DIALOGO CON SERGIO RODRIGUEZ, PSICOANALISTA, Y ROBERTO ROSLER, NEUROCIRUJANO
Un grupo integrado por psicoanalistas y neurobiólogos encara un proyecto
de comparación entre las distintas metodologías de tratamiento
(psicoterapia y psicofarmacología), empezando por la depresión.
–Cuénteme en qué consiste el proyecto.
Sergio Rodríguez: –Un grupo de psicoanalistas, con
la colaboración de un neurólogo y un psiquiatra reconocidos en la
Argentina, empezamos a trabajar en un seminario los cruces entre
psicoanálisis y neurobiología. Partíamos de la base de que iba a haber
lugares de encuentro y lugares de desencuentro. En medio de eso
conocimos a Roberto Rosler y nos fuimos metiendo cada vez más en el
tema. Tenemos ahora la idea de profundizar esa investigación. En ese
sentido, tenemos la idea básica de hacer un estudio comparativo entre
pacientes deprimidos neuróticos para poder comparar los efectos de
tratamientos llevados adelante sólo con psicofármacos con otros llevados
adelante sólo con psicoanálisis y con algunos en que el tratamiento sea
mixto. Ese es el punto en el que estamos ahora.
–¿Y qué es lo que quieren averiguar, desde el punto de vista de la neurobiología?
Roberto Rosler: Lo interesante desde el punto de
vista neurobiológico sería poder comprobar que el efecto de un
psicofármaco se equipara con el efecto de los tratamientos por la
palabra; o sea, que los cambios que se producen a nivel neuronal por un
comprimido pueden lograrse con un tratamiento psicológico (con la enorme
diferencia de que el tratamiento por la palabra tiene muchos menos
efectos colaterales). Si lo pensamos bien, ésta no es una idea muy
moderna ni muy descabellada. Porque, en definitiva, ¿qué es la educación
en sí misma? El educador todos los días está modificando el sistema
nervioso central de sus alumnos al modificar las conexiones. Lo que
nosotros queremos con este trabajo es certificar a través de distintos
dispositivos que un buen tratamiento psicoterapéutico puede producir el
mismo efecto sináptico que uno farmacológico.
–El problema es que el sistema nervioso sigue siendo una caja negra... En definitiva, sabemos poquísimo.
R. R.: –Sí. El campo de la neurobiología es como la
noche: lo que más se ve son las estrellas, pero lo que más hay es
oscuridad. Por eso nosotros comenzamos analizando la depresión, en la
cual ya sabemos que hay ciertas áreas que tienen determinado tipo de
trastorno. Sobre esas áreas podemos ver el antes y el después.
–¿Y no hay un problema con el sujeto experimental?
S. R.: –Efectivamente: es el problema más grande
con el que nos encontramos. Le doy un ejemplo: encontraron que en los
bebés se empiezan a producir cambios en el aparato fonatorio a partir de
los siete u ocho meses, que los sacan del grito para empezar a meterlos
en una suerte de proto-habla direccionada. A nosotros nos resultaría
interesante descubrir cómo es que en ese punto las palabras de los otros
empiezan a incidir para que el bebé empiece a producir sus propias
palabras. Lo ideal sería pescarlo en el propio sistema neuronal. Hay
métodos que, de hecho, permiten conservar microscópicamente y en
movimiento muchas de esas cuestiones. Lo que ha pasado en el terreno de
la neurobiología en los últimos diez años es una revolución sin
precedentes...
R. R.: –Sí. Los cambios tecnológicos han permitido
hacer prácticamente una anatomía y una neurofisiología en vivo. Esto
permite observar cuestiones que antes sólo se podían ver en animales
experimentales...
S. R.: –Y ahí está la respuesta a su pregunta.
Nosotros tenemos que poder trabajar con una población que esté
dispuesta. Los chiquitos de siete u ocho meses que le decía antes no
pueden ser metidos en una resonancia magnética funcional. Por eso
apuntamos a trabajar con personas mayores, en centros hospitalarios
donde la gente se preste a experimentos que saben que no son dañinos y
que pueden ser imprescindibles para el desarrollo científico.
–¿Qué es neurobiológicamente la depresión?
R. R.: –En realidad, hablar de la depresión desde
el punto de vista neurobiológico es reduccionista. Pero lo que se ha
observado en los pacientes con depresión es que hay alteraciones
estructurales en el hipocampo. Se producen cambios neuroquímicos en las
neurotrofinas, moléculas que aumentan el trofismo del sistema nervioso
central. Una de las teorías actualmente en boga supone que el depresivo,
antes de serlo, ha estado en una situación de estrés muy prolongada que
lo ha llevado a una disminución de las neurotrofinas. En general, lo
que se ha visto es que el abordaje neuroquímico y psicofarmacológico lo
que intenta es aumentar estas neurotrofinas para aumentar el hipocampo.
Un ejemplo de esto, extremo por cierto, es el estrés post-traumático,
que se puede ver en los veteranos de la guerra del Golfo en Estados
Unidos. En realidad, hay más muertos por suicidio después de la guerra
que en el campo de batalla. Lo que se ve es que la estructura del
hipocampo, que también está asociada con la memoria, está atrofiada y no
funciona. Otra estructura, relacionada con la memoria inconsciente,
emocional, de valencia muy negativa, está muy activada. Esto lleva a una
situación de estrés extremo en la que no se puede recordar cuál es la
verdadera causa del estrés. De todos modos, reducir la depresión a eso
deja afuera muchas cosas.
S. R.: –Quisiera agregar algo. El trabajo con los
psicofármacos tiene un problema: hay un momento en que el paciente
empieza a salir de la depresión y, aunque parezca mentira, ése es el
momento más peligroso. Porque en ese momento no ha perdido sus ideas
suicidas pero, en cambio, físicamente está en condiciones de pasar al
acto. Muchos suicidios de depresivos, de hecho, se producen no en el
momento más grave de la depresión, sino cuando están saliendo. Por eso
el trabajo con la palabra también es importante. Yo no niego el valor de
los antidepresivos, pero creo que hay que tener muchísimo cuidado.
–¿Cómo es el trabajo concreto para ver los efectos de la curación por la palabra?
S. R.: –En primer lugar, los psicoanalistas tenemos
que hacer una medición clínica (observando cómo esa persona habla de sí
misma). El deprimido tiende a hablar muy mal de sí mismo, y en la
medida en que empieza a salir eso cambia, desde el punto de vista
neurobiológico...
R. R.: La idea es que ciertas estructuras que,
según se observa en la resonancia magnética funcional, modifican su
metabolismo y su irrigación, luego del tratamiento por la palabra se
normalizarían del mismo modo en que se normalizan luego del tratamiento
psicofarmacológico. Esto es lo que vamos a buscar en nuestro trabajo.
S. R.: –Esto tiene que ver con algo muy novedoso:
la investigación científica traslacional. Son investigaciones básicas
que tienen una aplicación muy veloz...
–¿Cómo se aplicarían?
S. R.: –Bueno, mi hipótesis es que en los
deprimidos graves es mucho más positivo trabajar con la combinación de
psicofármacos y psicoterapia que trabajar sólo con una o con la otra. Si
nosotros pudiéramos demostrar eso, se armaría algo muy positivo muy
rápidamente. Por ejemplo, el psicoanálisis tiene fama, bastante bien
ganada, de ser muy lento en su trabajo. Ahora bien: si lo combinamos con
el psicofármaco, puede producir efectos muy beneficiosos muy
rápidamente. Se podría salir mucho más rápidamente de la crisis.
–¿Y cómo va a ser el trabajo concreto?
R. R.: –La idea es empezar con estos tres grupos
(los deprimidos bajo psicoanálisis, los deprimidos bajo psicofármacos y
los deprimidos bajo tratamiento mixto), hacer una resonancia de inicio y
luego, cuando los pacientes de los tres grupos han llegado a la mejoría
clínica, hacer una resonancia de control. Una cosa que creo que es
importante desde el punto de vista filosófico es que ya desde el barroco
comienza una utopía de la medicina que consiste en lograr la completa
visibilidad de la enfermedad. Esta completa visibilidad de la
enfermedad, desde el positivismo, se centró en la enfermedad y dejó de
lado al enfermo (al mismo tiempo que bastantes cuestiones sociales,
psicológicas y antropológicas).
–Bueno, dio un resultado fabuloso...
R. R.: –No estoy de acuerdo con eso. Yo creo que
dio un resultado fabuloso, pero sólo en algunos aspectos. Si usted hoy
en día entra a un consultorio, a veces lo que necesita es contención y
afecto.
–El tema de la atención rápida y “des-humanizada” tiene que
ver con la expansión gigantesca de la medicina, que se convirtió en una
medicina de masas.
R. R.: Sí, es cierto. Pero eso no habilita al
médico a abandonar estas premisas. Yo cuando estoy como paciente sentado
del otro lado del mostrador, no quiero que traten mi próstata: quiero
que traten a Roberto Rosler como un ser humano con todos sus miedos, sus
preocupaciones, sus problemas. Porque cuando uno está enfermo entran a
jugar un montón de cosas que van mucho más allá del órgano en sí mismo.
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