–¿Una semana? –dijo la chica de la agencia de viajes “El placer de viajar”– Tenemos una oferta excelente: se llama “Semana emocionante, aproximación al turismo aventura”. Primero, un día y medio en Bagdad, y de allí por tierra a Kabul, donde se pasa otro día y medio. Si consigue salir vivo de los atentados y los talibán, se viaja a Sudán, donde tiene la ocasión de asistir a un genocidio, del lado que usted elija, más unas horas en las cárceles de Mugabe (esto es optativo), y después, viaje a Europa en una lancha patera, desde donde lo que quede de usted, o su cadáver, es devuelto a Buenos Aires. Todo por tres mil dólares.
Era tentador. Además, era barato. Pero no era políticamente correcto, en especial la parte del genocidio (¿y qué significaba “del lado que usted elija”?). La chica captó la duda en mi mirada.
–Se ve que a usted le gusta la seguridad.
–No, no es exactamente eso... Es que lo de la cárcel de Mugabe...
–Eso es optativo...
–Igual... ¿no será incómoda? Además, está el asunto del genocidio que...
–Se ve que a usted le gusta la seguridad –sentenció la chica, no sin un dejo de desprecio–. Pero si es así, por cuatro mil dólares tenemos el tour europeo, visitando sesenta y nueve países.
–¿En una semana? –me asombré, mientras recordaba la película Si es martes, debe ser Bélgica– ¿no son demasiados destinos?
–Para nada –me contestó–, en Europa hay muchos puntos de triple frontera, y allí se rodean esos puntos con un ómnibus. Después, una avioneta sobrevuela los países que faltan, haciendo picadas sobre las ciudades más importantes, naturalmente con un guía que le explica todo y que le entrega fotos presacadas.
–No me gusta lo de la avioneta y las picadas –dije–, me podría marear.
–No se preocupe –se apresuró la chica–. La agencia le facilita dramamine. Pero si la avioneta le molesta, por cinco mil dólares hay un tour terrestre, recorriendo solamente veinte países y en los siete días ni siquiera necesita bajarse del ómnibus: el guía le explica todo.
–¿Y cuáles son los países? –pregunté.
–En general, desprendimientos de la ex Unión Soviética, y los Balcanes –me contestó–; hace falta ahorrar nafta y por eso en general se utilizan países chicos. Ahora, si usted tiene algún prejuicio contra los Balcanes, por nueve mil dólares puede recorrer la Unión Europea.
–¿También en ómnibus?
–También en ómnibus –me dijo–. Sin bajar ni una vez.
Estuve a punto de sacar la chequera.
–¿Sabe qué pasa? –le dije–. Que estar siete días arriba de un ómnibus, sin siquiera bajar puede ser un poco... ¿cómo decirle?
–¿Encerrante? –aventuró la chica–. Pero usted no será claustro...¿maníaco?
–No soy claustrofóbico –la ilustré–, pero así y todo...
–Usted es un cliente difícil –dijo la chica–, pero me gustan los desafíos. Al fin y al cabo estudié marketing en la UADE, donde me recibí de licenciada en embalajes...
–Una bonita carrera –comenté, empezando a comprender.
–El turismo es un arte –dijo la chica– y tanto el arte como esta agencia tienen infinitas posibilidades. Si no le gusta el ómnibus, lo llevamos a alguna ciudad europea, y lo instalamos en un departamento, con un guía que le explica todo. Ni siquiera necesita bajar a la calle. Por solamente once mil dólares.
La cosa me iba gustando más... –supongo que el viaje en avión es en clase turista, con esos asientos pegados unos con otros, que parecen más bien celdas de alta seguridad.
–Pero no necesita viajar en avión –me dijo la chica; sus ojos chispeaban ante el desafío que parecía ser ofrecerme un producto que me gustara–. Por trece mil dólares se queda en Buenos Aires; y un guía va a su casa a explicarle todo.
–¡Bien! –dije– creo que...
–Por dos mil dólares más puede prescindir del guía y le alcanzamos un mapa –empezaba a comprenderme.
–Ah –le dije– ese programa me entusiasma. ¿Pero, es imprescindible el mapa?
–Para nada –me contestó– por diecinueve mil dólares no le damos nada; usted se queda en su casa y hace su vida normal de todos los días. Puede salir, puede ir a trabajar, puede hacer lo que quiera.
Era exactamente lo que quería. Un viaje perfecto, sin ninguna de las molestias habituales: hice un cheque de inmediato.
Y la verdad es que el viaje resultó efectivamente perfecto, hasta que un episodio lo perturbó: el último día, cuando se acercaba el final, mientras estaba en el café mirando por la ventana, se me acercó mi abogado; le expliqué que estaba viajando.
–¿En serio?
Le conté las peripecias de mi vida cotidiana durante la semana.
Pero mi abogado no se convenció. Pedestre como siempre, me dijo que por treinta y ocho mil dólares, podía conseguir que la agencia de turismo me devolviera los diecinueve mil que había pagado. De inmediato le hice el cheque, pensando que si lo conseguía, haría otro viaje de la misma manera.
Ustedes dirán que estaba gastando mucho dinero, pero yo no me preocupé por el asunto; al fin y al cabo, ninguno de los cheques tiene fondos.
Era tentador. Además, era barato. Pero no era políticamente correcto, en especial la parte del genocidio (¿y qué significaba “del lado que usted elija”?). La chica captó la duda en mi mirada.
–Se ve que a usted le gusta la seguridad.
–No, no es exactamente eso... Es que lo de la cárcel de Mugabe...
–Eso es optativo...
–Igual... ¿no será incómoda? Además, está el asunto del genocidio que...
–Se ve que a usted le gusta la seguridad –sentenció la chica, no sin un dejo de desprecio–. Pero si es así, por cuatro mil dólares tenemos el tour europeo, visitando sesenta y nueve países.
–¿En una semana? –me asombré, mientras recordaba la película Si es martes, debe ser Bélgica– ¿no son demasiados destinos?
–Para nada –me contestó–, en Europa hay muchos puntos de triple frontera, y allí se rodean esos puntos con un ómnibus. Después, una avioneta sobrevuela los países que faltan, haciendo picadas sobre las ciudades más importantes, naturalmente con un guía que le explica todo y que le entrega fotos presacadas.
–No me gusta lo de la avioneta y las picadas –dije–, me podría marear.
–No se preocupe –se apresuró la chica–. La agencia le facilita dramamine. Pero si la avioneta le molesta, por cinco mil dólares hay un tour terrestre, recorriendo solamente veinte países y en los siete días ni siquiera necesita bajarse del ómnibus: el guía le explica todo.
–¿Y cuáles son los países? –pregunté.
–En general, desprendimientos de la ex Unión Soviética, y los Balcanes –me contestó–; hace falta ahorrar nafta y por eso en general se utilizan países chicos. Ahora, si usted tiene algún prejuicio contra los Balcanes, por nueve mil dólares puede recorrer la Unión Europea.
–¿También en ómnibus?
–También en ómnibus –me dijo–. Sin bajar ni una vez.
Estuve a punto de sacar la chequera.
–¿Sabe qué pasa? –le dije–. Que estar siete días arriba de un ómnibus, sin siquiera bajar puede ser un poco... ¿cómo decirle?
–¿Encerrante? –aventuró la chica–. Pero usted no será claustro...¿maníaco?
–No soy claustrofóbico –la ilustré–, pero así y todo...
–Usted es un cliente difícil –dijo la chica–, pero me gustan los desafíos. Al fin y al cabo estudié marketing en la UADE, donde me recibí de licenciada en embalajes...
–Una bonita carrera –comenté, empezando a comprender.
–El turismo es un arte –dijo la chica– y tanto el arte como esta agencia tienen infinitas posibilidades. Si no le gusta el ómnibus, lo llevamos a alguna ciudad europea, y lo instalamos en un departamento, con un guía que le explica todo. Ni siquiera necesita bajar a la calle. Por solamente once mil dólares.
La cosa me iba gustando más... –supongo que el viaje en avión es en clase turista, con esos asientos pegados unos con otros, que parecen más bien celdas de alta seguridad.
–Pero no necesita viajar en avión –me dijo la chica; sus ojos chispeaban ante el desafío que parecía ser ofrecerme un producto que me gustara–. Por trece mil dólares se queda en Buenos Aires; y un guía va a su casa a explicarle todo.
–¡Bien! –dije– creo que...
–Por dos mil dólares más puede prescindir del guía y le alcanzamos un mapa –empezaba a comprenderme.
–Ah –le dije– ese programa me entusiasma. ¿Pero, es imprescindible el mapa?
–Para nada –me contestó– por diecinueve mil dólares no le damos nada; usted se queda en su casa y hace su vida normal de todos los días. Puede salir, puede ir a trabajar, puede hacer lo que quiera.
Era exactamente lo que quería. Un viaje perfecto, sin ninguna de las molestias habituales: hice un cheque de inmediato.
Y la verdad es que el viaje resultó efectivamente perfecto, hasta que un episodio lo perturbó: el último día, cuando se acercaba el final, mientras estaba en el café mirando por la ventana, se me acercó mi abogado; le expliqué que estaba viajando.
–¿En serio?
Le conté las peripecias de mi vida cotidiana durante la semana.
Pero mi abogado no se convenció. Pedestre como siempre, me dijo que por treinta y ocho mil dólares, podía conseguir que la agencia de turismo me devolviera los diecinueve mil que había pagado. De inmediato le hice el cheque, pensando que si lo conseguía, haría otro viaje de la misma manera.
Ustedes dirán que estaba gastando mucho dinero, pero yo no me preocupé por el asunto; al fin y al cabo, ninguno de los cheques tiene fondos.
5 comentarios:
El relato mejor contado en mucho tiempo•Que Desopilante es un guion cinematografico Ruth Laden
gracias.... pero decime.... ¿no es la mejor manera de viajar?
¡Glorioso!
Muy bueno Leonardo.
Ah, por 76000$ te saco del veraz...
Realmente bueno. Te pasaste, Leonardo.
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