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CAPITULO 35
Yo mismo vivo ajeno a todo aquello. La insoportable simetría del amor me permite flotar por encima de esta marea,del mismo modo que las calles parecen flotar en la luz merced a la especial cualidad del verano, que cubre la ciudad como un manto térmico.
Las patrullas policiales recorren la ciudad buscando lógicos para el sacrificio y las sirenas forman un tejido armonioso, que sostiene la noche demencial, orgánica como un cuerpo vivo, como si hubieran decidido concertar determinada melodía inasible y profunda,impidiendo la consolidación del silencio. Los sonidos vienen en todas direcciones, a veces tenues, apagados, pero relacionados unos con otros en cuartas y en octavas, en tonalidades armónicas que sugieren terror.
No puedo ignorar, a esta altura, la falacia del amor, ya que, de acuerdo a las convenciones del género policial, el amor es siempre una pista, el eslabón que permite remontar las cadenas de la evidencia. A veces corro el riesgo de caer en la esfera de lo sentimental, con lo cual todo cambiaría, pero cómo evitarlo? La lógica joven ha nacido para el goce y junto a ella todo parece simple, su cuerpo tiene agilidad de anguila, que toma por asalto las esquinas del placer. Nos despertamos y vemos que la oscuridad es ilusoria, aún de noche.
Llega el día,y nosotros, qué haremos? La lógica joven se ha encerrado en el baño y oigo deslizarse sobre ella el frescor estival del agua fría. La oscuridad ha dejado tras de sí lúnulas calientes, que perfuman este amanecer estruendoso. Lady Chevesley se acurruca en el lecho del terrible Bairoletto. Escucha el canto de los anticuarios de San Telmo? Se dejó invadir alguna vez por el ritmo compadre del dos por cuatro? Vio alguna vez la miseria de los niños que piden limosna en los subterráneos, tornándolos tan sombríos como los túneles de la Plataforma de Elsinore? Percibió acaso los reflejos ominosos de la mesa de billar que brilla dondequiera este el célebre bandido? Nos iremos a España, le dice él. Allí olvidarás tu pasado, cerca de una raza sagaz y conquistadora. Cazaremos molinos si hace falta, o beberemos el agua de las rías gallegas, o nos consumiremos en el fuego de la falla valenciana.
Y cabalgan.Cruzan la Provenza, escuchan los restos de la langue d'oc, y se horrorizan ante los relatos de la cruzada que el Señor de Monfort dirigiera contra los albigenses. Atraviesan los Pirineos como una exhalación, sembrando la destrucción y el terror a su paso, como si montaran el espíritu del delito.
Podrá Lady Chevesley escapar, en esta loca carrera a la pasión que sintió por Sir Antony Parsons, podrá olvidar la lucha sin cuartel contra el pomposo caballero Guillaume de la Tour? Podrá sustraerse al recuerdo del siniestro festín de Leontino Melazzi? Alcanzará la felicidad de la memoria? Qué sentirá al inhalar los colores grotescos, goyescos, de la tierra española? No extrañará el privilegio de la razón francesa, que aquí se resuelve en un barroco desorbitado? Tomará partido por los ángeles o por los demonios que luchan por la posesión de esta tierra?
Y los moros? Donde están los moros? Han sido expulsados, dice el terrible Bairoletto, por real cédula, y han partido llevando las llaves de las casas antiguas de la ciudad de Córdoba y Granada. Los encontrarás dentro de unos siglos en Túnez, añorando los alijares prolijamente labrados, y los jardines de cristalinas fuentes, que sustituyen por el placer el goce de lo verdadero.
Pero que toros son aquellos, que como manadas enloquecidas se precipitan al vado? Son los toros de tu imaginación, concebida para la niebla de Londres y no para los colores festivos y chabacanos de la fiesta taurina. Y aquellas palomas, que descienden como tigres para cebarse en los enemigos vencidos? Y esos mosquetes que se arman para la lucha en Flandes? Y aquellos bajeles de Su Católica Majestad? A dónde parten? Por qué se internan en la Mar Océano? Por qué ese impulso aventurero de la Europa mercantil, que ya arma sus telares mecánicos y sus máquinas de vapor para salir a la conquista del mundo? Es el arrullo de los tiempos, responde el terrible Bairoletto, que en la oscuridad de una tasca ha aceptado una partida de billar contra un desconociodo de aspecto infantil y estatura miserable. La espada de sangre ha descendido sobre esta tierra terrible, cuna de gazpachos, adoradora del olivo, tributaria del color agazapado tras el claroscuro... Y aquella flor que ilumina densamente la humareda de la noche, que parece disolver el sonido de las guitarras andaluzas, y las fallas valencianas, que hace olvidar la sardana, que eclipsa la zarzuela, y hasta oculta las nubes de humo industrial de Barcelona? Aquel resplandor, que parece rimar consigo mismo, esa luz que parece un sonido? Qué es?
Y el terrible Bairoletto le responde: es la flor gitana.
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