Como todo el mundo sabe, el infierno necesita muchos más insumos que el paraíso; mientras en el cielo se las arreglan con un poco de madera para las arpas, y plumas para las alas de los ángeles, el infierno requiere látigos, cadenas, azufre, ollas, aceite hirviendo, máquinas térmicas y mucho combustible para mantener la temperatura, el acero y la electricidad indispensables para los diversos sistemas de tortura; por lo cual el infierno, con las indudables ventajas naturales de un piso sólido, cercanía de los abundantes yacimientos minerales de la corteza terrestre, y un suministro barato de energía a cargo del manto de roca fundida que se extiende por debajo, desarrolló una economía diversificada y orientada hacia el mercado interno, con la ventaja adicional de la consistencia ideológica, ya que el trabajo en las fábricas y las cadenas de producción de insumos infernales podía ser interpretado como una forma de condena. Algunos demonios audaces, como Luzbel, Belcebú, Odrinoel, Carel, fabricaban, incluso, los productos necesarios para abastecer al paraíso; con el tiempo, el volumen de exportaciones aumentó, lo cual llevó al paraíso a acumular una voluminosa deuda y al eterno (nada más apropiado) desequilibrio fiscal. Al fin y al cabo, el paraíso solo podía pagar con cánticos, que sólo satisfacían a unos pocos demonios amantes de la música clásica, o con consejos y sermones que no interesaban a nadie.
El resultado fue que el infierno era próspero y el paraíso estaba endeudado y en la ruina; en el infierno, a medida que transcurría el tiempo, las necesidades de la producción hicieron que más y más condenados fueran derivados hacia tareas productivas, salvándolos de cualquier castigo, y agregando, más tarde, una pequeña, si bien mezquina remuneración. Pero el resultado fue que el standard de vida de los condenados empezó a mejorar pausadamente, lo cual no es poco cuando se habla de la eternidad.
En el cielo, al revés, las dificultades crecían y los arcángeles mayores no sabían qué hacer; alarmados, subieron las cotas necesarias para la salvación, aumentando la calificación de los pecados, con el explícito intento de disminuir el ingreso de almas que cada vez era más difícil sostener; paulatinamente, las exigencias celestiales se tornaban imposibles de cumplir. Luego, directamente descendieron a la tierra e incitaron a los hombres a pecar.
Y así se daba la extraña paradoja de que mientras los arcángeles trataban de limitar la población de bienaventurados, los grandes demonios exportadores preferían que el paraíso se poblara, y que las almas de la Tierra se salvaran para que de este modo aumentara el número de consumidores, y audaces agentes del mundo subterráneo ofrecían primas y ventajas a quienes decidieran no pecar.
Los teólogos se encontraron ante una situación difícil de resolver: cada vez era más deseable ir al infierno y más difícil entrar en el paraíso; el infierno ofrecía oportunidades interesantes de trabajo y entretenimiento, mientras el paraíso sólo prometía una eternidad de penuria y escasez; el infierno promovía el Bien para asegurarse consumidores, y el paraíso el Mal para limitar la población del mundo superior y equilibrar las cuentas. Algunos teólogos piensan que no se trata de una situación paradojal ni de una confusión; muy por el contrario, dicen, es un reflejo fiel de la realidad, hasta el punto de que es imposible resolverlo y que una mirada, por superficial que sea al estado de la situación terrena es prueba suficiente.
Otros opinan que mediante la colonización económica, el infierno consiguió su objetivo de siempre: controlar el paraíso, mucho más eficazmente que con el burdo intento de Lucifer en el origen de lostiempos, y que ese control infernal del más excelso de los sitios es responsable de la persistencia de los males del mundo.
Hay quienes sospechan, por el contrario, que hace mucho que el infierno y el paraíso son una empresa única, tanto política como económica y teológicamente, y que el eco que perdura en algunos mitos es el lejano testimonio de divisiones remotas, cuyos motivos y razones fueron siempre confusas.
Y hay quienes creen, finalmente, que la diferencia entre el paraíso y el infierno nunca existió, y que tanto uno como otro son invenciones de pensadores propensos a jugar con sutilezas que en realidad no interesan a nadie.
El resultado fue que el infierno era próspero y el paraíso estaba endeudado y en la ruina; en el infierno, a medida que transcurría el tiempo, las necesidades de la producción hicieron que más y más condenados fueran derivados hacia tareas productivas, salvándolos de cualquier castigo, y agregando, más tarde, una pequeña, si bien mezquina remuneración. Pero el resultado fue que el standard de vida de los condenados empezó a mejorar pausadamente, lo cual no es poco cuando se habla de la eternidad.
En el cielo, al revés, las dificultades crecían y los arcángeles mayores no sabían qué hacer; alarmados, subieron las cotas necesarias para la salvación, aumentando la calificación de los pecados, con el explícito intento de disminuir el ingreso de almas que cada vez era más difícil sostener; paulatinamente, las exigencias celestiales se tornaban imposibles de cumplir. Luego, directamente descendieron a la tierra e incitaron a los hombres a pecar.
Y así se daba la extraña paradoja de que mientras los arcángeles trataban de limitar la población de bienaventurados, los grandes demonios exportadores preferían que el paraíso se poblara, y que las almas de la Tierra se salvaran para que de este modo aumentara el número de consumidores, y audaces agentes del mundo subterráneo ofrecían primas y ventajas a quienes decidieran no pecar.
Los teólogos se encontraron ante una situación difícil de resolver: cada vez era más deseable ir al infierno y más difícil entrar en el paraíso; el infierno ofrecía oportunidades interesantes de trabajo y entretenimiento, mientras el paraíso sólo prometía una eternidad de penuria y escasez; el infierno promovía el Bien para asegurarse consumidores, y el paraíso el Mal para limitar la población del mundo superior y equilibrar las cuentas. Algunos teólogos piensan que no se trata de una situación paradojal ni de una confusión; muy por el contrario, dicen, es un reflejo fiel de la realidad, hasta el punto de que es imposible resolverlo y que una mirada, por superficial que sea al estado de la situación terrena es prueba suficiente.
Otros opinan que mediante la colonización económica, el infierno consiguió su objetivo de siempre: controlar el paraíso, mucho más eficazmente que con el burdo intento de Lucifer en el origen de lostiempos, y que ese control infernal del más excelso de los sitios es responsable de la persistencia de los males del mundo.
Hay quienes sospechan, por el contrario, que hace mucho que el infierno y el paraíso son una empresa única, tanto política como económica y teológicamente, y que el eco que perdura en algunos mitos es el lejano testimonio de divisiones remotas, cuyos motivos y razones fueron siempre confusas.
Y hay quienes creen, finalmente, que la diferencia entre el paraíso y el infierno nunca existió, y que tanto uno como otro son invenciones de pensadores propensos a jugar con sutilezas que en realidad no interesan a nadie.
La verdad es que uno no sabe qué pensar.
1 comentarios:
Efectivamente, uno no sabe qué pensar. Sobre todo si piensa. Muy interesaante la entrevista sobre la enseñanza de la matemática. Más las preguntas, que las respuestas. En cuanto a éstas, creo que por el momento no las hay, y tengo cierta experiencia al respecto. El saber mismo, por sí, está descartado por estos lares. Este lector recuerda haber estudiado en el secundario la ubicación de la península de Kamchacta (?). Nunca fue ahí ni tiene la intención. Pero no le hizo ningún daño. Hoy parece que la ecuación de 2º grado es pecado mortal si uno no la aplica desde el vamos. ¿Será cierto? ¿Alguien sabe lo que quiere? ¿Alguien sabe lo que puede?
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