qué barbaridad", como si lo escuchara por primera vez y murmuraba que todo había sido tan rápido y tan inesperado. La Tía Amalia le preguntó a Rodolfo si había comido. Rodolfo contestó que no, pero que tampoco tenía hambre. La Tía Amalia insistió, y entonces propuse ir a un café, a comer un sandwich o dos sandwiches, por caso. Rodolfo insistió en que no tenía hambre, pero igual
aceptó. Salimos al pasillo. Un grupo de tres personas estaba bajando por la escalera.
Y entonces me di cuenta. En medio de dos o tres personas bajaba Rodolfo; ahora sí lo reconocí perfectamente, y él me reconoció a mí. ¡Me había equivocado de piso! Rodolfo me abrazó sollozando, le pregunté cómo había sido, y él que también estaba bajando a comer algo, me habló de la "...itis,...osis.., itis", mientras yo me daba cuenta, al fin, de que todos los velorios son iguales, de que todas las vidas son iguales, de que la muerte no iguala, como dicen la viejas sino que sólo revela una igualdad esencial, que nada importa nada, que nada significa nada.

martes, 20 de octubre de 2009

Pi

En el barrio de Palermo
contaba ayer una vieja
que un taura, en una payada
cantó una cosa compleja.

"Compadre, sólo le pido
que me diga usté a conciencia
cuantas veces entra el radio
en una circunferencia".

El otro, que era malevo,
no se dejó intimidar,
pulsó la viola con fuerza
y le empezó a contestar.

"Qué quiere que yo le diga,
si usté me pregunta así,
contesto que el resultado
nunca pasa de dos Pi".

domingo, 18 de octubre de 2009

Arte de vanguardia

La compañía británica 1157: performance group estrenará el doce de mayo la pieza "Muerto: así estarás", cuyo protagonista ha de ser nada menos que un cadáver. Los integrantes del grupo, olvidando la historia del siglo XX (y Loot de Joe Orton), han decidido que la muerte debe dejar de ser un tabú social, y tomaron la macabra iniciativa de recorrer hospitales ofreciendo a los enfermos en las diez de últimas que donen sus cuerpos para el escenario, previo paso por el gabinete de un embalsamador.
El emprendimiento vanguardista inglés está emparentado con la muestra itinerante de Helford Hennington, que bajo el título Kama Sutra del más allá, exhibía cadáveres en alrededor de 40 posiciones eróticas del libro de marras; Hennington fue condenado por profanación de tumbas y robo de cadáveres en los pueblos que tocaba su exposición (y calificado, curiosamente, como "moralista" por un diario de provincias).
En la misma tradición se ubicó la colección de ataúdes eróticos de Helène Dumois y la galería pornográfica de Louis Mériel, compuesta exclusivamente por esqueletos -que el autor definía alegremente como "un grupo de personas sólo en huesos"- practicando rituales de sexo en grupo. El esqueleto como última frontera de la desnudez fue, más allá de la representación tradicional de la muerte, utilizado en una obra de violenta raigambre antirreligiosa, como el retablo en el que San José, María y el niño aparecen "sólo en esqueleto", rodeados por las correspondientes osamentas del asno y el buey; ubicada al lado de Violación de la virgen, que siguiendo más o menos la escenografía de la Muerte de la Virgen del Caravaggio, presentaba un cadáver desnudo y embalsamado siendo violado por otro cadáver.
La irreverencia de estas obras era tal que despertó las iras de la Iglesia Católica (más si se tiene en cuenta que fueron inauguradas en Semana Santa). Sin llegar tan lejos, las instalaciones de Alfred Raçat incluían un corralito infantil, dentro del cual se ubicaban doce maniquíes perfectamente vestidos: la obra se llamaba Políticos en su salsa y el corralito estaba lleno de pescado fresco y real que se iba pudriendo con el correr de los días hasta que el olor se volvía por completo insoportable.
León Ferrari incluyó, para horror de los espectadores, y de la Sociedad Protectora de Animales, ejemplares vivos en sus obras, y algo similar pudo verse en una exposición de Juan Fresán, en la que un pescadito mínimo oscilaba en el agua oscura que ocupaba un torso de mujer transformado en insólita pecera. El transcurso del tiempo era aquí el protagonista, ya que el agua, al principio límpida, había sido transformada por el pez en una turbiedad culpable, transcurrida sólo una semana de la inauguración. Un espectáculo que puede verse en miles de peceras, además, y en innumerables jaulas en que canarios infelices no pueden volar.
Fue la razón por la que el artista plástico Naum Fischbak optó por no exponer y llevar adelante tours de recorrida mirando jaulas de pájaros (que incluían veterinarias y pajarerías). En ocasiones, Fischbak se aventuró por el zoológico de La Plata, donde, cuentan, había un tigre que se había vuelto completamente loco de tanto dar vueltas por una jaula siniestra de apenas seis metros cuadrados (en Thames y Corrientes vi a un pájaro aprisionado por una jaula increíble, apenas más grande que su propio cuerpo).
Albert Franza mostró fotografías de madres haitianas dándoles a sus hijos sopa de papel (y los espectadores debían beber un jarro de la que se cocinaba ahí mismo); artistas venezolanos obligaban a los espectadores a presenciar la crueldad del faenamiento de un chancho e ingerir luego embutidos; un escultor brasileño abandonó el cincel y organizó tours por los frigoríficos ("Presenciar el arte es presenciar el sufrimiento" era el lema).
Más inmersos en el hiperrealismo positivo, un grupo mexicano llevaba a grupos selectos (que pagaban una jugosa tarifa) a ver a los niños cuasi esqueléticos del fondo de las minas, a recorrer los hospitales de provincias donde miserables morían llenos de gusanos y sin poder donarsu cuerpo para las tablas; villas miseria donde chicos y chicas desnudos revoloteaban en la basura cubiertos de mugre y de moscas, villas miseria donde la sarna hace presa de familias enteras que se consumen en la mierda, y en fin, a visitar a tanta gente que nace y muere sin haber vivido.

viernes, 16 de octubre de 2009

Club del chiste

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Las tres leyes de la termodinámica :
1) No podes ganar.
2) No podes empatar.
3) No podes abandonar el juego .

miércoles, 14 de octubre de 2009

Jugando con la luz hacia Suecia

Los Premios Nobel fueron concedidos a tres científicos que permitieron progresos decisivos en el desarrollo de las fibras ópticas y las imágenes digitales. Los galardonados son un investigador chino y dos estadounidenses.

Por Leonardo Moledo
Página/12, miercoles 7 de octubre


Primero, los premiados, o más bien los laureados (es un anglicismo que lentamente se va imponiendo en todos los idiomas). A saber: Charles K. Kao (chino, Standard Telecommunication Laboratories, Harlow, Reino Unido, y Chinese University de Hong Kong), por sus trabajos pioneros en la transmisión de la luz a través de fibras ópticas: se alzó con la mitad del premio de alrededor de diez millones de coronas suecas; más o menos un millón y medio de dólares.

La otra mitad se repartirá entre Willard S. Boyle y George E. Smith (estadounidenses, de los Laboratorios Bell, Nueva Jersey, Estados Unidos, dicho sea de paso donde se descubrió la radiación cósmica de fondo, que valió dos premios Nobel), por la invención de un sensor de imágenes, el CCD.

Bueno, ya está.

Y ahora, primero que nada, la fibra óptica, que no es otra cosa que una hebra de material capaz de conducir la luz como un cable conduce la electricidad. La idea central que permite este notable fenómeno (que los rayos de luz, rectos y señoriales, sean domesticados hasta el punto de hacerlos doblar o moverse en ángulos rectos) se basa en el hecho de que la luz que penetra por el tubo interno de la fibra se refleja una y otra vez en las paredes interiores de ésta, terminando por adaptarse a su recorrido. Es, en el fondo, como si se construyera un túnel de espejos: la imagen, reflejada en el primero, lo haría después en el segundo, ésta en el tercero y así sucesivamente. Por supuesto, que al llegar al final del túnel aparecería deformada, porque la reflexión no es perfecta (dista mucho de serlo); parte es absorbida y parte es modificada por las anfractuosidades de cada espejo: el resultado que podría obtenerse así de la imagen original del desprevenido lector sería un perfecto monstruo –o un as de la belleza, vaya uno a saber– pero muy alejada del modelo original.

Algo parecido ocurre con la luz que penetra por el extremo de una fibra óptica: si su reflexión en las paredes no es perfecta, no sólo se deforma la señal, sino que también se pierde energía debido a la absorción de las paredes internas. Para que la fibra óptica funcione como tal, la reflexión debe aproximarse a la perfección y la absorción a cero.

Hasta los años sesenta, tal maravilla se había conseguido apenas en una extensión de unos 20 metros, pero en ese año de quiebre, justamente, en 1966, Charles K. Kao encontró la manera de transmitir luz a través de distancias más largas (hasta cien kilómetros, mediante fibras del vidrio más puro). La maravilla se multiplicaba por cinco millones.

Y cuatro años después se fabricaba ya una fibra óptica de vidrio ultrapuro, que permitía transmitir la luz hasta distancias enormes, verdaderamente enormes, como por ejemplo para bajar una cámara hasta el fondo del océano (aunque para poder hacerlo todavía hacía falta la contribución de los otros dos laureados... pero esperen).

A partir de entonces, las fibras ópticas colonizaron todos los rincones técnicos de la vida tecnológica cotidiana, desde los teléfonos hasta Internet. Los haces de fibras ópticas, con su aparente simplicidad e inocencia, transmiten y se encargan de la mayoría del tráfico de señales del planeta, y ya constituyen un entramado definitivo –piense el lector tan sólo en Internet–.

Y aquí vienen los otros dos. Porque resulta que buena parte de ese tráfico de señales consiste en imágenes. Imágenes digitales, por supuesto, y todo gracias al trabajo de Willard S. Boyle (que, dicho sea de paso, lleva el mismo apellido que Robert Boyle, quien en siglo XVII revolucionó la química) y George E. Smith, quienes en 1969 desarrollaron un sensor de imágenes: el CCD (Charge-Couple Device), un aparatejo que mediante el uso del efecto fotoeléctrico transforma la luz en señales eléctricas.

El efecto fotoeléctrico, aunque conocido desde antes (la luz es capaz de arrancar electrones de una superficie metálica), fue explicado por Einstein en el “año milagroso” de 1905 (y le valió el Premio Nobel de 1921, ya que la academia no se encontraba todavía “muy segura” respecto de la teoría de la relatividad).

Lo que encontraron Boyle y Smith en 1969 fue la manera de captar y leer fotoeléctricamente (es decir, transformar en pulsos eléctricos) un número muy grande de señales luminosas puntuales de manera instantánea, o por lo menos en períodos cortísimos de tiempo. De esta manera, la imagen transportada por la luz, en vez de ser capturada por una película fotosensible, puede ser almacenada como una serie de señales eléctricas (digitales, naturalmente) que se pueden procesar, reenviar (punto por punto, o pixel por pixel) o lo que quiera que se haga con las imágenes. No hay límites.

Cuando uno se ve en el poco agradable trance de ser sometido a una endoscopia (bueno, no es para tanto), literalmente se traga (lo único verdaderamente desagradable, y eso por no poner un ejemplo que podría resultar escatológico), una cámara CCD, que fotografía el interior del estómago, convierte la imagen en impulsos eléctricos, que una fibra óptica, que se dobla y se retuerce dentro del esófago del infeliz paciente, transmite, y luego es reconvertida en imagen. Cuando el médico la examina, reúne a los tres laureados en esa inspección (y a Einstein también, en cierto modo).

Mientras, el paciente, en la camilla, se pregunta cuánto durará todo eso. Pero piensa (o por lo menos después de leer este artículo pensará) que, al fin y al cabo, ese examen no sería posible hace sólo cuarenta años: ver el interior del cuerpo: ¿no es maravilloso?

Y lo mismo ocurre cuando con las modernas cámaras digitales alguien saca una foto de su bebé gateando por una playa, de las Torres Gemelas hundiéndose, de un asesino ultimando a su víctima o de un futbolista que, en la cancha de fútbol, escupe la mejilla del árbitro.

Pero no sólo se trata de saliva o de playas: un enorme telescopio que está enfocado en las galaxias lejanas (o cercanas) transforma la imagen en luz y la transporta a una pantalla donde el astrónomo de turno la analiza o la almacena en algún dispositivo para analizarla con cuidado más tarde.

Y así es, amigos, como se recorre el camino hacia Estocolmo. Las imágenes que se saquen del momento en que Kao, Boyle y Smith reciban el premio de manos del rey de Suecia se transformarán en impulsos eléctricos y recorrerán el mundo por las redes de fibra óptica, hasta ser reconvertidas en todas partes del mundo.

Verdaderamente, estos muchachos hicieron un buen trabajo.

martes, 13 de octubre de 2009

Un viaje perfecto

–¿Una semana? –dijo la chica de la agencia de viajes “El placer de viajar”– Tenemos una oferta excelente: se llama “Semana emocionante, aproximación al turismo aventura”. Primero, un día y medio en Bagdad, y de allí por tierra a Kabul, donde se pasa otro día y medio. Si consigue salir vivo de los atentados y los talibán, se viaja a Sudán, donde tiene la ocasión de asistir a un genocidio, del lado que usted elija, más unas horas en las cárceles de Mugabe (esto es optativo), y después, viaje a Europa en una lancha patera, desde donde lo que quede de usted, o su cadáver, es devuelto a Buenos Aires. Todo por tres mil dólares.
Era tentador. Además, era barato. Pero no era políticamente correcto, en especial la parte del genocidio (¿y qué significaba “del lado que usted elija”?). La chica captó la duda en mi mirada.
–Se ve que a usted le gusta la seguridad.
–No, no es exactamente eso... Es que lo de la cárcel de Mugabe...
–Eso es optativo...
–Igual... ¿no será incómoda? Además, está el asunto del genocidio que...
–Se ve que a usted le gusta la seguridad –sentenció la chica, no sin un dejo de desprecio–. Pero si es así, por cuatro mil dólares tenemos el tour europeo, visitando sesenta y nueve países.
–¿En una semana? –me asombré, mientras recordaba la película Si es martes, debe ser Bélgica– ¿no son demasiados destinos?
–Para nada –me contestó–, en Europa hay muchos puntos de triple frontera, y allí se rodean esos puntos con un ómnibus. Después, una avioneta sobrevuela los países que faltan, haciendo picadas sobre las ciudades más importantes, naturalmente con un guía que le explica todo y que le entrega fotos presacadas.
–No me gusta lo de la avioneta y las picadas –dije–, me podría marear.
–No se preocupe –se apresuró la chica–. La agencia le facilita dramamine. Pero si la avioneta le molesta, por cinco mil dólares hay un tour terrestre, recorriendo solamente veinte países y en los siete días ni siquiera necesita bajarse del ómnibus: el guía le explica todo.
–¿Y cuáles son los países? –pregunté.
–En general, desprendimientos de la ex Unión Soviética, y los Balcanes –me contestó–; hace falta ahorrar nafta y por eso en general se utilizan países chicos. Ahora, si usted tiene algún prejuicio contra los Balcanes, por nueve mil dólares puede recorrer la Unión Europea.
–¿También en ómnibus?
–También en ómnibus –me dijo–. Sin bajar ni una vez.
Estuve a punto de sacar la chequera.
–¿Sabe qué pasa? –le dije–. Que estar siete días arriba de un ómnibus, sin siquiera bajar puede ser un poco... ¿cómo decirle?
–¿Encerrante? –aventuró la chica–. Pero usted no será claustro...¿maníaco?
–No soy claustrofóbico –la ilustré–, pero así y todo...
–Usted es un cliente difícil –dijo la chica–, pero me gustan los desafíos. Al fin y al cabo estudié marketing en la UADE, donde me recibí de licenciada en embalajes...
–Una bonita carrera –comenté, empezando a comprender.
–El turismo es un arte –dijo la chica– y tanto el arte como esta agencia tienen infinitas posibilidades. Si no le gusta el ómnibus, lo llevamos a alguna ciudad europea, y lo instalamos en un departamento, con un guía que le explica todo. Ni siquiera necesita bajar a la calle. Por solamente once mil dólares.
La cosa me iba gustando más... –supongo que el viaje en avión es en clase turista, con esos asientos pegados unos con otros, que parecen más bien celdas de alta seguridad.
–Pero no necesita viajar en avión –me dijo la chica; sus ojos chispeaban ante el desafío que parecía ser ofrecerme un producto que me gustara–. Por trece mil dólares se queda en Buenos Aires; y un guía va a su casa a explicarle todo.
–¡Bien! –dije– creo que...
–Por dos mil dólares más puede prescindir del guía y le alcanzamos un mapa –empezaba a comprenderme.
–Ah –le dije– ese programa me entusiasma. ¿Pero, es imprescindible el mapa?
–Para nada –me contestó– por diecinueve mil dólares no le damos nada; usted se queda en su casa y hace su vida normal de todos los días. Puede salir, puede ir a trabajar, puede hacer lo que quiera.
Era exactamente lo que quería. Un viaje perfecto, sin ninguna de las molestias habituales: hice un cheque de inmediato.
Y la verdad es que el viaje resultó efectivamente perfecto, hasta que un episodio lo perturbó: el último día, cuando se acercaba el final, mientras estaba en el café mirando por la ventana, se me acercó mi abogado; le expliqué que estaba viajando.
–¿En serio?
Le conté las peripecias de mi vida cotidiana durante la semana.
Pero mi abogado no se convenció. Pedestre como siempre, me dijo que por treinta y ocho mil dólares, podía conseguir que la agencia de turismo me devolviera los diecinueve mil que había pagado. De inmediato le hice el cheque, pensando que si lo conseguía, haría otro viaje de la misma manera.
Ustedes dirán que estaba gastando mucho dinero, pero yo no me preocupé por el asunto; al fin y al cabo, ninguno de los cheques tiene fondos.

viernes, 9 de octubre de 2009

Hoy, cortitos y al pie

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¿Por que los osos blancos se disuelven en agua? Porque son polares.

¿Que hace un electron cuando cae al suelo? Planck
¿Y cuando eructa? Boooooorh

¿Que es un oso polar ? Un oso rectangular, despues de un cambio de coordenadas.

Dos vectores se encuentran y uno le dice al otro: “¿Tienes un momento?”

¿Que le dice la curva a la tangente?: “No me toques!.”

“Me gustan los polinomios, pero solo hasta cierto grado.”

¿Que le dice un superconductor a otro ? “Que frio hace!, no resisto mas.”

jueves, 8 de octubre de 2009

Consolacion por el futbol

Boecio (480-525) fue uno de los intelectuales más notables de su tiempo: fijó buena parte del pensamiento medieval temprano (entre otras cosas, inventó el trivium y el cuadrivium, base de la educación en la Edad Media). Cónsul romano, traductor de Platón y de Aristóteles, cuya lógica estudió y describió, fue consejero político del rey ostrogodo Teodorico. Sin embargo cayó en desgracia, Teodorico lo arrojó en la cárcel, donde fue torturado, y pasó un año hasta ser ejecutado. Durante ese año, y en la propia cárcel, escribió La consolación por la filosofía, en una línea principalmente estoica: consiste en un diálogo entre la Filosofía y él, en el que la primera lo consuela de sus desventuras demostrándole que aun en la cárcel se puede ser feliz, ya que la felicidad es un estado interior independiente de las circunstancias. Pero ese día era imposible leer: el café La Orquídea estaba de bote en bote: transmitían un partido de no sé quién contra no sé quién y la platea estaba excitadísima; los gritos atravesaban el café y hacían imposible concentrarse en Boecio. Después de un rato, no pude más, me levanté, me acerqué a un tipo, habitué del café (le faltaban las dos piernas, pero lucía un par de prótesis espectacularmente neorrealistas), que vociferaba instrucciones a los jugadores: “¿Pero qué hacés, inútil, qué hacés?”, y traté de explicarle. “El no lo escucha”, le dije con amabilidad: el televisor es sólo un aparato y no más que eso, los jugadores no están allí, son apenas haces de fotones que parten de la pantalla, y que alcanzan su retina, donde se transforman en impulsos nerviosos”; pero el hombre no se dejó convencer por las verdades de la ciencia positiva; agarró su jarra de cerveza y me la arrojó, manchando la Consolación... de Boecio, que imprudentemente había conservado en mi mano.
Volví a mi lugar, pero al rato la barahúnda era otra vez tan infernal que me creí obligado a intervenir nuevamente: después de comprobar que no estaba tomando cerveza, me acerqué a una gorda, y empecé con la letanía de los fotones y los impulsos nerviosos, mientras un jugador, que tras haber recibido el pase de un corner tenía el camino abierto hacia el arco miraba alrededor, sin decidirse, como un Hamlet de la pelota: “Pateá, degenerado”, aulló la gorda, y yo: “No le hable, no la escucha, escuche lo que dice Boecio: ¿Por qué buscas la felicidad fuera de ti? La felicidad es un estado interior”. Diez brazos me agarraron y me arrojaron a la calle, con Consolación y todo, mientras las bocas volvían a gritar: “Animal, pateá, ¿qué estás haciendo” y entonces, desde el suelo y a través de la ventana, vi que... que... el jugador pateó... y...
¡¡¡¡GOL!!!! se escuchó el aullido de la horda primitiva, el grito de los homínidos que se ponían de acuerdo para la caza del mamut, de los Pitecantropus que avisaban de la presencia de un tigre dientes de sable..., del homo afariensis cuando se disponía a destruir para siempre a una tribu enemiga... (o que eventualmente le hacía un gol). La gorda gritó con tal fuerza que no sólo me rompió los tímpanos sino que bajó cinco kilos, el fulano de las prótesis y la cerveza revoleó las susodichas, y el aullido inmenso se replicaba con cada repetición..., sin que a nadie le importara la flecha de la termodinámica, ni la imposibilidad de retroceder en el tiempo..., en verdad se mecían entre el pasado inmediato y el presente en un vaivén entre el pasado y el futuro que hubiera espantado al propio Boltzmann...
Y yo me quedé atónito.
No me sentía muy infeliz tirado en la vereda (al fin y al cabo, la felicidad es sólo un estado interior, Boecio dixit). Pero no podía creer lo que había visto, ni la manera en que la tecnología, rayos catódicos y fotones incluidos se habían adaptado a las pautas culturales. Había aprendido algo.
Entré en mi edificio, y al mismo tiempo que apretaba el botón, le dije al ascensor: vení, por favor. Y el ascensor vino.
Cuando llegué a la puerta de mi casa, y al mismo tiempo que hacía girar la llave en la cerradura, le dije a la puerta: “Abrite”. Y la puerta se abrió.
Después le expliqué al lavarropas: aunque la fuerza centrífuga en realidad no existe, hazlo, mientras apretaba la perilla de centrifugado. Y a las luces, préndanse, y se prendieron..., poco a poco y ante mis amables palabras, Consolación por la filosofía en la mano, la casa entraba en funcionamiento y me mostraba un mundo más rico, infinitamente más rico, en el que los aparatos se habían vuelto sensibles a la maravilla del lenguaje y se incorporaban a los grandes relatos posmodernos.
“Encendete”, le dije sonriendo a la computadora. Pero esta vez, nada: arrancaba y aparecía un cartel “error fatal”. Prendí, apagué, intensifiqué mis súplicas, rogué, pero ella, impertérrita. “¿Y qué me importa?”, dije, “la felicidad no está fuera de mí, la felicidad, como dice Boecio, está dentro de mí, con computadora o sin ella. Por eso Boecio pudo encontrar la paz y la esquiva felicidad dentro de la celda, mientras esperaba a ser ejecutado, y nos legó su Consolación, pura teoría estoica tardía”; al fin y al cabo es sólo un aparato; “encendete, encendete”, empecé a subir la voz.
Caía la luz y la noche se apoderaba de la ciudad con precisión, la noche espesa y abigarrada, cuando todas las puertas están cerradas y vagan los fantasmas de la canción: hasta el horizonte (vivo en un piso trece), se veían los cuadraditos de las ventanas iluminadas por los televisores que transmitían partidos de fútbol que eran jugados a lo ancho y a lo largo del mundo, la noche inclemente, en la que yo, sólo yo, estaba desconectado del mundo, solo con Boecio...
“ENCENDETE”, aullé y finalmente (era el intento número 423.815)... la computadora fue sensible a mis palabras y la maravilla de Bill Gates (nuestro carcelero) se encendió correctamente. Tiré el libro de Boecio a la basura, llamé a Google (por favor, Google...) y gozosa y felizmente me puse a navegar.

martes, 6 de octubre de 2009

Lavar los platos

 Por Ignacio Jawtuschenko * y Leonardo Moledo

El 24 se cumplieron 15 años de aquel infausto “que se vayan a lavar los platos”, del entonces superministro Domingo Cavallo (¿alguien se acuerda de él?, ¿o más bien de las consecuencias de su política?), dirigido a la socióloga y demógrafa Susana Torrado, que hizo la primera advertencia de que estábamos yendo de cabeza hacia el desastre. Fuimos, efectivamente, hacia un desastre que la sociedad todavía está pagando. Pero, afortunadamente, la ciencia argentina levantó la cabeza... Y marcha.


Doctora Torrado, se cumplen 15 años de aquel episodio. ¿Cómo lo recuerda?

–Se trata de un suceso que no voy a olvidar nunca, y que quedó de referencia. Pero lo más importante es que, más allá de que Cavallo descalificó y mandó a lavar los platos a una investigadora, los científicos reaccionaron de una manera de la que no recuerdo antecedentes. Respondió como verdadera comunidad.

–¿Que implicó esa respuesta como comunidad?

–Fue una demostración pública de defensa en bloque de la práctica científica y una manifestación clara del respeto que el poder político le debe a toda actividad científica.

–¿Cuál era la situación de las ciencias sociales en aquel momento?

–Empezaba a hacerse evidente que la actividad científica podía ser útil para el diagnóstico del país. Hasta la recuperación de la democracia, las ciencias sociales estuvieron censuradas, perseguidas y refugiadas en los centros privados, con tremendas restricciones de acceso a, por ejemplo, los datos del sistema estadístico nacional, que son un insumo fundamental. Y en los años que van de 1984 a 1994 rehicimos el campo de las ciencias sociales, se recuperó el entramado académico y comienzan a salir al espacio de los medios de comunicación los resultados de los trabajos.

–Y aquel día de septiembre de 1994 a usted se le ocurrió decir que “el Rey está desnudo”... Mejor, tratándose de Menem, pongámoslo con minúscula, “el rey está desnudo”.

–Bueno, yo trabajaba en el Centro de Estudios Urbanos y Regionales, una institución independiente, ubicado en el edificio de la esquina de las avenidas Corrientes y Pueyrredón...

–En el edificio de los 70 balcones y ninguna flor...

–Sí, ese mismo. El periodista Gerardo Young me hizo una entrevista para la radio acerca de nuestras investigaciones y critiqué la tasa de desocupación oficial, dije que era un indicio de las consecuencias que pronto traería el ajuste neoliberal. El ministro Cavallo se enteró de la crítica justo cuando estaba en una reunión con periodistas y allí me desacredita de una manera muy grosera y me menciona como “esa mujer”... Claro, no me conocía.

–Pero además era un mal momento para el Conicet, estaba en duda su supervivencia...

–Sí, así es. Era una situación muy especial, un científico se animaba a contradecir lo que nadie discutía, y encima una mujer. La gente joven del Conicet lo tomó como un insulto a los científicos, más allá de Susana Torrado. A la vez era el Conicet el que venía a señalarle a Cavallo las consecuencias de su modelo económico. Para él resultó insoportable, por eso buscó todas las formas posibles para desacreditarnos. Me acuerdo de un acto muy bueno que llamamos “Enseñándole al ministro”, que funcionó como una radio pública en Plaza de Mayo frente a la ventana de su despacho del Ministerio de Economía; recuerdo que estuvo Pérez Esquivel y otra gente, vino mucha gente a la Plaza y se habló de política, de ciencia y de libertad académica.

–¿Cree usted que la clase media acompañó en esa defensa?

–En primer lugar, “la clase media”, como categoría, me causa problemas. Creo que es necesario entender que lo que se intenta agrupar con la etiqueta de clase media es una sumatoria de grupos muy disímiles. Hay sectores que pueden ser sensibles a atropellos de este tipo y otros que ni se enteran, ni se movilizan. Justamente me estoy abocando a esta problemática: estoy por publicar un estudio acerca de la composición, orígenes, mecanismos de bienestar y vías de movilidad social tanto ascendente como descendente, centrado en las clases medias.

–¿Alguna vez Cavallo la llamó para disculparse?

–No.

–¿Se habrá arrepentido?

–Supe que Cavallo lamenta lo ocurrido, incluso lo dijo en una reunión pública en la Facultad de Medicina. Pero nunca retrocedió, no es una persona de ceder.

–¿Cree que dejó algún tipo de lección a la llamada “clase política”?

–Creo que resultó un avance en hacer entender el rol de la actividad científica. Hacer ciencia no es encerrarse en el laboratorio o sólo sentarse en un cuarto a leer. El rol de la ciencia es clave en la vida de la sociedad, y el científico no es más ese estereotipo de distraído. Como lo demuestra el caso del Indec, su práctica genera información que tiene aspectos sociales y económicos inherentes, que son todo menos abstractos. Hoy en los sectores políticos hay más conciencia respecto de la importancia de la actividad científica. Como lo muestra el conflicto y la intervención política en el Indec, claro ejemplo de la tensión en la relación de los científicos con el poder político, de colisión de la ciencia con los gobiernos de turno, sea del partido que sea. Al respecto, hace décadas que digo que el Indec tiene que ser un ente autárquico y autónomo.

–La pregunta sociológica es: ¿por qué persiste el estereotipo de mujer que lava los platos? ¿Por qué no es unisex?

–Es una construcción cultural que viene de muy atrás, pero está cambiando; creo que cada vez hay más hombres que lavan los platos y más mujeres que ya no quieren lavarlos. Lo que pasa es que hay sectores sociales a los que esos cambios los aterran. ¡Cómo una mujer va a salir de su casa, va a estar todo el día afuera y no se ocupa de sus hijos, de la limpieza, ni le prepara la cena a su marido!

–Pero si tomamos lo que nos decían en la escuela, no sólo no se hablaba de obligaciones domésticas unisex sino tampoco de una Argentina con diferencias étnicas.

–Es cierto, eso se debe a varias razones. Por un lado, durante años, éste fue un país integrado, no estaban las diferencias que se encuentran en México, por ejemplo, entre los indígenas y los inmigrantes europeos. Pero en la actualidad, cuando se comienza a analizar quiénes son los pobres y quiénes no, o quiénes son los que ascienden y quiénes los que se quedan, se advierte que la diferencia étnica viene de muy lejos.

–¿Desde cuándo?

–Diría desde fines del siglo XIX, cuando se define el modelo agroexportador, se expande la pampa húmeda, se empobrece el Norte y empiezan ahí a contar diferencias étnicas entre la población europea y sus descendientes, radicados en zonas urbanas de la pampa húmeda y la población criolla anterior a la recepción de inmigrantes europeos, que se quedó en sus regiones. Recién después, a partir de las décadas del ‘30 y del ‘40, con el proceso de industrialización, la población criolla empezó a moverse y a adoptar pautas de modernización de comportamientos.

–¿Haría falta una mayor toma de conciencia étnica?

–Agregando la variable étnica, se entendería mejor la desigualdad social, porque en las raíces de la desigualdad actual están estas diferencias étnicas. Se entendería además por qué es tan poco fuerte la identidad argentina –que no es de las más fuertes– no sólo porque los inmigrantes no vinieron de Europa sino “de los barcos”.

* Coautor, con Leonardo Moledo del libro Lavar los platos, Capital Intelectual. Algunas de las últimas preguntas están tomadas de ese libro.

domingo, 4 de octubre de 2009

El retorno de los íncubos

En el año 1150, San Bernardo, que fue conocido como el Doctor Melifluus por la excelencia de sus sermones, y que fundó el monasterio cisterniense de Claraval, llegó a Nantes en visita piadosa y fue consultado sobre un caso muy serio de posesión: una mujer de la ciudad había sido violada por un íncubo (los íncubos eran diablos masculinos, en tanto que los súcubos eran femeninos) repetidas veces. El asunto es que el demonio se le había presentado una noche, se había metido en su cama y había obtenido placer de ella sin que su marido se despertara. La mujer había ocultado durante seis años su vergüenza y su desesperación, pero al final no pudo con ellas y confesó lo que ocurría y su pecado (aunque no era exactamente un pecado voluntario, o por lo menos eso decía) a un sacerdote.
El sacerdote le recetó plegarias, penitencias y peregrinaciones, aunque el íncubo se mostró insensible a ellas; siguió volviendo cada noche, con el agravante de que cada vez era más lascivo. En este punto llegó San Bernardo: la mujer se arrojó a sus pies y le rogó que le ayudara. El santo le prometió la ayuda del cielo, y le dijo que el día siguiente encontraría la solución.
Esa noche el íncubo (quizás al tanto de lo que estaba ocurriendo) se apareció, la vejó y profirió toda clase de blasfemias y amenazas, como si se hubiera vuelto verdaderamente loco (y es difícil imaginar la locura de un demonio).
Pero al día siguiente, San Bernardo había encontrado un remedio: entregó su hábito a la mujer para que lo llevara a la cama con ella. Y surtió efecto: el demonio no se atrevió a entrar en la habitación, pero desde afuera empezó a proferir toda clase de amenazas espantosas y aseguró que volvería para abusar de ella apenas el santo se hubiese marchado.
Obviamente, la irreductibilidad del íncubo indicaba la necesidad de algo más contundente. Al domingo siguiente, San Bernardo convocó a la población a la iglesia, y cuando estuvieron todos reunidos, se subió al púlpito, contó la triste historia y le prohibió al íncubo, en nombre de Cristo, que molestara a cualquier mujer en el futuro. Y esta vez la cosa funcionó: cuando la luz de las velas se extinguió, el poder del demonio fue destruido y el íncubo no apareció nunca más.
Ochocientos cincuenta años más tarde de este episodio protagonizado por San Bernardo, Lía Salgado, conocida también por su pericia en el discurso y conductora de ciclos memorables como Hablemos Claro, organizó un programa para que diversas personas contaran casos de posesión, y me invitó a participar en calidad de inveterado escéptico, junto a brujos profesionales, exorcistas improvisados y sacerdotes consagrados. Y allí recibí la gran sorpresa de escuchar la siguiente historia, que quizás los lectores encontrarán ligeramente familiar. Una mujer, desbordante de angustia, contó que un demonio se metía en su cama todas las noches, ocupando el lugar de su marido cada vez que éste no estaba, y la violaba. Desesperada, ella había rezado y rezado en vano sin resultados, hasta que se le ocurrió colocar una Biblia en la cama, ante lo cual el demonio se asustó y empezó a quedarse en la puerta del dormitorio, pero gritándole insultos horrorosos. La mujer pedía ayuda en el mejor y más c
onfiable de los recintos sagrados: la televisión. Lía Salgado, compungida (y haciendo gala de cierta solidaridad femenina, ya que no podía de ningún modo saber si algo parecido no habría de ocurrirle alguna vez a ella), consultó a una de las brujas presentes. Con un gesto de displicencia, haciendo notar que se trataba de un problema simple, la bruja recomendó que, cuando el demonio se parara en la puerta, encendiera dos velas, y que, al extinguirse ellas, el demonio perdería completamente su poder.
No creo que ni la bruja en cuestión, ni la víctima, ni la mismísima Lía Salgado hubieran leído el indispensable Liber secundus de Arnaud, abad de Bonneval, ni el casi inhallable Dialogus miraculorum de Cesáreo de Heisterbach, y ni siquiera el conocidísimo De universo creaturarum, deGuilielmus Alvernus, pero la inexplicable repetición muestra, quizás, que la televisión no sólo nos sume en la hipnosis supratecnológica. También puede sumergirnos en un dudoso medioevo del cual mucha gente parece no haber aún salido.

viernes, 2 de octubre de 2009

El club del chiste

Hoy, viernes, más chistes. Le agradecemos a Remedios y a Diego. Estos son los chistes que nos han enviado.

Un científico le saca una patita a una araña... y la dice "araña, anda!!"...y la araña anda.
Le quita otra patita y nuevamente le dice "araña anda"...y la araña camina. Le quita la tercer pata... y nuevamente le ordena que camine y la araña camina, y asi sucesivamente hasta que le quita la octava patita y le ordena caminar y no lo hace.
Entonces el científico saca un papelito y escribe: cuando las arañas se quedan sin patas se vuelven sordas.

Hay un ingeniero, un físico y un matemático. Les dan una cantidad de alambre y les piden que armen el alambrado para un campo. El ingeniero arma un campo cuadrado con un alambrado bien firme. El físico se ríe y arma un campo circular y dice: "ja, el circulo maximiza la superficie!". A todo esto, el matemático, que se reía en un costado, agarra el alambre se hace un circulito a su alrededor y dice "ja, me defino afuera!".