DIALOGO CON ANDRES KOZEL, DIRECTOR DE LA MAESTRIA DE ESTUDIOS LATINOAMERICANOS DE LA UNSAM
La historia del pensamiento latinoamericano tiene, como toda historia de
las ideas, sus bemoles y tensiones fuertemente relacionados con los
intelectuales, sus vidas, sus posturas políticas y cambios teóricos.
–¿Quiere presentarse?
–Soy sociólogo por la Universidad de Buenos Aires, doctorado en
Estudios Latinoamericanos por la Universidad Nacional Autónoma de
México, luego hice un posdoctorado en el Colegio de México de dos años
en el área de Historia de las Ideas, regresé a la Argentina hace un año
con el Programa Raíces, del Ministerio de Ciencia y Tecnología.
Recientemente ingresé al Conicet y dirijo la Maestría de Estudios
Latinoamericanos de la Escuela de Humanidades de la Universidad Nacional
de San Martín.
–Bueno... y cuénteme sobre su programa de investigación.
–Mis intereses básicos son tres. En primer lugar, el tema del ethos
latinoamericano, todo el debate generado alrededor de esa cuestión; en
segundo lugar, y vinculado a lo anterior, la problemática del
desarrollo; tercero, el antiimperialismo latinoamericano, sus distintas
formulaciones. Se trata de temas muy ligados entre sí; de hecho, los
tres remiten a la relación entre América latina y la experiencia de la
modernidad, una relación que ha sido y es muy complicada. En particular,
trabajo estas cuestiones desde una perspectiva que intenta combinar la
sociología de los intelectuales; la historia intelectual y también la
historia del pensamiento latinoamericano, entendido como tradición
ideológico-cultural genuina.
–¿Y qué resulta de ese enfoque?
–Varias cosas. Por ejemplo, llamar la atención sobre figuras poco
conocidas que son interesantes porque en general han vivido exiliados,
han construido redes intelectuales a partir de sus exilios, y pueden
volverse centrales por razones no convencionales, heterodoxas, y por eso
no han sido necesariamente recuperados en los cánones habituales. Por
ejemplo, un intelectual con el que trabajé mucho, Carlos Pereyra, fue un
mexicano educado en el porfiriato, muy cercano a don Justo Sierra,
luego estuvo en contra de la Revolución Mexicana y se exilió en España y
allí elaboró una obra de signo antiimperialista muy rara. En un momento
fue filomarxista y terminó su vida apoyando al franquismo. Pero siempre
siendo muy antinorteamericano y muy crítico de la política exterior
estadounidense. Es una figura rara que no ha sido recuperado en México
por estar en contra de la Revolución Mexicana, no ha sido recuperado
tampoco en España, y sin embargo fue un autor muy relevante y muy
recuperado en contextos inesperados.
–¿En la Argentina lo recuperó alguien?
–Sí. Es una pregunta interesante, y muy pertinente en relación con
lo que venimos conversando. Julio Irazusta leyó con enorme entusiasmo a
Pereyra. Es algo previsible tratándose de un nacionalista de derecha,
pero a Pereyra también lo leyó mucho la izquierda nacional. Una
editorial donde publicaba Jorge Abelardo Ramos también publicaba a
Pereyra. Ramos lo citaba mucho porque Pereyra fue muy crítico, un
crítico muy informado, y finísimo, de la política exterior
estadounidense del siglo XIX y primeras décadas del siglo XX. Pereyra es
uno de los autores fundamentales para estudiar la política
estadounidense hacia América latina como también el modo, uno de los
modos, por el cual la cultura intelectual latinoamericana fue procesando
esa situación. Gregorio Selser también acudió a Pereyra en distintos
momentos.
–Ahora bien, ciertamente el pensamiento latinoamericano
tiene sus autores canónicos, Rodó, José Vasconcelos, Mariátegui, que son
autores importantes que figuran en cualquier curso sobre pensamiento
latinoamericano; un caso como Pereyra es atípico, es una novedad.
–Otro caso atípico es el de Vicente Sáenz, un costarricense que
vivió mucho tiempo en México, que también escribió mucho contra la
política exterior norteamericana. También es interesante revistar
figuras canónicas para iluminar nuevos aspectos: Rodó, Darío, el
mismísimo Martí.
–¿Cuáles son las nuevas preguntas? ¿Y cuál es el nuevo lugar desde donde se hacen las preguntas?
–En los últimos lustros hubo un centramiento muy fuerte en relación
con la problemática de las redes intelectuales, los exilios, y también
desde el punto de vista de la historia intelectual con el problema de
los lenguajes que se hablan en determinados contextos. Esas son las
novedades fuertes. También es importante destacar que disponemos de
abordajes más complejos, que procuran mostrar que la obra de un
determinado autor no es una repetición constante de lo mismo, sino que
es algo atravesado por tensiones, a veces desgarradoras, algo proteico,
que se va moviendo a lo largo de la vida del autor. Esto tiene que ver
también con las dimensiones intertextual y contextual. La vida
productiva de un intelectual dura 20, 30, 40, a veces 50 años, nunca un
autor dice siempre lo mismo, nunca es leído siempre del mismo modo.
–Bueno, muchas veces se tiende a asociar a un autor con una determinada posición...
–Se etiqueta a los autores, los autores se convierten en una
etiqueta. Los nuevos enfoques van mostrando que ciertos autores
canónicos y no canónicos son más complejos que las etiquetas, y que la
consideración adecuada de los cambios en el tiempo, de las discusiones,
de las dimensiones intertextual y contextual, merecen trabajos más
pacientes. Ningún autor, esto es casi una regla, dijo siempre lo mismo,
ningún autor está exento de haber sido atravesado por tensiones y
desgarramientos en relación con sus propias ideas; ningún autor fue
leído –usado– siempre de la misma manera.
–Hay casos notables. Los virajes de Lugones, por ejemplo...
–Sin dudas, pero también hay casos donde los virajes son más
imperceptibles. Y ahí está el trabajo fino del que hace historia de las
ideas, mostrar que hay deslizamientos, polémicas, sensibilizar sobre el
hecho de que los autores, de alguna manera, van tomando decisiones a
través de procesos complicados, a veces dolorosos. Con respecto a la
recepción, hasta se podría decir que un autor que dice lo mismo en un
contexto determinado y también lo dice en otro, en realidad, no está
diciendo exactamente lo mismo, en la medida en que difícilmente eso
“mismo” sea recibido de la misma manera a lo largo del tiempo.
–Déme un ejemplo...
–Un ejemplo clásico de recreación puede ser lo que sucedió con La
tempestad, de Shakespeare, en la cultura latinoamericana. La obra de
Shakespeare fue evocada y recreada en contextos muy distintos, por
distintos intelectuales, para decir cosas distintas, primero por Rubén
Darío, por Groussac, por Rodó y luego por distintos autores, hasta
llegar al planteamiento de Retamar que, apropiándose a su vez de otras
lecturas, invierte completamente el mensaje de Rodó en relación con la
interpretación de la obra de Shakespeare. Esto permite estudiar en
perspectiva ya no sólo los cambios del propio autor –por ejemplo, Darío o
Rodó–, sino visualizar que a lo largo del tiempo se fue configurando
una especie de saga de Shakespeare en América latina, de una enorme
riqueza simbólica. La recepción de una obra importante presenta casi
invariablemente aspectos sinuosos, difíciles de encasillar en una
fórmula simple. En eso consiste nuestro trabajo. Otro ejemplo es el de
Rubén Darío. Al respecto hay una polémica abierta sobre si fue o no fue
antinorteamericano y antiimperialista. De hecho, tiene poemas en los que
revela una disposición y otros donde habla admirativamente sobre
Teodoro Roosevelt. En resumen, a veces las trayectorias son más sinuosas
que lo que permiten ver las etiquetas; de manera que debemos revisar y
en ocasiones desechar esas etiquetas; a veces tenemos que revisar los
propios conceptos con los que buscamos apresar las realidades de nuestra
historia política.
–...
–También mostrar que los intelectuales a veces resultan devorados
por las tensiones que los desgarran. Para algunos, el caso de Lugones es
paradigmático en este sentido: hay quienes dicen que se suicidó por su
amor imposible, pero hay también quienes dicen que se suicidó por la
imposibilidad de darle consistencia a la nueva versión de la historia
argentina que su postrer viraje ideológico requería: en aquel momento
deja inacabada su biografía de Roca, deja una carta que dice “no puedo
más”. Roca era un referente para él en su juventud, en su etapa liberal,
pero después del viraje ya nada encaja...
–¿Cuál es el objetivo tanto de la Maestría como del Centro de Estudios Latinoamericanos?
–Constituirnos como un foro capaz de condensar, producir y promover
saberes sobre América latina, desde la perspectiva de las ciencias
sociales y de las humanidades, colocando un énfasis en el estudio y el
cultivo de la tradición cultural latinoamericana. La tradición cultural
latinoamericana es un legado denso, complejo, por momentos problemático,
que debemos estudiar y conocer del modo más comprensivo y riguroso
posible. Buscamos alentar el estudio sistemático de temas
latinoamericanos en el medio académico, contribuir de alguna manera a
los procesos de integración continental; de hecho un cuarto de nuestros
alumnos es de origen extranjero.
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