miércoles, 9 de junio de 2010

La Dama de la Torre: capítulo 23


 Luego de grandes inconvenientes técnicos, hemos vuelto. Y nos preguntamos, ¿qué habrá pasado mientras tanto con el asesino de lógicos? Son altas las probabilidades de que aquel descarado haya vuelto a atacar en nuestra ausencia y, hasta donde sabemos, la policía lejos estaba de encontrar el rumbo. Atónitos por la anécdota que el Jefe de Policía contó durante la reunión, el Comisario Inspector y nuestro narrador se marcharon del Departamento sin ninguna nueva pista bajo el sol. Mientras tanto, los ataúdes no aparecen, y la Dama de la Torre sigue incólume en su tragedia.

CAPITULO 23

Nos instalamos en la terraza del café Freud. Parecía París, o pretendía parecerlo. Había poca gente a esa hora. Dos o tres hombres sentados en una mesa que daba sobre la calle... psicoanalistas, probablemente. Hablarían de Lacan y de Freud, de uno contra o otro, de los divanes y las sesiones y del valor simbólico de la falta de ataúdes. Dos mujeres jóvenes, en una mesa, conversaban animadamente. Unas niñas demasiado rubias revoloteaban alrededor, peleándose por la posesión de una muñeca. Algunos habían optado por el interior del café; se sentirían más protegidos allí.Aún sin verlos,adivinábamos que eran pocos. En una mesa semioculta, estaban sentados los tres anticuarios, inclinados como si conspiraran: el joven anticuario, el Vicedecano Jauretche Saint-Simon, y el Decano Simón de Indias. Sin duda, nos vigilaban.

En la placita de enfrente, los árboles parecían garabatos, listos para que algún pintor con ínfulas impresionistas los ordenara de alguna manera. Algunos niños jugaban, especialmente en las hamacas. Armaban una algarabía alegre y armónica, pero un poco desafinada. De la Basílica del Espíritu Santo, demasiado poco barroca para mi gusto, con excesiva ambigüedad en su arquitectura, que no se decidía ni por lo convencional ni por lo antiguo, emanaba un cierto aire de protección. Parecía decir: aquí no faltan ataúdes. O bien: ningún lógico será asesinado frente a uno de estos altares. No estaba nada mal.Era un rincón algo europeo de la ciudad, y por eso nos gustaba. Además, allí servían café a la canela, una especialidad casi olvidada en Buenos Aires. Desde el fondo del bar, cerca del mostrador, un retrato de Freud nos miraba, seriamente.Parecía estar un poco preocupado.Un Peugeot azul se deslizó silencioso y desapareció por la calle Mansilla.

La gente tendía a apartarse de ciertos lugares, como si la fatalidad fuera un organismo público, una organización impositiva, que los pudiera pescar en cualquier momento, pero que no se atrevía a transponer los límites de la esfera privada, como si se tratara de una armonía preestablecida por el gobierno, incapaz de llegar hasta el fondo de las casas. Pero en esto se equivocaban, ya que los carromatos repletos de cuerpos que recorrían la ciudad no se nutrían de las multitudes seleccionando al azar en las plazas y las calles, sino que había brotado justamente, de la esfera privada. Este barrio, sin embargo, parecía aún intacto, como si sus habitantes hubieran conseguido una magia particular que los protegiera. En eso residía su principal atractivo por el momento, y la inseguridad latente afloraba a la superficie.

-Yo no tengo nada contra las conclusiones experimentales dijo el Comisario Inspector pero sí contra la negación de los problemas, que puede ser el principal obstáculo en el desarrollo de una ciencia policial. En ese sentido, la Policía Argentina está todavía en una etapa aristotélica, medieval, donde la auctoritas y la escolástica toman el lugar de las verdades comprobadas.

La lógica joven movió los brazos en el aire del café Freud, abarcándolo, mientras el mozo depositaba sobre la mesa imitación mármol los cafés con canela y jenjibre.

-Pero justamente esto parece un esfuerzo de aggiornamiento dije el solo hecho de intentar un experimento como este parece anunciar un futuro auspicioso.

-Bah dijo el Comisario Inspector- el futuro nunca es auspicioso, porque apenas lo es, deja de ser futuro, en tanto ya se lo conoce. Usted habrá observado la forma deliberada en que se aisló el problema lógico de los otros problemas que nos acosan.

-Es cierto.Pero eso puede indicar un principio de orden. Aislar los problemas y resolverlos por turno.

-Sí,sí.Pero, y las conexiones causales? Porque estábamos de acuerdo que la solución, si es que existe alguna, reside en un correcto diagnóstico de las conexiones causales, que si bien son ad-hoc es decir, introducidas artificialmente por nosotros, para comodidad de la investigación, no por eso permanecen menos ocultas.

-Bueno dije, conciliador, mientras la lógica joven me hacía gestos desesperados -que las hayamos propuesto como una definición cómoda, no quiere decir que haya que prestarles tanta atención.

-Querría conocer al Anticuario Mayor dijo el Comisario Inspector sabía usted que nunca se mueve de su casa, porque sus principios le impiden aparecer en lugares públicos, como calles o autopistas?

- Y nunca sale?

-Sale todas las veces que hace falta.El encierro no pega para nada con la profesión de anticuario , como usted bien sabe. Pero no se aparta de la esfera privada. Así, cada vez que debe trasladarse a alguna parte, sigue todo un procedimiento. Lo duermen con drogas y luego lo trasladan en helicóptero hasta donde sea, donde lo despiertan con una nueva dosis. De esta manera, el Anticuario Mayor puede hacerse la ilusión de que, en realidad, no ha salido de su casa.

- No es un sistema demasiado caro?

-Tiene fortuna de sobra para hacer eso, y mucho más, dijo el Comisario Inspector Allá él. De paso, le permite ser el reverso exacto del embajador de Inglaterra, que pese a su alto rango, sale siempre, viaja en los transportes públicos y se mueve sin ninguna clase de custodia o comitiva.

-Y usted piensa que el Anticuario Mayor puede aportar algo de claridad en esto?

- Claridad! Me extraña en usted, que me conoce, que ha leído a los filósofos y sabe que la ciencia se conduce por caminos compartidos con la religión y con la magia. La claridad, como le he dicho mil y una veces, no hace más que complicar las cosas,al presentarse como un sustituto del conocimiento verdadero. Dele usted a la gente un esquema claro, e inmediatamente lo confundirán con la verdad. El verdadero conocimiento sólo se logra por acumulación de variables, y cuando la mescolanza es demasiado voluminosa, uno no tiene mas remedio que aceptarla y decir :"yo conozco".

A esta altura, la lógica joven estaba espantada. El simple deseo de supervivencia que la animaba parecía superponerse a toda teorización. Que se hubiera atacado el problema global por el lado que más la afectaba, la había tranquilizado en principio, pero las palabras del Comisario Inspector, que delataban la presencia de una corriente de oposición filosófica y operativa en la Policía, la volvieron a su anterior inseguridad, la misma que me sedujo en el velorio, cuando con los pocillos de café en la mano sólo aspiraba a servir a los vivos y a los muertos.

De pronto, se oyó un traqueteo. Por la calle diagonal que bordeaba la Basílica, un carro goyesco empezaba a insinuarse. Era un intruso en ese barrio todavía virgen, era una de esas cosas, que, una vez que aparecen,invaden todo.La lógica joven se tapo los ojos. Era un gesto demasiado convencional.

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2 comentarios:

Anónimo dijo...

¿por qué convencional?
acaso no podría ser que aún siendo una lógica joven ya vió demasiado y por eso mismo,por pudor o por insoportable dolor ¡vaya a saber!
es que se tapa los ojos?
abramos a la pregunta en cualquier caso

Unknown dijo...

Y uno nunca sabe acerca de los personajes de la literatura, y nada termina siendo convencional.
Me llevé un par de libros a mi apart hotel en Recoleta ya que me encanta leer.