lunes, 8 de marzo de 2010

James Watson, las mujeres y los negros


El escándalo producido por los dichos de Don James Watson, Premio Nobel 1953 y codescubridor de la estructura de la doble hélice junto al fallecido Francis Crick (de quien, si mal no me acuerdo, Watson decía que era más inteligente o más imaginativo que él), provocó una oleada de rechazos y acusaciones de racismo. Justas, pero más justas serían acusaciones de imbecilidad.

La discusión sobre quiénes son más inteligentes que quiénes carece de sentido, desde ya, porque nadie puede definir con asomos de claridad lo que es la inteligencia (¿el que juega mejor al ajedrez?, ¿el que se las arregla para resolver problemas matemáticos con menor dificultad?, ¿el que resuelve el problema de la supervivencia en condiciones en que otros no lo harían?, ¿el que se aprovecha y se apropia de la ayuda norteamericana con criterios norteamericanos y la deposita en bancos norteamericanos para disfrute personal?).

Pero carece aún más de sentido cuando se aplica a grupos humanos enteros, como “los negros, los blancos, los verdes o los amarillos”. ¿Hay una correlación directa entre la forma en que los pigmentos de la piel absorben la luz y algunos de los factores citados más arriba? El simple hecho de atacar las posturas de Watson es caer en la trampa y aceptar una discusión que está muy por fuera de los rumbos tanto de la ciencia como de la evolución social y política. Tal es el truco. Watson no quiere imponer sus posiciones: quiere que se las discutan, y sólo con eso se da por satisfecho, ya que instala un problema cerrado, del mismo modo que los antievolucionistas norteamericanos.

El grave problema aquí es la persistencia de personas o grupos que, ya sea para brillar por sus exabruptos, ya sea por convencimiento, necesitan sentirse parte de grupos superiores a otros. En el siglo XIX la historia era con las mujeres: Gustave Le Bon, el fundador de la psicología social y autor del muy famoso libro La psicología de las masas (1895), espantado ante las propuestas de algunos reformadores norteamericanos, que querían facilitar el acceso de las mujeres a la educación superior, escribía: “El deseo de darles la misma educación y, como consecuencia, de proponer para ellas los mismos objetivos es una peligrosa quimera... El día en que, sin comprender las ocupaciones inferiores que la naturaleza les ha asignado, las mujeres abandonen el hogar y tomen parte en nuestras batallas, ese día se pondrá en marcha una revolución social y todo lo que sustenta los sagrados lazos de la familia desaparecerá”.

Naturalmente este tipo de cosas se apoyaba en argumentos científicos (como los que usaría después el darwinismo social). En algunos círculos antropológicos y médicos franceses se puso de moda considerar la inteligencia proporcional al peso del cerebro. Paul Broca (1824-1880), profesor de cirugía clínica de la Facultad de Medicina de París, fue un líder de esta corriente y fundó la craneometría: sobre una muestra de doscientos cadáveres, calculó el peso medio del cerebro masculino y el femenino y concluyó que el hombre era 181 gramos más inteligente que la mujer. (Watson podría proponer mediciones parecidas respecto de la “ayuda” del FMI.) Naturalmente, hubo quien objetó esta linealidad entre tamaño e inteligencia, y el contraargumento de Broca es interesante: “Como sabemos que las mujeres son menos inteligentes que los hombres, no podemos sino atribuir esta diferencia en el tamaño cerebral a la falta de inteligencia”. Lo cual demuestra que las mujeres son menos inteligentes que los hombres, como ya sabíamos.

Hay algo que siempre sorprende entre estos fanáticos de clasificación de la inteligencia; ninguno, que yo sepa o haya oído, y por más científicamente que haya trabajado, llegó a la conclusión de que su grupo era menos inteligente que otros. Por alguna misteriosa razón, que Watson quizás pueda explicar, siempre el grupo estudioso de la inteligencia queda en la punta de la pirámide: ¡oh casualidad!

Miremos esta perla salida de la pluma del inefable Le Bon, psicólogo social y que se publicó en la revista antropológica más importante de Francia, allá por 1870: “En las razas más inteligentes, como entre los parisienses, existe un gran número de mujeres cuyo cerebros son de un tamaño más próximo al de los gorilas que al de los cerebros más desarrollados de los varones. Esta inferioridad es tan obvia que nadie puede discutirla siquiera por un momento. Todos los psicólogos que han estudiado la inteligencia de las mujeres reconocen que ellas representan las formas más inferiores de la evolución humana y que están más próximas a los niños y a los salvajes que al hombre adulto civilizado. Sin duda, existen algunas mujeres distinguidas, muy superiores al hombre medio, pero resultan tan excepcionales como el nacimiento de cualquier monstruosidad, como, por ejemplo, un gorila con dos cabezas; por consiguiente, podemos olvidarlas por completo”.

Bonito, ¿no? Pero no muy lejos de Watson. Lo que los dichos de Watson sí demuestran, y sin lugar a dudas, es que haber ganado el Premio Nobel no es necesariamente un signo de inteligencia. Quizás Watson aspire al  próximo Ignobel.

6 comentarios:

Alipio de Cartago dijo...

Primero quiero decir que como usted bien sabe Moledo, el IgNobel, no premia a ningunos "perejiles", por lo que Watson habria que darle el anti-nobel.
Watson no solo es un racista sino tambien un machista de primera gama, que elije a sus becarias mujeres por su belleza, pues además es un baboso.
Pero bue, nos dijo como entender el codigo genetico y eso ya le alcanza para quedar en la memoria de la humanidad!

Carlos dijo...

Menudo lío el de la inteligencia. Que Watson sea o no racista, que lo es, es relativamente secundario. El mundo está lleno de ejemplares así. Siendo un personaje importante, debería aportar pruebas, cosa que aparentemente no hace. El lío surge cuando uno piensa en los genes y en su interacción con lo social, cosa que sigue, parcialmente, en veremos. Y esto se aplica a la inteligencia o a las distintas definiciones de ella. Nadie puede negar que hay personas más inteligentes que otras, por más que las definiciones de diccionario sean controvertidas. Y lo genético no puede ser ajeno. A propósito de la mujer, y que me perdonen los varones, estoy convencido que en general son más inteligentes que los hombres. No lo puedo probar, pero me gustaría que algún candidato al Nobel tome el caso.

alesita dijo...

y bueno. uno puede ser un maravilloso cientifico y un completo idiota. tambien es cierto que muchos cientificos, despues de años de seguir una disciplina "dura", terminan hechos unos cuadrados, cuando se supone que deberiamos tener la mente bien abierta.

pobre watson, por otro lado, ha de sentirse muy miserable para necesitar denigrar asi a quienes son diferentes. si no fuera porque siempre tuvo esas ideas (a la pobre rosalind franklin no solo le chingo el nobel sino que la ninguneo como cientifica por ser mujer) diria que esta gaga.

leonardo dijo...

Estoy de acuerdo con Carlos en que, en general, las mujeres son más inteligentes que los hombres. Naturalmente, no lo puedo demostrar, pero ´sí dar una razón: a pesar de que todo el tiempo les están diciendo que son MENOS inteligentes, resuelven todos los días miles de problemas que los hombres seríamos incapaces de resolver.
Hay un cuento de Tolstoi sobre este asunto

Leonardo

Carlos dijo...

Pasáme el cuento, Leonardo. Mi idea es que la mujer es más compleja que el hombre. Su aparato reproductor es un ejemplo. Y la biología básica diría que cuanto más complejo es un ser está en un peldaño más arriba, en todos los aspectos.

Cristian dijo...

Hay algo que es claro:

La capacidad de resolver determinado tipo de problemas, y las cualidades humanas, no guardan relación de proporcionalidad entre sí y pueden darse en cualquier combinación imaginable.

Y este señor Watson, creo que lo demuestra... En forma elemental.