"No entiendo cómo los hombres inventaron la palabra felicidad"
Franz Kafka
Franz Kafka
La felicidad es muy cómoda, pero a veces produce trastornos estomacales que desconciertan a los médicos y los obligan a tomar medidas extremas, como recomendar una dieta moderada, que el feliz acepta con circunspección. La felicidad es muy cómoda, pero a veces trae conflictos con los vecinos, que ponen la música muy fuerte, y hay que hablarles y convencerlos de que no es para tanto. La felicidad es fantástica, pero a veces hay cosas que interfieren, se mancha una camisa, o te deportan a un campo de concentración, se cae una copa finísima y se hace añicos contra el suelo, los vidrios se esparcen, y cuando el feliz camina por la noche -el feliz jamás duerme- y recorre la casa con los pies descalzos, en la plenitud del contacto con lo original, las baldosas o el palisandro que puebla la parte inferior de las habitaciones, se corta levemente y salen unas gotas de sangre, o sufre una hemorragia decisiva. La felicidad es sensacional, pero a veces, cuando estás cocinando, se te derrama un bol donde habías batido tres huevos, y tenés que limpiar el piso con un trapo, el trapo se ensucia y tenés que lavarlo con un jabón apropiado, o en su defecto con detergente; en este último caso el trapo se arruina, y el feliz no volverá jamás a tener un trapo de piso. La felicidad es turgente, pero un día se mete una basurita en el carburador, recorre los cañitos que alimentan el motorcito de tu automóvil, y el autómovil se para, tenés que llamar a una grúa y remolcarlo hasta tu casita. O se para en Fuerte Apache, y te secuestran, te torturan y te matan. No confíes nunca en la felicidad.
La felicidad es estática, pero no es difícil que el feliz se embarque en aventuras extraordinarias en busca de más felicidad; la felicidad tiene una tendencia compulsiva al aumento, rara vez se conforma con el plácido equilibrio y allí se encuentra la mayor fuente de sus problemas, y como la felicidad es por definición generosa, el feliz trata de repartirla permitiendo coimas y corruptelas, aunque naturalmente, el primer objeto de la generosidad feliz es el usuario de la felicidad, el feliz, que quiere, una vez que la ha ajustado como un traje a medida, guardarla completamente para sí y que nadie participe de ella. Para lo cual es necesario recurrir a toda clase de triquiñuelas; la felicidad es muchas veces pequeñísima, y hay que buscarla en las cosas muy pero muy chicas, como un caracolito minúsculo, con una lupa, o una lente de aumento de gran tamaño, algo que te revele los detallecitos, las paredes rugosas de un tubito microscópico, de un tubérculo, tubito, de donde hay que raspar y raspar durante horas, con un instrumento afilado, y si es posible con punta, con una punta muy fina, como los que usan ciertos relojeros para ajustar engranajes de relojes antiguos, fabricados hace mucho tiempo, de modelos obsoletos, ya que fueron sustituídos por los aparatos digitales, con visor o sin él, con agujas, escoplos microscópicos capaces de detectar una fina película, sacarla lentamente y permitir que se acumule en un montoncito miserable, que después puede beberse, o preferiblemente fumarse, de felicidad.
La felicidad exige que cuides todos los detalles, y puedas manejar los infinitos inconvenientes, como enhebrar una aguja, o una enfermedad terminal, o perder la cédula, o que se descomponga el teléfono, o subir una escalera con los peldaños rotos, para extender los brazos y que te los claven en cruz, con clavos gruesos, de hierro, que te atraviesan los huesos, y luego con una maza de hierro te rompan las tibias para que te mueras más rápido, o si después de una o dos litros de vino tenés un poco de dolor de cabeza y tenés que acostarse. Podés tomar una aspirina, y si tenés náuseas, de veinte a cuarenta gotas de Reliverán.
La felicidad es un líquido, que se derrama desde el feliz a sus semejantes, y los enchastra para siempre, embarcándolos en fantasías exuberantes, que transforman su vida en un infierno perpetuo.
La felicidad es un horror, por eso las distintas religiones condenan a quienes llevaron una vida casta y pura, sin reproche, a ser eternamente felices en el paraíso. La felicidad es muy cómoda, pero un día te matás o te matan y no sirvió para nada.
La felicidad es estática, pero no es difícil que el feliz se embarque en aventuras extraordinarias en busca de más felicidad; la felicidad tiene una tendencia compulsiva al aumento, rara vez se conforma con el plácido equilibrio y allí se encuentra la mayor fuente de sus problemas, y como la felicidad es por definición generosa, el feliz trata de repartirla permitiendo coimas y corruptelas, aunque naturalmente, el primer objeto de la generosidad feliz es el usuario de la felicidad, el feliz, que quiere, una vez que la ha ajustado como un traje a medida, guardarla completamente para sí y que nadie participe de ella. Para lo cual es necesario recurrir a toda clase de triquiñuelas; la felicidad es muchas veces pequeñísima, y hay que buscarla en las cosas muy pero muy chicas, como un caracolito minúsculo, con una lupa, o una lente de aumento de gran tamaño, algo que te revele los detallecitos, las paredes rugosas de un tubito microscópico, de un tubérculo, tubito, de donde hay que raspar y raspar durante horas, con un instrumento afilado, y si es posible con punta, con una punta muy fina, como los que usan ciertos relojeros para ajustar engranajes de relojes antiguos, fabricados hace mucho tiempo, de modelos obsoletos, ya que fueron sustituídos por los aparatos digitales, con visor o sin él, con agujas, escoplos microscópicos capaces de detectar una fina película, sacarla lentamente y permitir que se acumule en un montoncito miserable, que después puede beberse, o preferiblemente fumarse, de felicidad.
La felicidad exige que cuides todos los detalles, y puedas manejar los infinitos inconvenientes, como enhebrar una aguja, o una enfermedad terminal, o perder la cédula, o que se descomponga el teléfono, o subir una escalera con los peldaños rotos, para extender los brazos y que te los claven en cruz, con clavos gruesos, de hierro, que te atraviesan los huesos, y luego con una maza de hierro te rompan las tibias para que te mueras más rápido, o si después de una o dos litros de vino tenés un poco de dolor de cabeza y tenés que acostarse. Podés tomar una aspirina, y si tenés náuseas, de veinte a cuarenta gotas de Reliverán.
La felicidad es un líquido, que se derrama desde el feliz a sus semejantes, y los enchastra para siempre, embarcándolos en fantasías exuberantes, que transforman su vida en un infierno perpetuo.
La felicidad es un horror, por eso las distintas religiones condenan a quienes llevaron una vida casta y pura, sin reproche, a ser eternamente felices en el paraíso. La felicidad es muy cómoda, pero un día te matás o te matan y no sirvió para nada.
3 comentarios:
Hola Leonardo, incorporé tu blog al mío. Ahora espero tener más tiempo para leer.
Un abrazo!
http://blogs.clarin.com/viajante
Perfecto, Emiliano, olvidado del lapso....
¿era así?
Che, pará, que me agrandé por ser un soberano infeliz...
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