Primero vino el fuego, el árbol que ardía,
la floresta incendiada que aquellos hombres monos
mirarían pasmados. Luego la quemadura y el grito: de esa conjunción momentánea nació todo lo demás. Apenas el fuego y la piel se separaron, ese grito fue historia, leyenda. Fue contado.
Hablo del origen, de la vegetación de piel húmeda
de la selva sudorosa y tranquila,
del tiempo en que nacían los lenguajes
cuando el mito rodó por los fogones.
De la tribu sentada junto al fuego,
del grito de la horda, del sonido
áspero, de la piedra contra la piedra
ablandándose
haciéndose lenguaje, sometiéndose
a la lenta presión de la gramática.
la especie hacía pie sobre la roca viva
los días eran cortados a cuchillo
la noche apenas duraba
las cavernas se poblaban de alfareros
entre gritos nacía
la imperfecta redondez de la cerámica.
y el primer relato: "yo hice ésto".
"Yo lo fabriqué", "contiene el agua"
Esas palabras viajaron
de tribu en tribu, cambiando
las formas, inventando
las costumbres, adaptándose
a la torre y al arado.
Los metales temblaron.
Alguien saludó a alguien,
alguien dijo
que tuvo miedo esa noche.
El viaje, el peligro, el trueno,
se hicieron relato, presagiando
la Ilíada y la radio
Por eso es que a veces,
nos callamos frente al fuego
reavivando fogones ancestrales,
evocando esa memoria de la especie,
donde duermen vigilantes las abuelas
tejedoras.
2 comentarios:
Buenísimo. Los fogones nos reúnen, nos llaman, nos traen los recuerdos atávicos de la especie en ciernes. Evocan recuerdos ancestrales, relatos, mitos, esa atmósfera que nos pone en contacto con los orígenes.
donde duermen esculpidas
las abuelas tejedoras
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