martes, 23 de octubre de 2012

LAS MANCHAS SOLARES


"El Sol es una esfera perfecta y regular: ninguna impureza mancha ni manchará jamás su superficie", sostenía la Encyclopedia of Spurious Science (Vol X, 1856).

La temeraria afirmación de la Encyclopedia ignoraba, como siempre, la evidencia acumulada. Las manchas solares, que hubieran horrorizado a Copérnico y a las que el temor profano confirió propiedades brujeriles y maléficas, aparecieron en el telescopio de Galileo hacia el año 1610. El asunto era grave, pues la mera existencia en el disco solar de esos oscuros enclaves de sombra, contradecía la dos veces milenaria doctrina de la perfección de los cielos. La sorpresa fue tan grande, que el joven archiduque de Hormtland se autoinmoló en un bosque de abetos, y el gentil Calímaco, poeta entre los poetas, se arrancó los ojos para no verlas y seguir celebrando en verso "la impudicia perfecta de la Creación".

Pero estos actos trágicos, y hasta cierto punto frenéticos, de nada sirvieron: movedizas, efímeras, las manchas solares allí quedaron. . . Zonas oscuras, de tamaños diversos, que aparecen en grupos sobre la superficie de nuestra modesta estrella local. Durante una vida relativamente breve (días o meses), evolucionan y modifican su forma: las más felices suelen aproximarse al círculo. Aunque en comparación con la superficie del sol parecen accidentes mínimos, en verdad, son enormes, y los mejores ejemplares del género tienen diámetros muy superiores al de la Tierra.

Manchas solares. . . el mismo nombre sugiere la falla, el mal funcionamiento, la equivocación, la oscuridad y el frío, tan frecuentemente -y tan injustamente- asociadas al error. Pero las manchas solares no son, en realidad, ni oscuras ni frías: sólo lo parecen en comparación con la brillante realidad que las circunda (la superficie solar). Si la temperatura de esta última es de alrededor de seis mil grados, las manchas se ubican muy poco atrás, con cuatro mil grados de temperatura, una diferencia si se quiere mínimna frente a los veinte millones de grados que imperan en el centro del astro. Y aunque parezcan islas negras en una superficie amarilla y deslumbrante, brillan cien veces más que una luna llena. Brillo que no agota sus extrañas virtudes. Las manchas muestran, además, una elevadisima conductividad eléctrica y un campo magnético verdaderamente fantástico (alrededor de doce mil veces el campo magnético terrestre).

Importante, porque según se acepta hoy, las manchas solares son un fenómeno básicamente magnético, un fenómeno magnético que se origina en las zonas profundas del Sol y que irrumpe en la superficie por razones todavía desconocidas. Cambiantes y movedizas, intrigantes, desafían aún la imaginación de los astrónomos solares, que tienen varios modelos alternativos que las explican, siempre de manera imperfecta.

No debe extrañarnos: aún reinados tan grandes como el de Enrique II Plantagenet en Inglaterra o el de Felipe Augusto en Francia, fueron manchados por sucesos repudiables como el asesinato de Thomas Becket o el proceso a los Templarios. El sol, astro rey a su manera, no tiene por qué escapar a la regla. Todavia falta para que revele esos puntos oscuros de su monarquía.

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