jueves, 29 de abril de 2010

La Dama de la Torre: capítulo 20

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Enamorado de la lógica joven, nuestro narrador se desentiende de la criminalidad que ronda la ciudad, la muerte que no da respiro, los ataúdes que faltan para el ritual occidental, y disfruta del amor que da y le es dado. La Dama de la Torre asiste a un banquete demencial, por un lado el ingenio de los comensales, por el otro, el grotesco banquete. La acción parece detenerese, flotar, marchar en velocidad crucero... hacia algún lugar. 

 
CAPITULO 20

En el salón de pasos perdidos del Departamento de Policía han colocado una mesa inmensa que mirada desde la puerta parece un altar. A su alrededor ya han tomado sus lugares quienes componen el coro estable de este asunto. De izquierda a derecha se ubican el embajador inglés, el Director del Departamento de Matemáticas, el Presidente de la Cámara de Fabricantes de Ataúdes y Simón de Indias, el Decano de Anticuarios.



El Comisario Inspector me instala en el extremo de la tabla redonda directamente frente a Simón de Indias. Las toses apagadas se elevan como un murmullo de voces que estuvieran discutiendo algo muy importante y secretísimo. Las miradas vagan por el salón, se deslizan sobre la pared fronteriza con la cámara de torturas (ahora felizmente desactivada) donde han desplegado una colección de armas antiguas bastante intimidatoria : alfanjes, helicoides, ballestas de ristre, apuntadas simbólicamente hacia el techo, con los tientos débilmente anudados, que les confieren una sensación de laxitud, de aflojamiento. Flechas dálmatas de puntas parabólicas y terribles, balines microscópicos, algazaras árabes, recogidas en excavaciones valencianas, una lanza mudéjar que sirvió para la defensa de Granada contra los infieles, estoques delgadísimos y envenenados que fueron el juguete de las cortes francesa y rusa, y, sobre todo, aguzados sacalenguas del siglo XV, que fueran propiedad de Leontino Melazzi, florido caballero renacentista, y el yelmo de púas horripilantes que usara Guillaume de la Tour. Los concurrentes tenemos la clara sensación de ser sólo circunstantes, apenas pasajeros de un momento fugaz, frente al río eterno de la Policía, que arrastra hacia el mar inmensos icebergs de represión y tortura. Buscan intimidarnos? Pretenden que alguna de las afiladas puntas señale o invente un culpable? El tono de la reunión es de poca esperanza, proclive a las soluciones extremas, pero también planea en ella cierta perplejidad. Por la calle Solís pasan entierros. Cada tanto, por los altos ventanales del salón se asoma una cara muerta y burlona que remata una pila de cadáveres desnudos. Han empezado a maquillarlos horrorosamente, como si quisieran fabricar una mortaja de aceites y de ungüentos. En algunos casos, los mutilan por pudor, pero se cuentan hechos espantosos. Se dice que en la Boca y en la Paternal, cerca del domicilio del vicedecano de anticuarios, se han efectuado entierros colectivos de brazos, piernas y cabezas, en fosas separadas, que crearan, como dudarlo, serios problemas a los arqueólogos del futuro, ya que buscaran la madera, el aserrín ancestral, que delata lo humano en ese revoltijo boschiano de extremidades y clavículas, en ese revulsivo ataque a la armoniosa placidez de la anatomía. Qué diría de todo esto la lógica joven si estuviera aquí ? Se imaginaría a merced de alguno de los filosos sacalenguas?



Con gestos desesperados, el Comisario Inspector trata de instaurar un comienzo de orden, unos gramos de silencio que permitan anunciar un hecho trascendental : la inminente llegada del Jefe de Policía que ha decidido intervenir en persona dado el cariz que están tomando los acontecimientos: la ciudad amenaza con convertirse en un inmenso campamento fúnebre, donde los lógicos perecerán uno a uno y las cadenas causales empezarán a someterse a la imaginación de las gentes, reinstaurando el reinado de la superstición. La calma, poco a poco se apodera de los presentes, en forma de un adormilamiento repentino. Todos cabeceamos en el aire soporífero del verano.

Un edecán anuncia la llegada del Jefe de Policía. Confieso mi ansiedad por conocer al augusto personaje. Es un hombrecito bajo, rechoncho. En un mundo más propenso a la geometría, hubiera sido una esfera perfecta. Usa bigotes espectacularmente puntiagudos, y un traje gris y maltratado, que intenta darle linealidad, evitar esa redondez fatal que como una maldición acarrea a todas partes. Su estatura es francamente ridícula, y de acuerdo con ella, tiene la expresión desolada de un enanito que no se halla a gusto en un mundo poblado exclusivamente por gigantes. Usa un cinturón muy grueso y amenazador, y tendrá, cuando hable, una vocecita ronca que parece raspar a quienes lo escuchan. El Jefe de Policía es una de esas personas para las que el mundo es un misterio que renunciaron de entrada a descifrar y sólo les queda dominarlo. Se movía algo pomposamente, lo cual, como siempre, produjo un cierto aire de satisfacción en los presentes. Es que los ambientes se organizaban en torno suyo, y la autoridad que de él emanaba parecía más una cualidad física del espacio que de su alto cargo o de los símbolos colocados en su solapa, junto a una colección bastante dorada de escuditos diversos y medallas hexagonales. Ocupo su sitial en la cabecera como si la reunión fuera un favor que se le debiera desde largo tiempo. La cabeza del Jefe de Policía se elevaba apenas unos centímetros por encima de la mesa, y sus pies, que no llegaban al suelo, se balanceaban rítmicamente debajo de ella produciendo una corriente de aire que molestaba a todos.

-Tengan en cuenta, caballeros, dijo a modo de introducción que en el Departamento de Policía todo es provisorio.

-Lo único posible es lo provisorio -dijo el embajador inglés, sin sorprenderse, la rareza es la cualidad más extendida. Por eso lo exótico tiende a confundirse con lo cotidiano de tal manera que termina por parecernos normal.

-La normalidad es una cualidad despreciable el Director del Departamento de Matemáticas recogió el desafío ya que tiende a lo estático. Petrifica las articulaciones y detiene el fluir de la evolución.

Simón de Indias encendió una pipa de nácar Los colores son siempre informales dijo No llego a sostener que son simples ilusiones de los sentidos, pero estoy convencido de que muestran solamente lo superficial.

-No lo crea dijo el embajador inglés hay colores y colores. Y por otra parte, qué son las cosas más que su misma superficialidad? Acaso las leyes de la perspectiva, al agregar volumen a las superficies, superaron en algo la estática medieval?

-Lo medieval es una ilusión histórica dijo Simón de Indias ya que toda historia es historia presente, como sostiene la escuela francesa.

-Y si toda historia es historia presente dijo el embajador inglés las antigüedades no son más que banalidades, caprichos nerviosos.

-Las antigüedades definen el presente por oposición contestó Simón de Indias sin inmutarse ya que tienen la cualidad de separar lo pasado de lo actual, de definir espacios históricos separados, y por ende, paralelos, que se utilizan como referencias permanentes.

-Lo que quiere usted decir es que son mojones temporales dijo el embajador inglés.

-Juegan para la historia presente el mismo papel que los fósiles para la paleontología. No indican lo que pasó, sino la distancia que debemos tomar con lo que está pasando para comprenderlo bien dijo el Director del Departamento de Matemáticas.

-Pero los fósiles son casi imposibles de fabricar apuntó Simón de Indias eso marca una diferencia esencial con las antigüedades.

-El estado debería garantizar la autenticidad de los fósiles dijo el Director del Departamento de Matemáticas- Puesto que son una matriz biológica, son, por lo tanto, propiedad común. Es necesario precaverse contra las falsificaciones que pueden alterar por completo la historia de la biología. En nuestro departamento elaboramos un proyecto de ley al respecto, que pronto depositaremos en la mesa de entradas del Congreso.

-El estado no es omnipotente dijo el embajador inglés Ese es quizás su único defecto y el que a la vez lo torna completamente inútil. El estado, por ejemplo, es totalmente incapaz de gobernar las cosas microscópicas.Lo cotidiano, que es lo único que está a su alcance, como todos lo hemos comprobado alguna vez, pasa.



El Jefe de los Fabricantes de Ataúdes Sir Anthony Parsons dormitaba ensimismado en su propia rutina. Parecía no haber sido afectado por el giro filosófico que había tomado la reunión. Las últimas palabras del embajador inglés, sin embargo, impactaron al Jefe de Policía, decidiéndolo a intervenir. Era incapaz de comenzar a hablar sin contar una anécdota de su larga carrera policial. Consideraba que la anécdota es una manera de preservarse del fluir del tiempo, ya que es un pedazo de historia recortada y que, sin tener la banalidad del chisme o del aforismo, escapaba también a la estatuaria solidez del cuento, que lo hace tan fácilmente sensible a las aguas del devenir. Las anécdotas son como los fósiles : escolarmente, subrepticiamente, quedan. No deben contener forzosamente una estructura de acción, pueden ser aforísticas, estáticas, o resumirse en un instante de contemplación y deslumbramiento. Una interjeccción. Un fogonazo.

-En una época vigilábamos las cuadras que lindan con el Mercado de Abasto dijo el Jefe de Policía Entonces era yo un mozalbete apenas entrenado y que cedía a los impulsos de un heroísmo que, como se sabe, es exactamente lo contrario de la madura reflexión policial, que tiene el rigor de una ciencia exacta. Las cuadras en cuestión, en aquellos tiempos, estaban signadas por zaguanes profundos, donde abundaban los vagos y mal entretenidos, que hacia el crepúsculo oscilaban como una masa difusa. La oscuridad que salía de los zaguanes debilitaba la luz de la calle, hasta el punto que, muchas veces, era necesario encender los faroles en pleno día. Eran épocas en que lo que predominaba era la camaradería, y tanto yo como mis compañeros hacíamos la ronda conversando alegremente, entonando canciones estudiantiles de subido tono, y deteniéndonos cada tanto en algún bar para tomar unos tragos. No era raro que, durante aquellas paradas alguno de los parrroquianos nos desafiara a una partida de billar que invariablemente ganábamos. Las carambolas se combinaban con los carromatos y pesados fletes que entraban y salían del Abasto : los cajones que se cargaban y descargaban componían una sugerente música de fondo, que neutralizaba todos los sonidos de adentro del bar, de tal modo que uno creía estar permanentemente afuera. Deben comprender que, en ese entonces era yo muy joven, y las categorías de mi percepción estaban trastocadas, de tal modo que lo cotidiano me parecía exótico, y lo exótico apenas levemente por encima de lo normal. Los vagos que se apilaban en el fondo de los bares, mirando fijamente a los jugadores de billar, eran, tanto para mí como para mis jóvenes y amigables compañeros, villanos terribles, malandrines espantosos, a los que era necesario apresar, pese a su aparente indolencia. Nuestra inexperiencia nos impedía distinguir el verdadero perfil criminal, que resalta, de la masa media, ante los ojos expertos, del mismo modo que un diamante entre cuentas de vidrio.

En una ocasión, pues, entramos en un cafetín particularmente famoso, donde un desconocido, como tantas otras veces, nos propuso una partida de billar. Un inmenso sombrero cubría por entero sus facciones, dándole un aspecto, si no siniestro, por lo menos proclive a lo tenebroso. Sin decir una sola palabra, el desconocido remató varias centenas de carambolas hasta anonadarnos, y cuando finalmente nos dimos por vencidos, nuestro contrincante retrocedió hasta confundirse con las brumas del fondo del bar. Era la primera vez que perdíamos una apuesta. Cariacontecidos, nos acercamos al estaño para consolar nuestras gargantas ya que no nuestras almas con unos sorbos de ginebra. Y el patrón nos dijo : han tenido ustedes suerte, han echado unos tiros con el célebre Bairoletto .

El Jefe de Policía se detuvo y examinó atentamente a los presentes para verificar el efecto de su relato. El fabricante de ataúdes estaba muy impresionado. Los demás, no tanto.

-Puede usted estar seguro de que comprendimos su mensaje- dijo el embajador inglés el Abasto ya no es lo que era.

El Jefe de Policía le contestó con una mueca graciosa Todas las cosas están dejando de ser lo que eran. Son las desventajas del progreso.

-La evolución no siempre conduce al progreso comentó el Director del Departamento de Matemáticas. Fíjense que en la culminación de su anécdota el Jefe de Policía mantiene una breve charla con el que denomina patrón. Hoy en día se hubiera tratado de un barman. Hay una tendencia inflexible a la unificación del discurso en un lenguaje común, poblado de esquematismos infantiles.

-Es que la sociedad entera está regresando a la infancia comentó el Comisario Inspector los impulsos autodestructivos de la época moderna recuerdan las permanentes oscilaciones de un niño. La humanidad está tratando a sus circunstancias como si fueran juguetes.

La palabras del Comisario Inspector proyectaron un vaho denso sobre la reunión. Incluso el Jefe de Policía dejó de balancear las piernas apenas todo movimiento fue acusado de ser un juego infantil.

-El motivo de esta reunión dijo entonces el Jefe de Policía no es solamente hablar de generalidades sino exponer la firme teoría que se está abriendo paso, aunque sea menester reconocer que lentamente, en las filas de nuestra Institución, según la cual la Policía debe asimilarse a una ciencia exacta, como la física o la astronomía, y por lo tanto, susceptible de experimentación y progreso. Debe desecharse, desde ya, la crítica que se ha formulado en el sentido que, lo que se pretende con esto, es arrancar la represión de la esfera de las ciencias sociales, siempre severas en su juzgamiento, para someterlas al juicio, siempre más ecuánime, de la razón pura. Si bien puede considerárselo un problema puramente filosófico, las autoridades de la casa consideran que no lo es, ya que la ubicación de cada disciplina dentro del ámbito científico que le corresponde, contribuye al mejor ordenamiento del conocimiento humano, independientemente de la postura cognoscitiva que se adopte.

-La represión se manifiesta biológicamente como malformación e impedimiento dijo el Director del Departamento de Matemáticas es una tesitura que se remonta al mesozoico.

-La Institución ha incorporado a científicos y técnicos brillantes volvió a intervenir el Jefe de Policía Pretendemos que nuestros métodos sobresalgan, de la misma manera que un trozo de oro sobresale entre un millar de elementos de cobre, o de metales poco nobles. La nueva problemática policial debe girar, a nuestro entender, alrededor de una metodología incontaminada, y lo que constituye su correlato teórico imprescindible : el experimento.

El embajador inglés se inclinó, molesto Pero lo que ustedes pretenden le quitaría a la represión del delito la maravillosa ambigüedad que la caracteriza dijo. Y el poder de la Policía, apenas pierde su arbitrariedad, desaparece.

-La Policía vivió hasta ahora en un universo moral dijo el Jefe de Policía nuestra intención es que, de ahora en adelante, se sumerja completamente en el universo físico. Nada hay, más que el mero transcurrir de la materia, a veces inerte, a veces animada. Los carromatos de cadáveres que podemos ver apenas nos asomamos a cualquier ventana suscitan una cuestión ética que no podemos ni debemos resolver. Pero encontrar la forma de proveer medios para recubrirla, es un problema geométrico y físico.

El embajador inglés , distraído durante estas últimas palabras del Jefe de Policía, clavó la vista en los sacalenguas alineados en el muestrario de la pared.

- Y con esos fines diseñaron ustedes un experimento?- preguntó.

El Jefe de Policía movió la cabecita afirmativamente. Al mismo tiempo, sus pequeñas piernas se agitaron más lentamente por debajo de la mesa, como si fueran a quedarse dormidas. Lady Chevesley , en cambio, despierta. Las brumas de la mañana han pasado, las de la media tarde también, y una campana, a lo lejos, deja oir el ángelus. A dónde irá ahora? Examina cuidadosamente el sitio donde tuvo lugar el lamentable festín. Sólo quedan migajas dispersas, que algunos cintillos precipitadamente recogen en vuelos rasantes y arrastran, con interés, hacia sus nidos. Del paisaje a su alrededor se desprende un silencio inmenso, que parece suspendido, externo, mientras la luz disminuye. A dónde irá ahora? La desolación y la simetría de todo cuanto la rodea, le impiden imaginarse una continuación adecuada.

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