La explicación aristotélica del movimiento de un proyectil, un movimiento que continúa después que el móvil se ha separado de su motor- era muy poco creíble. En efecto, atribuirle al medio en el que el proyectil se mueve el papel de motor -el aire mismo empuja a la piedra v mantiene su movimiento- no sólo contradice la observación cotidiana de que el aire resiste al movimiento, sino que, como bien lo señalaron los opositores a la teoría, deja pendiente la pregunta de por qué el aire en determinado momento, deja de impulsar al móvil y permite que caiga. Este elemental desajuste entre la dinámica aristotélica y la observación fue una de las fisuras por donde avanzó -lentamente y a los tropezones- una nueva teoría del movimiento: la física del ímpetus, que, aunque con antecedentes en la antigüedad y en la ciencia del Islam, floreció en la Universidad de París en el siglo XIV, y a la que adhirieron figuras como Nicolás de Oresme, Leonardo de Vinci, Gianbattista Benedetti, Copérnico y el joven Galileo.
Los físicos del ímpetus niegan que el medio juegue papel alguno en el movimiento del proyectil -más bien les parece ridícula esta pretensión-, niegan que la caída acelerada de los objetos a la tierra se deba al apuro que les produce estar cada vez más cerca de su "lugar natural", niegan que el movimiento necesite de la acción de un motor externo permanente y niegan, en general, que Aristóteles haya entendido algo sobre el movimiento. En realidad, sacan de foco la atención puesta en el motor, y la concentran en el móvil. Para esta escuela -que hacia el siglo XVI se había impuesto casi uniformemente en todas partes-, el movimiento se produce debido a una cierta "virtud" o "fuerza" - el impetus- que el motor comunica al móvil, y que éste va gastando de a poco al moverse, algo parecido al calor que un cuerpo recibe y que va perdiendo al enfriarse. Desde este punto de vista, queda solucionada tina de las cruces de la dinámica aristotélica: es absolutamente lógico que un proyectil se siga moviendo separado de su motor, y es perfectamente lógico que después de un tiempo se detenga: el ímpetus se ha gastado, y el móvil cae. Los físicos del ímpetus elaboraron un sistema en el que la dinámica era más consistente con la experiencia cotidiana y más creíble que la aristotélica, y superaba, como vimos, una de sus no pequeñas dificultades. Pero mantenían algunos de los preconceptos básicos del aristotelismo: que el movimiento era un proceso de cambio transitorio y pasajero, y que el movimiento necesitaba una causa que lo produjera, así como -con matices- el hecho de que la velocidad de un móvil era proporcional a la fuerza que le imprimía el motor o -en esta versión- a la cantidad de ímpetus recibido. En realidad, el concepto de ímpetus era bastante confuso y no siempre se usaba con prudencia; las discusiones sobre su verdadera naturaleza sembraron todo el camino que va desde la escuela de París a Galileo. No obstante, los físicos del ímpetus empezaron a pensar al movimiento en términos de espacio recorrido y tiempo transcurrido, alcanzaron a distinguir los conceptos de movimiento y velocidad y probablemente los de movimiento uniforme y movimiento uniformemente acelerado. Hay algo de extraño y tal vez de heroico- en estos pensadores que lidiaban con problemas que hoy figuran en los libros de texto de la escuela primaria, y que comprendían oscuramente que el movimiento -en contra del mandato aristotélico- era una cuestión relacionada con la medición, con las matemáticas, con la geometría. Porque, en última instancia, lo que hacía falta -y que los físicos del impetus no lograron- era librarse de los lugares naturales, de la dualidad mundo sublunar-mundo supralunar, del movimiento y el reposo absolutos, olvidarse de los motores y las "virtudes", tirar por la borda toda la parafernalia aristotélica y emprender el camino de la geometría, emprender la construcción de un espacio geométrico como lugar donde ocurre el movimiento físico, construcción que la dinámica y la filosofía de Aristóteles, con sus lugares jerarquizados y su cosmos ordenado, se empeñaban en impedir. Naturalmente, y como en las series de televisión, la geometría terminó por triunfar. Y los "buenos" se llamaron, en este caso, Copérnico, Galileo, Kepler y Newton.
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