Cuando llegamos a San Marcos Sierra, para nuestras vacaciones, y nos dijeron que a diez minutos de combi, al pie del Uritorco, había un pueblito enteramente ocupado por extraterrestres venidos directamente desde Betelgeuse, manifesté mi inconmovible decisión científica de visitarlo. Mi mujer, que es indiferente a ese tipo de encantos de la astronomía, prefirió quedarse en el hotel, así que tomé la combi, con la sola compañía de seis peregrinos de túnica que farfullaban todo el tiempo en urdu, y una chica que sostenía en una mano la piedra zulú contra el mal de ojo y un libro de Krishnamurti en la otra; según me dijo, se llamaba Livia, y desde su iniciación en la Comunidad de la Galaxia vivía esperando este día en que tendría un contacto de grado diez (así dijo) con los visitantes de Betelgeuse. Betelgeuse, me explicó, es una enorme estrella a punto de convertirse en supernova y estallar, desde donde ellos traen su mensaje de amor y de paz, y se encargan del mantenimiento de u na especie de conmutador instalado en la cumbre del Uritorco, y que se conecta con toda la Galaxia.
"Efectivamente -le contesté-, Betelgeuse puede estallar, en cualquier momento, pero resulta que en cualquier momento de los próximos quinientos millones de años. Y además, está a 425 años luz, lo cual significa cuatro mil millones de millones de kilómetros. ¿Tiene sentido hacer semejante viaje para instalarse en un pueblito al pie del Uritorco?"
Me dijo que yo estaba, evidentemente, influido por la ciencia oficial, que era incapaz de comprender nada diferente, y se calló, ofendida.Apenas nos acercamos al pueblo, nos dimos cuenta de que algo extraño ocurría: en la propia entrada había un extraterrestre de cuatro brazos, vestido con un traje espacial, hablando una jerga incomprensible, que Livia, conmovida hasta las lágrimas, enseguida identificó como el idioma galáctico universal.
Debo confesar que hasta yo estaba impresionado, aunque había detalles que me llamaron la atención: por empezar, me intrigó que el extraterrestre hablara el galáctico con tonada cordobesa. Por otro lado, los brazos extra eran completamente rígidos, como si estuvieran hechos con un material muy parecido al telgopor, y debajo del traje espacial asomaba un par de pies en ojotas. También era extraño que el extraterrestre repartiera volantes de propaganda de una parrilla que, según decía el papel, ofrecía achuras de primera calidad. Livia señaló que eso se hacía, justamente, para disimular y evitar las persecuciones y las críticas de la ciencia oficial. Podía ser, pero no me convenció mucho.
El plato volador estaba estacionado en el centro de la plaza, con un enorme cartel, en rarísimos caracteres, y abajo la traducción al castellano: Plato Volador José de San Martín, Venido directamente de Betelgeuse. Entrada: seis universales (6 U). Cambio de moneda en la casilla adjunta. Era sorprendente que una nave fabricada a 425 años luz llevara el nombre de nuestro héroe local, pero pensé que quizás era una de las tantas cosas incomprensibles de la Galaxia. Livia dijo que era simple cortesía.
Era de veras impresionante (aunque se parecía demasiado al descrito en Andrómeda, de Kart Hysej), pero las paredes eran muy frágiles, como de cartón. Parecían poco prácticas para atravesar 425 años luz, en especial si se tiene en cuenta que el espacio es un vacío absoluto, a 370 grados bajo cero. Se lo hice notar a Livia, pero ella no se impresionó y se limitó a contestarme que la tecnología de Betelgeuse era tan avanzada que bien se podía suponer que hicieran ese viaje con paredes de cartón. Entonces le mostré que las junturas entre el piso, las paredes y el techo no estaban bien ensambladas y que a través de las ranuras se veía perfectamente el pasto de la plaza, pero me pidió que por favor no perturbara la gran experiencia de su vida con mi crudo cientificismo.
La guía extraterrestre que nos acompañaba nos explicaba por señas las diversas cosas que se veían dentro de la nave y que, según se podía presumir, eran objetos de uso corriente en la civilización betelgeusina, pero que a mí me resultaban demasiado familiares: una PC de hace diez años, una máquina de escribir, un teclado electrónico.
También habían instalado un mostrador donde se vendían artesanías de Betelgeuse por unos pocos universales: collares (5U), cinturones (10U), dulces caseros (sin que faltara el dulce de leche), algunas conservas y botellas del licor típico de Betelgeuse (60U), que la extraterrestre encargada del stand nos invitó a probar; cuando Livia lo bebió, pareció que se iba a desmayar mientras murmuraba "esto no es de este mundo", pero a mí me pareció que tenía el mismo gusto que el Tía María.
"¿Qué tiene de raro? -me dijo Livia cuando se lo comenté-, sabemos perfectamente que la Tierra fue visitada muchas veces. Y si no, ¿quiénes construyeron las pirámides de Egipto? ¿Y Machu Picchu?" ¿Qué tenía de extraño que los creadores del Tía María también formaran parte de una avanzada extraterrestre?
La explicación de Livia tenía sentido, pero igual todo era muy raro. Como el hecho de que, a esta altura, y para mi sorpresa, me diera cuenta de que había empezado a entender el galáctico. Fue de repente: -Espe tospo -dijo la guía- sonpo lospo upu tenpe si pi liospo depe copo cipo napa quepe sepe upusanpa enpe bepe telpe gepe upu sepe.
Y entonces tuve la revelación: ¡el galáctico era exactamente igual al jeringoso!
-Espe mapa rapa vipi llopo sopo -dije, en galáctico perfecto-. ¿Por qué dos de los brazos están siempre rígidos? -Nopo sépe. Apa sípi sonpo laspa copo saspa -me contestó la guía.Livia me miraba arrobada; quizás empezaba a comprender las ventajas de una educación científica oficial.
Cuando abordamos nuevamente la combi, Livia me dijo que se sentía flotar a varios centímetros del suelo y un aura de felicidad la rodeaba. Yo, probablemente influido por la ciencia oficial, no estaba tan convencido.
No volví a mirar el Plato Volador, pero apenas arrancó la combi, me dijeron, se elevó por encima de la plaza, tomó altura adquirió una velocidad fabulosa y desapareció. Y esa misma noche escuchamos los informes del Observatorio de Arecibo, según los cuales Betelgeuse había entrado en la fase de explosión. Pepe ropo nopo prespe tépe apa tenpe ciónpo.
3 comentarios:
No hay nada que un creyente convencido no pueda explicar (y que un vendedor de buzones tampoco).
Abrazo galáctico
Otro abrazo.... Vivan los habitantes de Betelgeuse!
Leonardo, me causa sorpresa leer en este cuento, 370 grados bajo cero. Yo había asumido que cuando das cifras, son de las verdaderas.
Te habrá afectado el encuentro cercano?. Un abrazo, sigo siempre con interés el suplemento Futuro que dirigís en página 12. Raúl
Publicar un comentario