Yo no te pido
que me bajes
un quásar azul.
Sólo te pido
que me expliques
cómo da tanta luz.
Se dice que la del acápite fue una primera versión (luego corregida) de la famosa canción de Silvio Rodríguez y Pablo Milanés. No tiene nada de sorprendente: de los años sesenta en adelante los quásares fueron (y en cierta medida siguen siendo) uno de los más curiosos enigmas de la astronomía.
Aunque detectados antes de 1960 como objetos puntuales y muy brillantes (de luminosidad aproximadamente igual a la de una galaxia) los quásares (abreviatura de quasi stellar radio sources) adquirieron inesperada vigencia cuando en 1963, M. Schmidt, del Observatorio de Monte Palomar, obtuvo el espectro del quásar 3C-273, y a partir de él pudo calcular la distancia que lo separa de nosotros. Y bien: del corrimiento al rojo del quásar 3C-273 resultaba que éste estaba situado cincuenta veces más lejos que las galaxias próximas a nosotros. Lo cual planteaba problemas en apariencia irresolubles: si estaba tan lejos, ¿cómo podía ser tan brillante? La avalancha de quásares lejanísimos arreció en los años que siguieron, sin que ninguna teoría coherente explicara tamaña luminosidad. Puntuales como estrellas y brillantes como galaxias, en los confines del cosmos, estas cuasi estrellas desafiaban toda la experiencia astronómica acumulada y resultaban ser los fenómenos más enérgicos del universo.
Sin embargo, el correr del tiempo trajo nuevos descubrimientos astronómicos que, si bien no explicaban qué eran los quásares, establecían importantes parentescos. De a poco se empezaron a encontrar galaxias cuyos núcleos mostraban una intensa actividad y rasgos muy parecidos a los de los quásares: muy alta luminosidad, emisiones tremendamente energéticas, violentas eyecciones de materia, gran concentración. Estas galaxias "activas" prosperaron: en poco tiempo las hubo de todo tipo y cubriendo todos los grados intermedios entre una galaxia normal y un quásar. La idea de que un quásar era sólo una galaxia activa llevada al paroxismo ancló entre los astrónomos.
Paralelamente, otro fenómeno llamaba la atención: a mediados de los 70, la idea tradicional de choque de galaxias (las galaxias pasarían una a través de la otra sin molestarse) empezó a ser reemplazada por la idea de coalescencia de galaxias (en la cual el choque va acompañado por la formación de una nueva galaxia que engloba a las participantes) e incluso a la de canibalismo estelar: una galaxia puede devorar a otra; tal es el caso de nuestra Vía Láctea que se engullirá a sus pequeñas galaxias satélites (las Nubes de Magallanes) dentro del breve lapso de dos mil millones de años.
Ambas ideas, coalescencia de galaxias y transición gradual entre galaxias activas y quásares, convergieron para proporcionar una explicación razonable (y provisoria, como toda explicación) del fenómeno quásar. Cuando un par de galaxias choca a coalesce, las estrellas son poco afectadas: están separadas por distancias suficientemente grandes como para no molestarse. Pero en una galaxia no sólo hay estrellas: hay también enormes cantidades de polvo interestelar y éste sí es suficientemente lábil y maleable como para ser duramente modificado por el encontronazo cósmico. El gas interestelar de las galaxias en colisión migra hacia uno de los núcleos galácticos, donde empieza a formar un gigantesco disco de acreción, desatando formidables presiones gravitatorias cuyo exceso de energía se emite como radiación. La emisión de energía será tanto mayor cuanto mayor sea la masa y menor el tamaño del objeto central, lo que actualiza las posibilidades de ciertos firmes candidatos a ocupar el centro de algunas galaxias: los agujeros negros, capaces de concentrar en un pequeño volumen cantidades fabulosas de masa.
Aunque ningún agujero negro ha sido observado con absoluta certeza, entre los astrónomos, hay un aceptable consenso en cuanto a considerar que el caso extremo de una galaxia activa --un quásar-- está formado por un enorme disco de acreción (resultado del gas interestelar que migra a causa de un choque o coalescencia de galaxias) alrededor de un agujero negro ubicado en un núcleo galáctico y que la presión gravitatoria generada por ese disco de materia es responsable de la pavorosa luminosidad. ¿Qué tiene de extraño suponer que estos faros a escala cosmológica hayan inspirado un primer borrador al dúo cubano?
Yo no te exijo
que me traigas
diez galaxias activas para amar.
Me basta un quáser
donde nos podamos reflejar.
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