DIALOGO CON ANALIA GARCIA, DOCTORA EN ANTROPOLOGIA E INVESTIGADORA DEL CONICET
Las diferencias entre vecinos de los pueblos petroleros muchas veces
hablan, antes que de distintas clases, de una distancia social producto
de experiencias de vida diferentes. Los estudios antropológicos en la
Patagonia ponen en contraste, por ejemplo, la experiencia campesina y la
obrera.
–¿Cuál es su tema de investigación?
–Mis temas de investigación han estado siempre relacionados con la
configuración socio-cultural en torno de grandes proyectos industriales,
en particular de pueblos petroleros. Trabajé sobre la configuración
sociocultural de la Norpatagonia, interesada en analizar la vinculación
de las tendencias del mundo globalizado con realidades locales.
–¿Cuál sería un ejemplo de esas vinculaciones?
–Las reformas del Estado de los años ’90, las privatizaciones y la
extranjerización de la economía son grandes transformaciones
estructurales, pero que sólo cobran sentido a partir de los recursos y
disposiciones materiales y simbólicas que forman parte de la
subjetividad en territorios particulares. Por eso, la territorialidad es
producto de fuerzas y luchas de poder que no se explican si sólo
miramos los grandes procesos “desde arriba”, sino interpelando la
experiencia de vida de los colectivos. Cuando partimos de una mirada
“desde abajo”, desde los sujetos, es más complejo segmentar la realidad,
pero analíticamente es necesario hacerlo, aunque sin caer en la
monocausalidad del porqué las personas viven como viven. En nuestra
experiencia colectiva hay distintas tendencias, y de ahí que la
explicación nunca es una sola.
–¿Cuáles fueron los resultados tras la investigación de campo?
–Bueno, lo que uno construye con la etnografía es un universo de
vida complejo pero que no deja de ser particular, desde la mirada local
de los sujetos sociales. Es decir, más allá de cualquier declaratoria
política o verdad científica, los sujetos, en su cotidiano, tienen su
propia teoría de las cosas, y de lo que pasa en el mundo. Entonces, por
ejemplo, en los casos que estudié, las condiciones de un contexto
desregulado y extranjerizado se encarnaban en dinámicas cotidianas
provisorias, donde el trabajo, la familia, la vida política, se
reproducían desde un horizonte asociado al recurso entendido por las
empresas como un commodity, pero también con la herencia del
neoliberalismo de los ’90, que pensaba en un Estado chico, sobre todo en
materia social. Entonces, esta provisoriedad se convierte en un modo de
existencia permanente, al menos para las generaciones adultas, lo cual
incide en la proyección en el trabajo o la estabilidad familiar.
–¿Hubo alguna reacción política respecto de esto de parte de la población?
–Es un relato que tiene que ver con comprender qué le pasó a un
pueblo, con comprenderse a sí mismo y la conflictividad inherente a esta
experiencia de vida. Decía que se trata de recuperar una mirada
compleja para poner en relieve el enfoque y la experiencia particulares.
Bueno, al trabajar sobre estas instancias analíticas aparecieron
ciertos marcadores de la vida social en Norpatagonia que, aun sin
quererlo, comenzaron a cobrar centralidad y que tienen un peso
diferencial. Me refiero a los nacidos y criados, y a los venidos y
criados. Son formas de clasificación social que otros antropólogos
también han trabajado y que permiten, de acuerdo con el valor
diferencial que tienen en cada localidad, tamizar la experiencia social.
Entonces, cuando pongo en juego los procesos históricos provinciales en
situaciones locales, identificarse y ser identificado por los vecinos
del pueblo como “nacido y criado” (nyc) incide en la lógica de poder
local y en lo que unos piensan sobre otros.
–Y más aún en contextos migratorios, ¿no?
–Claro, como señalan Sayad o Norbert Elías, la distancia social
entre vecinos es una brecha cultural. En el caso de Norpatagonia, por
ejemplo, se ve contrastando la experiencia campesina con la experiencia
obrera. La historia que se cuentan a sí mismos y las expectativas de
vida son diferentes. También opera en el debate de cómo se reparten los
recursos y se fomentan las actividades económicas, es decir, cómo se
hace política pública. En conjunto, esto tiene implicancias políticas,
por ejemplo, en procesos electorales locales. Para un nyc, compartir un
espacio político con uno que vino de afuera, o viceversa, puede ser una
barrera que no tiene que ver con la clase ni con la ideología.
–¿Y en esa historia que se cuentan se verifica una distancia, una brecha?
–Lo que para mí era interesante comprobar –no como descubrimiento
sino que es parte de la teoría antropológica con la que trabajé– era de
qué manera los problemas entre vecinos muchas veces lo que estaban
significando era una distancia social. Podemos vivir cerca, pero la
distancia social que nos separa es gigante. Esto no tenía que ver con
una cuestión de clase, sino que tenía que ver con una experiencia de
vida diferente, con entornos sociales diferentes.
–Ahora bien, me pregunto ¿cuál es la relevancia de estos temas?
–A veces hay cierta idea de que la investigación académica en este
tipo de cuestiones no resulta del todo relevante. Pero este tipo de
investigaciones sirven de base para pensar en el desarrollo de políticas
públicas y de gestión de distintas instituciones, a partir de un
conocimiento fino del terreno para que estas políticas se puedan
implementar, puedan llegar a buen puerto y efectivamente puedan ser
apropiadas, revividas y puestas en acción por los sujetos que son los
protagonistas del desarrollo.
–Ahora, se está trabajando en un proyecto de red de estudios de “globalización y desarrollo...”
–Sí, la red surge de una serie de intercambios que empezamos a tener
jóvenes investigadores con investigadores de universidades de Brasil y
Chile. Buscamos generar instancias de debate, tomando en consideración
estos grandes procesos, la globalización y el desarrollo, pero pensado
para comprender de qué manera los sujetos en su experiencia cotidiana
hacen carne todo esto que siempre vemos en términos teóricos y macro.
Cómo dialogan lo global y lo local, cosa que suele perderse en los
grandes diagnósticos y se suele caer en determinismos que justamente
muchas veces inhiben comprender por qué una política pública puede ser
exitosa en un lugar pero fracasar en la comunidad vecina. Y al mismo
tiempo no pensamos en el “desarrollo local” como lo hace la teoría
liberal, pensamos en el desarrollo como un concepto que atravesó a lo
largo del siglo XX y atraviesa las ideas vinculadas a los proyectos
nacionales. En julio pasado organizamos el primer simposio de la red en
Buenos Aires, en la Facultad de Filosofía y Letras, en el cual
participamos investigadores de los distintos centros académicos, colegas
de la UBA, de la Universidad de Tierra del Fuego, de Brasil, colegas de
la Fluminense, de la Universidad de Brasilia y de la Federal de Río de
Janeiro; de Chile, de la Católica de Temuco, y de Estados Unidos, la
Universidad de Brown.
–¿Cuáles son las temáticas puntuales que abordan en la red?
–Abarcamos tres grandes núcleos temáticos. Uno tiene que ver con la
historia de la teoría antropológica y las particularidades de la
historia de la teoría en América latina y en la Argentina en particular.
El segundo eje se refiere a los grandes proyectos industriales en los
distintos países, y el tercero tiene que ver con políticas de desarrollo
en el marco de cuestiones vinculadas con el medio ambiente. Apuntamos a
recuperar la teoría social o las teorías sociales que forman parte de
una tradición académica y una herencia latinoamericana. Nuestra historia
como profesionales situados en esta parte del mundo nos obliga a
reflexionar sobre las lecturas que compartimos con la comunidad
académica internacional. Pero también nos nutren otras lecturas y
experiencias, que nos llevan a pensar y a comprometernos desde un lugar
distinto del dominante en los países centrales, en lo que hace a la
historia de la disciplina. Creo que como generación nos encontramos en
un momento preciado para hacer este esfuerzo de vincular lo político con
lo académico. Heredamos una formación de excelencia de nuestros
profesores y de nuestras instituciones, y vivimos en un continente que
se mueve hacia una integración con capacidad de fijarse una agenda
propia.
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