jueves, 13 de mayo de 2010

La Dama de la Torre: capítulo 22

Negros vientos azotan la ciudad y en el horizonte, desde la Torre, se puede ver el rojo pardo oscureciendo el cielo. ¿Podrá una institución temeraria aunque bastante inútil acabar con esta demencia?¿De qué sirve un Jefe de Policía que sólo cuenta anécdotas? La Dama de la Torre, ¿encontrará, finalmente, la paz?¿Cuántos lógicos tienen que morir para que el asesino sea encontrado?
CAPITULO 22

El impacto producido en todos y cada uno de los presentes reconfortó al Jefe de Policía, dándole pie para contar una segunda anécdota.

"Por la época en que iba a ser ascendido a comisario, la experiencia, y por qué no admitirlo, la perspectiva de mi ascenso, me habían hecho ser más cauto. Estaba justo en el límite de lo que tantos filósofos han denominado impaciencia juvenil, y entrando de manera cómoda, pero no por ello poco plácida, en el terreno de la madurez. Lo mismo ocurría con mis joviales compañeros de otrora, que se desempeñaban, con diversos cargos y responsabilidades, en distintas unidades policiales y parapoliciales, brigadas de represión de la droga, del contrabando, del comunismo, de la heterodoxia, y de las defraudaciones inmobiliarias. A la sazón, mi celo era intenso, en la convicción firme, pero sincera, de que el cumplimiento obsesivo de mis responsabilidades garantizaría mi ascenso a comisario y el acceso a un futuro venturoso que, en ese entonces parecía abrirse ante mí y que el ulterior desarrollo de los hechos no ha desmentido. Fue en aquella ocasión que, con la excusa de que promediaba diciembre, y que de alguna manera debíamos despedir un año que terminaba y recibir uno nuevo que para todos nosotros se mostraba preñado de buenos augurios resolvimos concretar una cena en la que evocaríamos aquella época en que éramos sólo un alegre grupo de policías juveniles, que custodiaban las calles difíciles del Abasto. Elegimos para la ocasión una cantina apartada: el arreglo establecido con el patrón determinaba que seríamos los únicos comensales, y que se cerrarían los ojos ante los previsibles excesos verbales en que pudieran incurrir nuestras memorias exaltadas. Había, como era de rigor, una mesa de billar, preparada y arrinconada en una esquina.

"Durante toda la comida, me pareció que algún aspecto de mis actitudes despertaba la inquina del maitre,jefe de una decena de mozos que, solícitos -sin llegar al extremo de parecer serviles- nos proporcionaban los abundosos manjares que, previsores, habíamos encargado, teniendo cuidadosamente en cuenta el gusto personal de cada uno. Es necesario aclarar que al dejar de ser aquellos joviales policías de antaño, y a medida que nos asentábamos en la carrera policial, se había desarrollado en nosotros una preciosa predilección por la gastronomía, y paladares de gourmets. Deben comprendernos: bordeábamos la edad adulta, esperábamos ascensos, y terminaba el año. Qué otro escenario se requiere para que un hombre solicitado a diario por la tensa profesión policial, se deje llevar un tanto por los vapores del alcohol? Más tarde, me enteré de que el maitre había sido convocado para un reemplazo súbito de quien habitualmente cumplía esas funciones en la cantina, y que había enfermado el día anterior. Las miradas que me dirigía el maitre no eran tranquilizadoras y revelaban algo sombrío, pero, ya fuera por cierta dosis de vino, o por el recuerdo de la alegría de nuestros años juveniles, olvidé esa antipatía instintiva y mutua que se había establecido con aquel perfecto desconocido. También pude atribuirlo al recelo que despierta muchas veces, entre la gente mal informada, el accionar policial. Pues bien, entre bromas y recuerdos,la reunión fue desarrollándose festivamente: aquí y allá sonaba el alegre descorchar de las botellas, y el chisporroteo de los chistes y anécdotas picantes.

"Sin embargo, algo después de promediar la cena, cuando estaban por servirse los copiosos postres que habíamos encargado, una cierta sombra de inquietud se cernió sobre todos nosotros. La estampa sombría del maitre parecía arrojarnos tristes premoniciones. Cuando con gesto casi solemne se me acercó y me conminó a jugar al billar, comprendimos todos que estábamos ante la inminencia de un duelo.

"No pudo dejar de asombrarme la habilidad del desconocido para la carambola triple, la carambola a tres bandas y el juego de fantasía. Cierta madurez adquirida con los años, me arrastraron más del lado de la admiración que de la ira, y finalmente, anonadado por el estupor, debí darme por vencido. Demás esta aclarar que, en adelante, el festejo careció del brillo que había campeado hasta entonces.

"Al día siguiente, cuando disipados ya los vapores de la comilona que por su abundancia recordaba los festines que, según los autores clásicos, realizaban los romanos quise volver a la cantina para ubicar al desconocido y arrancarle la revancha leal que me debía, el patrón me desalentó : imposible encontrarlo, dijo. Se trata del célebre Bairoletto."

Como toda anécdota, ésta del Jefe de Policía escapaba a las reglas más elementales de la previsibilidad. Ciertas alteraciones en la estructura narrativa produjeron fruncimientos de ceño en el embajador inglés y gruesas gotas en el rostro del relator, que se sintió liberado como para decirnos Creo que ha terminado la reunión.

-Hay algo que no me gusta en todo esto dijo el Comisario Inspector cuando todos se hubieron retirado.

- Qué?

- Los ataúdes. O su falta, mejor dicho. No advirtió que no se habló para nada de ataúdes?

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