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CAPITULO 40
Los tres anticuarios estaban reunidos en el centro de un patio tradicional. Frente a la proliferación de los malvones, parecían minúsculos, adquirían densidad conspirativa, aunque atenuada por cierto aspecto abogadil, de escribanía. Los cabellos negros y el atildado clavel del anticuario joven se confundían casi con el pelo entrecano del vicedecano Jauretche Saint Simón y con los matices cotidianos del decano Simón de Indias. Revisaban, con la lentitud con que sólo pueden hacerlo seis pares de ojos, un papel cubierto de signos, donde constaba el flujo de maquinaria fúnebre que partiendo de las bocas de expendio de antigüedades se difundía por la ciudad. Nadie dudaba de que se trataba del gran negocio del día.
-Al no tener ataúdes- dijo Simón de Indias apenas nos vio la gente compra maquinaria fúnebre.
-Sin embargo, los circuitos están desorganizados, dijo el vicedecano, adicto a la clase media.
- ¿Por que están desorganizados? -pregunté
-Por la falta del Anticuario Mayor -se apresuró Simón de Indias temiendo una indiscreción por parte de alguno de los otros. Pero que indiscreción podía haber? Alguna indiscreción es posible? Como ustedes saben, el mundo nuestro está totalmente jerarquizado, y es difícil decir si va a sobrevivir a una catástrofe como ésta.
-El Anticuario Mayor es la base y la punta de la pirámide -dijo el anticuario joven, obsequioso, con el tonito irritante de San Telmo.
-¿Y donde está el Anticuario Mayor?
Los tres anticuarios se encogieron de hombros al mismo tiempo. Más que admitir que no lo sabían, decían que preferían no saberlo. Era un gesto harto elocuente, pero agregaba muy poca información.
- ¿Y quién lo reemplaza?
-Es imposible reemplazarlo dijo Jauretche Saint Simón cada Anticuario Mayor elige al que ha de sucederle, y la elección es íntima y secreta. A la muerte, desaparición, renuncia o abdicación de un Anticuario Mayor, se revela, de algún modo, el nombre del siguiente.
- ¿La asamblea de anticuarios? probé.
Retrocedieron horrorizados Me extraña lo que usted dice intervino el vicedecano -un nombramiento de ese tipo tiene que provenir de un poder más sólido que el del consenso que, como se sabe, es mudable en forma absoluta. El cargo de Anticuario Mayor participa de la esencia misma del poder, si es que no constituye su fuente.
- ¿Pero no estaban aquí reunidos para tratar de encontrarlo?
-Por supuesto que no -dijo Jauretche Saint Simón esto es simplemente una reunión de negocios, no una asamblea de política de antigüedades.
-Sin embargo, ustedes están tratando de introducir, o de dirigir el fluir de maquinaria fúnebre en el mercado mi voz tenia un deliberado matiz de acusación. Era una acusación abstracta, lanzada al azar, a la búsqueda de un delito o una culpa a la que aferrarse.
-La maquinaria fúnebre se introduce sola se defendió el decano sigue naturalmente los caminos necrofílicos de la sociedad y más los de una sociedad completamente perpleja por la falta de ataúdes.
-Faltan ataúdes -explicó, relamido, como si hiciera falta, el anticuario joven
-Que son un ingrediente esencial para la clase media -arguyó con un toque de temor el vicedecano El ataúd, para los sectores recién llegados, o todavía colgados del consumo masivo, o por lo menos de las franjas más banales del consumo masivo, funciona casi como un aparato electrodoméstico.
-Con los falsos atributos de la inmortalidad -completó Simón de Indias- ya que la clase media considera que el ataúd es eterno, como ella misma, pero al mismo tiempo sabe que es efímero, como ella misma. Improductivo, estéril, burocrático. Como ella misma.
"La clase media ve su propia imagen en el ataúd, que es una especie de fetiche, de totem, al que rechazan, pero sin el cual no pueden vivir. Por eso son las clases medias las que mas se oponen a la cremación, o cuando no se pueden oponer, tratan de retardarla lo más posible. Usted sabrá de las prácticas cementeriles en épocas normales. Se entierra, se esperan cinco años, se desentierra y se crema. Y el ataúd, que es lo más grave, en tanto, se pierde. La clase media no puede construir bóvedas, no tiene acceso a los panteones. A duras penas alcanza los country clubs."
-Los country clubs son más atractivos que las bóvedas comenté.- Especialmente para los fines de semana.
-Los fines de semana son espurios, pasajeros. Duran poco.
-Aunque se repitan -dijo el anticuario joven.
-Exactamente siguió el decano y entonces, a la clase media,¿qué le queda? ¿Qué tiene la clase media? Solo empleos. Empleos públicos, en la docencia, en la medicina, o si no, son profesionales liberales: contadores, psicoanalistas, ingenieros, médicos y alguna otra cosa que me estaré olvidando. También son comerciantes. Como usted ve, es muy poco. No vale nada. Y entonces, cuando no tienen ataúdes, que les queda por hacer? Comprar maquinaria fúnebre.
-Obviamente dijo el anticuario joven, obviamente.
-Así es completó el vicedecano.
-Y ¿dónde está el Anticuario Mayor? insistí. -Ustedes tienen que saberlo.
- ¿Nosotros? se asombro Jauretche Saint-Simón Como podríamos saberlo justamente nosotros, que somos inferiores a el. Nosotros también lo estamos buscando. Sin él, somos como huérfanos.
- Pero por qué no me sugieren aunque sea un lugar donde buscarlo?
- Porque es imposible dijo el Decano. En el mundo de las antigüedades, todo es aleatorio. En la calle se escuchó el sigiloso cerrarse de la puerta de un automóvil. A través de la reja vi la silueta inequívoca y azulada de un coche policial. La lógica joven comenzó a mover los brazos como aspas de molino. El peligro era inmediato.
- ¿Hay alguna puerta falsa? pregunté.
- Salgan por aquí dijo Jauretche Saint Simón, señalándonos un mueble estrafalario y complicado que se apoyaba sobre una de las paredes del patio. Era un armonio vaticano del siglo XIII, lleno de divisiones y tablillas. Sacando uno de los cajones se accedía a un túnel de mampostería que atravesamos como un rayo, para aparecer en un baldío, donde se acumulaban, como al descuido, las basuras, las personas y los perros.
Apreté la mano de la lógica joven. -Vamos dije. Nuestra próxima parada es la embajada de Inglaterra.
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