miércoles, 31 de marzo de 2010

La Dama de la Torre: Capítulo 16

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¿Cómo se puede realizar un velorio sin ataúdes?¿cómo se puede velar a una lógica descuartizada? Nuestros entrañables protagonistas concurren al velorio de la tercera persona asesinada tal vez por pertenecer al SOLOG, tal vez por pura casualidad. ¿Estará presente el asesino? ¿habrá llevado flores?¿azucenas, dalias, lirios, margaritas africanas?
¿Qué tendrá que ver la Dama de la Torre y su castillo incendiado con todo esto? 


CAPITULO 16

Apenas cruzamos la puerta de SOLOG, el teléfono sonó con la previsible llamada del Jefe de Policía.Esta vez el Comisario Inspector lo despachó brevemente, pero el clima de SOLOG se había enrarecido. Una marea de lógicos de varias generaciones se apoyaban pensativos en las paredes y llenaban las aulas. Era un tumulto. No se veían libros dispersos, salvo La Dama de la Torre, que los asistentes hojeaban como al pasar, sobre el escritorio de la entrada. En un rincón, el anticuario joven, el Decano y el Vicedecano, hablaban en voz baja.

Y entonces la vi: una lógica joven servía café. Usaba una pollerita provocativa y sus pestañas se arqueaban, sinuosas. Era ágil. En contados segundos recorría aulas, hall y patio central, y hasta el umbral sombrío donde la gente también se apiñaba. Cabellos dorados la coronaban, y un ligero mechón le cubría por completo el ojo izquierdo hasta hacerla parecer tuerta. Los cabellos parecían derramarse sobre las tazas de café. Nos guió hasta la capilla ardiente, y allí se despidió de nosotros, pero yo no pude despedirme de ella. Y ya no podría hacerlo jamás.

El catafalco estaba instalado sobre el panel con el cuadro maravilloso, disimulado ahora por cortina de gasa, aunque entre los pliegues de voile se filtraba, con cada cambio de luz, la silueta audaz de la Torre. Sobre los dos paneles de los costados, se apilaban, unas sobre otras, grandes coronas de flores de plástico. Un frasco enorme, colmado a reventar de un líquido de aspecto repelente, esparcía un fuerte olor a almendras amargas.

La lógica había sido asesinada brutalmente, y la habían mutilado de manera horrible. Varios restauradores, según me explicaron, después de trabajar un día entero, habían logrado dar a las piezas sueltas el aspecto formal de un maniquí, casi un muñeco articulado. Los miembros estaban clavados en alambres, que se curvaban en posturas extraordinarias, y le habían superpuesto un armazón de cobre para que no se desparramara. Atrás, en un cartón, habían dibujado un ataúd, en escorzo. Cada tanto, los familiares, o los lógicos amigos y todavía supervivientes, cambiaban la posición del cuerpo, utilizando unas rueditas colocadas especialmente y que funcionaban como músculos artificiales.

Todos hablaban en voz baja, y las conversaciones inevitablemente se mezclaban con independencia de las posiciones encontradas. Aunque se trataba de un velorio, se preservaba el rigor científico y las agudas observaciones cruzaban la capilla ardiente como flechas. Los lógicos se inclinaban sobre su colega muerta, pero solo lo hacían como un ritual, como sirviendo a un señor más poderoso que todos ellos, intuyendo una proposición clave que se les escapaba y que no cabía, o que por lo menos no cabía del todo, dentro de los rígidos cánones del academicismo. ¿La muerte? ¿Qué es eso? El asesinato no era, para ellos, sino una alteración filosófica en un mar de pruebas y contrapruebas, de implicaciones y absurdos. Al fin y al cabo, las leyes de la lógica se articulan del mismo modo que el cadáver con alambres, hasta rematar en el medio de las tablas de verdad, en algún punto irrevocable.

Lógicos escuálidos, empíricos, esféricos, falsacionistas auténticos, carniceros de la realidad, cortadores en lonjas de la verdad científica, detectores de metalenguajes, arquitectos de metavelorios, apasionados cultores de la razón dialéctica, se unían en doble fila, apoyados contra las paredes de SOLOG, contemplando o fingiendo contemplar el cadáver inanimado de la lógica muerta. Y la lógica joven?

La lógica joven se paseaba, sirviendo café. Lo tomaban los otros lógicos con displicencia, se recostaban contra las paredes, y hablaban de cualquier cosa. Cada tanto, entraban vecinas en ruleros, rapaces desarrapados y ansiosos, que hacían rodar una pelota de fútbol entre los lógicos y que se gritaban frases y palabras de una obscenidad increíble. Algunos levantaban la gasa y se quedaban largo rato contemplando el fresco del panel. Una lógica madura se desmayó: atribuible al hedor de las flores de plástico, al ríspido acicate de las almendras amargas? Concebible acaso que una lógica entrada en años, para quien la realidad no guarda ya secretos formales, sucumba ante las locuras de un rapaz? Misterios insondables de la semántica, de la sintaxis pueblerina, palabras con resonancias terribles, referencias brutalmente empíricas a los objetos más íntimos, a los lugares más recónditos del cuerpo, y que en ese mismo velorio se mostraban profanados. Allí, a la vista de todos. Quién no tiembla ante un cadáver desflorado?

Señores de mirada seria entraban y salían. En las casas vecinas se encendían los primeros televisores del atardecer, desgranando series policiales y películas de alto voltaje. El cadáver articulado de la lógica se movía : la afilada discusión generaba una corriente de aire que lo hacía oscilar y los familiares, apresuradamente, trataban de acomodarlo de tal manera que pudiera resistir el viento de la mejor manera posible, pero el aire, como siempre, desbarataba sus planes. Dos niños muy sucios empezaron a jugar a las figuritas en la capilla ardiente y nadie se atrevió a echarlos de allí : entre los concurrentes circulaba la curiosa idea de que ese velorio era algo así como un paseo público, que el verdadero velorio, el ontológicamente válido, se llevaba a cabo en otra parte, donde todos los aspectos discordantes se ensamblaban en un lenguaje perfecto, y donde el cadáver no se movería.

A eso de las ocho llegó la madre de la lógica descuartizada : se arrojó llorando sobre los alambres, que se contrajeron como si en verdad fueran músculos, y la abrazaron. La madre no hizo nada para desprenderse de su hija muerta, y se quedo así, atrapada en un espasmo de espanto hasta la medianoche.

A las once en punto entro el embajador inglés. Conversó brevemente con algunos conocidos, se aproximó,soñador, al cadáver, contempló lastimeramente el ataúd pintado sobre el cartón, probó el café que le ofrecía la lógica joven y se fue.

Recién a las once y media empezamos a interrogar a los lógicos. Allí estaba SOLOG en pleno y no podíamos desperdiciar la ocasión. Pero no hablaban mucho. Estaban atemorizados.

-Se llamaba Ana María Rant, -dijo uno y siempre vestía de rojo.

- ¿Tienen idea de cómo y dónde la mataron? -En torno nuestro se formó un coro de lógicos que obstruía por completo el desplazamiento. En realidad, el velorio había quedado dividido en grupos:  en el patio, el cadáver y su madre, los deudos y lógicos más cercanos. En las aulas, aquellos que estaban allí sólo de una manera contingente, casual. Y en el hall central, el interrogatorio. Así en general es el mundo, así está dividido, entre los que se abrazan a los cadáveres, los que no saben nada de ellos, y los que preguntan sin sentido y sin obtener jamás una respuesta.

-La vieron por última vez cuando salía de su casa -apuntó un muchacho flaquísimo, de movedizo pelo moteado, que tenía en sus manos una taza de café vacía desde el comienzo del velorio : la taza no tenía como objetivo tomar café ni tomar nada, sólo mostrar la inutilidad que invade a los objetos cuando nadie los utiliza - Luego, dicen, subió a un Peugeot azul, que se alejó con rumbo desconocido, hasta que apareció muerta en el baldío de la calle Charcas y Vidt.

La versión de otros difería por completo, y tal vez por temor. Según un intelectual machacoso, que había estudiado lógica hasta los cincuenta, para después abandonarlo todo, el crimen se había cometido en el interior mismo de la casa de la lógica : la habían matado, violado y descuartizado en su propio dormitorio y luego habían transportado los restos hasta el baldío en un Peugeot azul.

Pero había otras versiones más. Según una de ellas, la habían matado en público, ante sus alumnos, durante una clase particularmente penosa. Luego, habían introducido el cuerpo en un Peugeot azul, con el parabrisas trasero cubierto de calcomanías, donde la habían descuartizado y violado, en ese orden, para arrojarla después en el baldío de la calle Charcas y Vidt. Otros contaban que había sido en una plaza, mientras un Peugeot azul doblaba una esquina, y había quienes aventuraban que ella misma se había suicidado y que el Peugeot azul no había hecho sino transportarla hasta el baldío, luego de cumplir el acto inútil, libre y perverso del descuartizamiento y la violación. A medida que las versiones se sucedían y complicaban, el asesinato y el descuartizamiento se separaban, como si se tratara de fenómenos diferentes, practicados en diferentes cadáveres, que luego, por una necesidad inexplicable hubieran vuelto a reunirse en un solo muñeco, aquí, en SOLOG. La propia víctima se esfumaba en la mecánica del crimen, que parecía tener más consistencia que ella misma. Ella era sólo el vehículo que el Peugeot azul había elegido para manifestarse, o a través del cual el crimen y el descuartizamiento se habían realizado a sí mismos, en etapas hegelianas, en el suave transcurrir de tríadas dialécticas que se sucedían virginales, impolutas, para rematar en ese muñeco abrazado a su madre en un incesto final y por lo tanto innecesario, que no era sino la negación de la negación.Y luego,ah luego la síntesis,la vuelta a la prohibición y al tabú, la introducción férrea, alambresca, en un paraíso fetal. Florecillas de manteca crecían en los labios de los lógicos cuando pronunciaban las palabras más prohibidas : horrible muerte, impensado suceso, espeluznante acontecimiento. Consideraban ese hecho como una contingencia del devenir, un dato más que se agregaba a la cadena del pensamiento y el lenguaje realizándose a sí mismos, una especie de sinrazón platónica, un arquetipo de la idea, desarrollándose cauta en aquel ámbito apropiado,atravesado por una corriente de aire que nos unía como un cordón. Las tenebrosas nubes de la tarde se habían alejado hacia el río, pero nadie daba muestras de haberse percatado de la tormenta. Los televisores vecinos se habían apagado casi al unísono al marcharse el embajador inglés, y sólo uno repiqueteaba aún a esa hora tardía : lo escuchábamos claramente. Estaban transmitiendo una competencia donde grupos de parejas luchaban por un premio en todas las formas imaginables : se trepaban a un palo resbaladizo, subían una escalera con los escalones serruchados, contestaban preguntas dificilísimas sobre química, saltaban a la soga hasta batir récords y luchaban en estilo grecorromano. Pero lo más curioso es que ignoraban cual era el premio. El locutor hacía referencias con una voz en la que parecía ondear una sonrisa permanente y estreotipada : a veces sugería una bicicleta, a veces una cartera de cocodrilo, a veces una excursión por Europa : los posibles premios eran siempre femeninos. Pero lo cierto es que la verdad, el verdadero resultado, no se sabía. Era el perfecto reverso del velorio, donde el final, precisamente, era lo conocido.



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1 comentarios:

Carlos dijo...

Para mí este es el mejor capítulo de la electrizante secuencia.