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CAPITULO 45
Guiados por el resplandor, nos internamos en el túnel, avanzando despacio, ya que la realidad debe resolverse lentamente, los objetos deben acomodarse de a poco al papel que les toca cumplir, ya que, de lo contrario, corren el riesgo de transformarse en símbolos que no significan nada. Esto alegra a la lógica joven, ya que la detención nos aproxima a las esencias del discurso, desplazándose por esta mezcla de oscuridad y resplandor, que le confiere volumen y vacío como si una sucesión de ecos y silencios se encadenaran persiguiéndose, y formando un silencio repetitivo y estéril que no es capaz de quebrarse por sí mismo. Nuestros pasos suenan siempre al unísono, como si obedecieran a una rutina militar. ¿Subimos o bajamos? ¿Qué vericuetos de SOLOG exploramos con nuestros pies ávidos y temblequeantes? Cada tanto, chocamos, como una larga fila de soldados que se detiene de pronto y en la que el choque entre soldado y soldado va expandiéndose hacia atrás como una onda de sonido. El fotómetro, que en este caso nos sirve de brújula infalible, a donde nos conduce? Parecemos una alegoría de la humanidad andando a tientas de la mano de la tecnología. ¿Hacia dónde iremos?
Al misterio de las cosas, alimentado por el halo de luz casi invisible de la flor gitana.
¿Cómo puedo decir cuanto anduvimos por aquella galería subterránea, si los números son siempre inexactos, establecen sólo una leve tensión entre lo que mide y lo que es medido, entre la extensión cartesiana y geométrica y la dureza de la realidad? A los cincuenta o cien pasos, súbitamente la pared del túnel dejo al descubierto un nicho. Prendimos un fósforo. El fotómetro, irresuelto, oportunista como todos los aparatos, vaciló.
En el centro del nicho hermético, de paredes de piedra, a duras penas conteniéndolo, estaba estacionado el helicóptero. Las aspas, levemente, todavía giraban. A su lado, estaba estacionado un peugeot azul.
¿Qué hacia el helicóptero allí, en ese hueco subterráneo? No era posible, y sin embargo, era verdadero. Temblando al compás de la llama incierta del fósforo, la imagen venia del aparato hacia nosotros. Y esa era sustancia real, que pasaba directamente de la imposibilidad a la memoria.
Diez metros más adelante, el túnel desembocaba en una puerta acolchada que se abrió apenas la empujamos. Un cintillo trinó en la oscuridad y escuchamos un eco lejanísimo y vasto. Nos dijimos: estamos llegando a un lugar inmenso y a oscuras, salvo el lechoso resplandor, que no era sino eso, resplandor puro, que no iluminaba nada. El Comisario Inspector palpó la pared, encontró una llave, y encendió la luz.
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