lunes, 9 de diciembre de 2013

ASCENSO Y CAIDA DEL ETER


Qué ruido es ése?
El viento bajo la puerta.
¿Qué ruido es ése ahora?
¿qué hace el viento?
Nada, como siempre.
Nada.

T. S. Eliot.

La Tierra baldía


La historia del éter es notable. A fines del siglo XVII, Newton había construido un universo libre de escombros medievales, unificado bajo la égida de la gravitación, y vacío. Los dos siglos siguientes se apresuraron a llenarlo. Motivos, como siempre, había. La teoría ondulatoria de la luz exigía que las ondas de luz fueran ondas de algo, que algo se moviera y vibrara. Las ondas de sonido son movimientos del aire, las olas, del agua. Pero cuando la luz se propaga en el vacío... ¿qué es lo que oscila? El vacío no es nada, y la nada no puede vibrar. Y así fue como el universo se lleno de éter para que algo pudiera vibrar y para que la teoría ondulatoria pudiera vivir.

El éter, tan luego. El éter era una sustancia de inconfundible cuño prenewtoniano: no solamente era incoloro, inodoro e insípido (invisible, e impalpable, además) sino que carecía de peso, era elástico, no ocupaba lugar e interpenetraba los cuerpos, que lo atravesaban limpiamente y sin percatarse de ello. El éter era bastante inverosímil, pero la teoría ondulatoria de la luz necesitaba éter, y hubo éter. Que en la segunda mitad del siglo XIX se hizo mas necesario que nunca, cuando el físico escocés James Clerk Maxwell, entre los años 1864 y 1873, unifico los conceptos de electricidad y magnetismo mostrando que eran aspectos de un único fenómeno el electromagnetismo y mediante un puñado de leyes muy simples logro explicarlo por completo. Era una vasta síntesis, una hazaña de tipo newtoniano, y que, rindiendo tributo a su estirpe, no ahorro notables predicciones. Entre ellas, la que afirmaba la existencia de ondas electromagnéticas (la luz misma, sugirió Maxwell, no es sino un fenómeno electromagnético). Afirmaciones puntualmente verificadas un puñado de años más tarde, cuando Hertz detecto las ondas adivinadas por Maxwell, y que hoy nos deparan placeres como la radio y delicias como la televisión. Y donde se propagaban estas ondas? En el éter, por supuesto.

Pero si se lo piensa, a finales del siglo diecinueve, el éter era una antigualla. Era como una lampara de aceite en medio de una iluminación de mercurio, como un molino de viento al lado de un ciclotrón, como si hiciera falta una carreta para explicar una locomotora. El éter podía convivir sin problemas con la ambrosía de los dioses, o con los cuatro imaginarios elementos aristotélicos, con la alquimia y su piedra filosofal, o incluso con el flogisto, pero en una época que ya manejaba la tabla de Mendeleiev, una sustancia como el éter no solo era químicamente molesta, sino completamente anacrónica. En verdad, el éter era una porquería.

Y sin embargo, allí estaban los científicos viviendo en el éter, (y creyendo en él). Y allí estaba el electromagnetismo exigiendo que sus ondas vibraran en un océano de éter. Que además, estaba en reposo absoluto.

Eso era lo peor de todo. Porque si el éter estaba en reposo absoluto, el movimiento absoluto debía existir también. Era una vuelta atrás. Enterrar los conceptos de reposo y movimiento absolutos había costado una dura lucha. ¡Y ahora volvían, como el fantasma del padre de Hamlet, de la mano del electromagnetismo! Y lo más peligroso es que el electromagnetismo no solo sugería el éter, el reposo y el movimiento absolutos, sino que afirmaba tener las herramientas como para medirlo.

Parecía simple: si el éter, en reposo absoluto, llena todo el universo, entonces la Tierra se mueve a través de una sopa de éter con movimiento también absoluto, y si la Tierra se mueve a través del éter, sobre ella actuara una especie de corriente de éter ( de la misma manera que un avión en movimiento recibe una corriente de aire). Si se envía un rayo de luz en sentido paralelo y contrario a la corriente de éter, esta corriente lo retrasara, de la misma manera que la corriente de un río es capaz de retrasar una barca. Y este retraso constatara el movimiento absoluto de la tierra y la existencia efectiva del éter.

Y bien. El físico norteamericano Michelson perito en medir la velocidad de la luz, no quiso perderse la oportunidad de confirmar el movimiento absoluto de la Tierra moderna a través del éter medieval. Monto los aparejos y afinó los instrumentos para que captaran la magnitud exacta del retraso, por ínfima que fuera. En 1881 llevo a cabo el experimento : el rayo partió y llego sin ningún retraso. Ningún viento de éter había perturbado el firme desplazarse de la luz. Y aunque el experimento de Michelson pareció en su momento un fracaso, había sido todo un éxito. El éter estaba muerto.



5 comentarios:

Diego dijo...

Hola Leonardo, dirijo un proyecto llamado

"Manual Corporal de la Matemática"

te envié un mensaje a tu cuenta de facebook.

Quisiera contactarme con vos.

saludos
diego.vallejo@gmail.com
face: diego.vallejo.arg

Anónimo dijo...

Bueno si mi comentario es

Hola Leonardo
no te olvides de mi

olvidate de todo lo demas

el oso dijo...

Chau, viejo. Seguí descifrando enigmas por allá!

Enlaces dijo...

http://youtu.be/k1-TrAvp_xs

Enlaces dijo...

http://youtu.be/k1-TrAvp_xs