Entre los cinco sentidos del ser humano, el olfato
pareciera ser el más débil. Sin embargo, tiene un poder evocativo que
cala profundo en nuestro inconsciente. En fin, vivir privados del olfato
no sería, justamente, un jardín de rosas.
–Cuénteme a qué se dedica usted.
–Hasta el año 2006 yo venía haciendo investigación en olfato y gusto
en humanos. Y ahora me dedico a síndrome metabólico en ratas.
–Hablemos primero del olfato. ¿Por qué comenzó a investigar ese tema?
–Bueno, me fascinó dedicarme a un sentido que está un poco
depreciado en la sociedad y que resulta tan relevante desde el punto de
vista neurológico, endocrinológico, etc. Todo lo que sea olfato está
sustentado por bases psicológicas, psiquiátricas, neurológicas,
inmunológicas, nutricionales, sociales, obviamente
otorrinolaringológicas. Lo que hay que señalar es que si bien el olfato
se asocia a la nariz, la nariz no es para oler: es para respirar. El
cerebro huele. Quien tiene un trastorno de olfato lógicamente acude
primero a un otorrinolaringólogo, que no puede hacer demasiado y lo
tiene que derivar. El otorrinolaringólogo se ocupa de que la vía esté
despejada para respirar; más allá de eso, no puede hacer nada para que
la persona huela.
–Usted dijo, antes de que prendiera el grabador, que el olfato permite calar muy hondo en la psiquis humana. Es curioso, porque de todos los sentidos el olfato pareciera ser el más débil. Por lo menos en nuestra especie. Por otro lado, el olfato tiene una capacidad evocativa muy particular. –Es interesante eso. Ontológicamente, el olfato es lo primero que aparece. Y en la extinción de la vida física es lo último que desaparece. Mientras se respira, ya sea natural o artificialmente, hay olfato. En todo esto que usted dice estoy de acuerdo, en tanto y en cuanto me lo dice desde su “consciente”. Pero el olfato es prácticamente “no consciente”. Todo lo que hace a su psique no está en su consciente, está en otra esfera oscura. Por ahí es muy junguiana mi visión. Freud tiene escritos tomos enteros sobre olfato y psique. Y el olfato cala profundo, justamente, porque no es consciente. Piense que el olfato es como el enemigo que está agazapado, que es mucho más temible que el que está a la vista.
–¿Pero el olfato tiene más poder que la vista? –Sí, porque es más primitivo. El ser humano desarrolló sentidos de largo alcance (visión y audición), porque era necesario ver al predador a distancia. La clasificación actual considera de corto alcance al tacto y al gusto, e íntimos, de los cuales el mejor ejemplo es el olfato. Uno es aquello que huele.
–¿Por qué? –Tal vez uno no se da cuenta hasta que pierde el olfato. Recuerdo a una señora que había perdido el olfato y me dijo que su vida la vivía como una película. Por eso le decía que es como el enemigo oculto.
–O como el amigo oculto. –Bueno, sí.
–¿Y por qué “enemigo oculto”? –Porque altera la nutrición, altera el sueño, altera la vida de relación. El sueño, por ejemplo: la serotonina no sólo está regulada por la intensidad de la luz; hay una cuestión de sonidos y de olores. Durante el día hay otros sonidos y otros olores. Lo que lleva a dormir es lo no consciente, lo que no se puede controlar. Y eso es lo que genera el enemigo agazapado. En la vida social, por otra parte, uno empieza a tener falta de registro de los olores personales: no se da cuenta si tiene mal aliento, olor a transpiración..., y eso afecta los vínculos.
–¿Yo sé mi olor? –Sí. No es que lo siente permanentemente, pero se puede dar cuenta de si tiene algún olor raro. Había un libro de una persona que olía TODO, y eso era desesperante.
–Como Funes el memorioso, pero en versión olfativa. –Claro, porque uno no puede oler todo, el olfato es selectivo. Si no, no sería adaptativo; nosotros dos ni siquiera podríamos estar acá, porque nuestro cerebro estaría trabajando a lo loco con millones de estímulos olfativos.
–Pero yo no siento que me huelo. –Porque está acostumbrado. Pero si hubiera algo raro, sí lo sentiría. Del mismo modo que si usted llega a su casa y siente otro olor, lo va a sentir raro.
–Está bien. Pero me parece que un ciego está mucho más indefenso que una persona que no tiene olfato. –Sí, sin duda. Son nuestros dos sentidos sociales. No obstante, una vez que el ciego está en su entorno, el que más sufre es el que tiene distorsión olfativa. Que no siempre es anulación: a veces puede percibir lo que es café, por ejemplo, como chocolate (en el mejor de los casos) o como huevo podrido. Eso es terriblemente limitante. También están las personas que todo el tiempo sienten un olor rico, por ejemplo olor a rosas. Eso parece muy lindo en un principio, pero en el momento en que un café tiene olor a rosas, o un asado tiene olor a rosas, deja de serlo.
–Una cosa que a mí me llama la atención es que a la gente le molesta el olor escatológico y no el propio. ¿Por qué? –Porque estamos adaptados.
–¿No puede tener una explicación evolutiva? Como se utiliza la orina como marcador de territorio, eso tiene que ser desagradable para los demás y no serlo para el que lo marcó. –No lo había pensado, pero puede ser.
–Ahora, de todas maneras, mi sensación de lo que usted me dice es que es exagerado, que le está dando al olfato un lugar absolutamente central que yo siento que no tiene. Yo, por ejemplo, casi no tengo olfato. –Porque debe tener ciertas características que lo hacen un sujeto propenso a tener problemas de olfato. Y acaso usted crea que tiene problemas de olfato y no los tenga.
–Me desconcierta muchísimo, porque es absolutamente inesperado. –Y a mí también me desconcierta, porque yo lo vivo igual que usted. No quisiera no tener olfato por lo que me dicen que provoca, pero a priori no pensaría que es algo tan grave. Sin embargo, hay mucha bibliografía y experiencias que lo avalan. Yo soy científica y me baso en la evidencia: no sólo en la evidencia de lo que puedo medir, sino en lo que me cuentan las personas que tienen un trastorno.
–¿Qué es un olor? –Bueno, ¿qué es un sonido?
–Es una vibración del aire, que entra por los tímpanos y luego se decodifica. –Y ahí está la clave, en la decodificación. ¿Cómo se decodifica? El olfato, visto de esa manera, es el modo en que el cerebro percibe una determinada estructura química.
–O sea que el olor son moléculas. –Sí, volátiles. Tenemos sólidos, líquidos y cosas en estado gaseoso. Un café tiene olor porque desprende vapor. El olor es, entonces, el modo en que el cerebro percibe un químico. Es todavía mucho más fácil de entender que la luz y el sonido.
–Lo que me desconcierta es que sea tan importante. –Eso lo digo en base a literatura, a lo que veo en pacientes y a lo que veo en la vida diaria. Yo dirigí una tesis de doctorado en Comunicación Social: se trataba de ver cómo el olor de los productos influía en la actitud del comprador. Por ejemplo, un teléfono y la idea era estudiar cuánto influía el olor que tuviera el aparato. En realidad, estaba estudiando el “odotipo” (en comparación con el “logotipo”). Los shoppings, por ejemplo, tienen olores diferentes,totalmente distintos.
–Nunca me lo hubiera imaginado.
–Usted dijo, antes de que prendiera el grabador, que el olfato permite calar muy hondo en la psiquis humana. Es curioso, porque de todos los sentidos el olfato pareciera ser el más débil. Por lo menos en nuestra especie. Por otro lado, el olfato tiene una capacidad evocativa muy particular. –Es interesante eso. Ontológicamente, el olfato es lo primero que aparece. Y en la extinción de la vida física es lo último que desaparece. Mientras se respira, ya sea natural o artificialmente, hay olfato. En todo esto que usted dice estoy de acuerdo, en tanto y en cuanto me lo dice desde su “consciente”. Pero el olfato es prácticamente “no consciente”. Todo lo que hace a su psique no está en su consciente, está en otra esfera oscura. Por ahí es muy junguiana mi visión. Freud tiene escritos tomos enteros sobre olfato y psique. Y el olfato cala profundo, justamente, porque no es consciente. Piense que el olfato es como el enemigo que está agazapado, que es mucho más temible que el que está a la vista.
–¿Pero el olfato tiene más poder que la vista? –Sí, porque es más primitivo. El ser humano desarrolló sentidos de largo alcance (visión y audición), porque era necesario ver al predador a distancia. La clasificación actual considera de corto alcance al tacto y al gusto, e íntimos, de los cuales el mejor ejemplo es el olfato. Uno es aquello que huele.
–¿Por qué? –Tal vez uno no se da cuenta hasta que pierde el olfato. Recuerdo a una señora que había perdido el olfato y me dijo que su vida la vivía como una película. Por eso le decía que es como el enemigo oculto.
–O como el amigo oculto. –Bueno, sí.
–¿Y por qué “enemigo oculto”? –Porque altera la nutrición, altera el sueño, altera la vida de relación. El sueño, por ejemplo: la serotonina no sólo está regulada por la intensidad de la luz; hay una cuestión de sonidos y de olores. Durante el día hay otros sonidos y otros olores. Lo que lleva a dormir es lo no consciente, lo que no se puede controlar. Y eso es lo que genera el enemigo agazapado. En la vida social, por otra parte, uno empieza a tener falta de registro de los olores personales: no se da cuenta si tiene mal aliento, olor a transpiración..., y eso afecta los vínculos.
–¿Yo sé mi olor? –Sí. No es que lo siente permanentemente, pero se puede dar cuenta de si tiene algún olor raro. Había un libro de una persona que olía TODO, y eso era desesperante.
–Como Funes el memorioso, pero en versión olfativa. –Claro, porque uno no puede oler todo, el olfato es selectivo. Si no, no sería adaptativo; nosotros dos ni siquiera podríamos estar acá, porque nuestro cerebro estaría trabajando a lo loco con millones de estímulos olfativos.
–Pero yo no siento que me huelo. –Porque está acostumbrado. Pero si hubiera algo raro, sí lo sentiría. Del mismo modo que si usted llega a su casa y siente otro olor, lo va a sentir raro.
–Está bien. Pero me parece que un ciego está mucho más indefenso que una persona que no tiene olfato. –Sí, sin duda. Son nuestros dos sentidos sociales. No obstante, una vez que el ciego está en su entorno, el que más sufre es el que tiene distorsión olfativa. Que no siempre es anulación: a veces puede percibir lo que es café, por ejemplo, como chocolate (en el mejor de los casos) o como huevo podrido. Eso es terriblemente limitante. También están las personas que todo el tiempo sienten un olor rico, por ejemplo olor a rosas. Eso parece muy lindo en un principio, pero en el momento en que un café tiene olor a rosas, o un asado tiene olor a rosas, deja de serlo.
–Una cosa que a mí me llama la atención es que a la gente le molesta el olor escatológico y no el propio. ¿Por qué? –Porque estamos adaptados.
–¿No puede tener una explicación evolutiva? Como se utiliza la orina como marcador de territorio, eso tiene que ser desagradable para los demás y no serlo para el que lo marcó. –No lo había pensado, pero puede ser.
–Ahora, de todas maneras, mi sensación de lo que usted me dice es que es exagerado, que le está dando al olfato un lugar absolutamente central que yo siento que no tiene. Yo, por ejemplo, casi no tengo olfato. –Porque debe tener ciertas características que lo hacen un sujeto propenso a tener problemas de olfato. Y acaso usted crea que tiene problemas de olfato y no los tenga.
–Me desconcierta muchísimo, porque es absolutamente inesperado. –Y a mí también me desconcierta, porque yo lo vivo igual que usted. No quisiera no tener olfato por lo que me dicen que provoca, pero a priori no pensaría que es algo tan grave. Sin embargo, hay mucha bibliografía y experiencias que lo avalan. Yo soy científica y me baso en la evidencia: no sólo en la evidencia de lo que puedo medir, sino en lo que me cuentan las personas que tienen un trastorno.
–¿Qué es un olor? –Bueno, ¿qué es un sonido?
–Es una vibración del aire, que entra por los tímpanos y luego se decodifica. –Y ahí está la clave, en la decodificación. ¿Cómo se decodifica? El olfato, visto de esa manera, es el modo en que el cerebro percibe una determinada estructura química.
–O sea que el olor son moléculas. –Sí, volátiles. Tenemos sólidos, líquidos y cosas en estado gaseoso. Un café tiene olor porque desprende vapor. El olor es, entonces, el modo en que el cerebro percibe un químico. Es todavía mucho más fácil de entender que la luz y el sonido.
–Lo que me desconcierta es que sea tan importante. –Eso lo digo en base a literatura, a lo que veo en pacientes y a lo que veo en la vida diaria. Yo dirigí una tesis de doctorado en Comunicación Social: se trataba de ver cómo el olor de los productos influía en la actitud del comprador. Por ejemplo, un teléfono y la idea era estudiar cuánto influía el olor que tuviera el aparato. En realidad, estaba estudiando el “odotipo” (en comparación con el “logotipo”). Los shoppings, por ejemplo, tienen olores diferentes,totalmente distintos.
–Nunca me lo hubiera imaginado.
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