viernes, 28 de septiembre de 2012
La penosa vida del Sol
Arpa soy, salterio soy
donde vive el universo.
Vengo del Sol y al Sol voy.
Soy el amor, soy el verso.
José Martí
Pablo Milanés
El sol no puede hacer huelga, y sin embargo sus condiciones de trabajo son penosas, no cobra sueldo, produce con pasmosa eficiencia, y solo le cabe esperar una muerte segura como premio a sus esfuerzos. Por empezar, se ocupa de atraer a los planetas y mantener al sistema planetario en funcionamiento. Pero esta menuda faena gravitatoria es relativamente fácil (al fin y al cabo todos los cuerpos de universo la cumplen) si se la compara con la titánica tarea de brillar. Atraer, el sol atrae de taquito. Brillar, son palabras mayores. Y aunque cueste rendirse a la evidencia, hay que reconocer que el sol esta lejos de pertenecer al sector servicios; muy por el contrario, trabaja en uno de los sectores básicos de la economía estelar: la producción de energía, de la cual, como una especie de aristocracia parásita nosotros y todos los seres de la Tierra vivimos y nos desarrollamos cuando nos dejan.
A primera vista, la estructura del sol no parece gran cosa: una esfera gaseosa, de 1.400.000 kilómetros de diámetro, compuesta casi exclusivamente por los dos materiales mas simples del mundo: hidrogeno (70%) y helio (27%). Solo un miserable 3% queda para el resto de los elementos, en especial el carbono y el oxigeno. Y sin embargo, ese paisaje en apariencia sencillo encubre el desarrollo de un drama. Bajo la acción de su propio peso, que las arrastra hacia el centro, las capas exteriores comprimen a las interiores, y esta compresión de las capas interiores produce en el centro del pobre astro una escalada de presión y temperatura que alcanzan valores de pesadilla ( los modestos 6000 grados de la superficie solar remontan hasta veinte millones de grados o más en el núcleo). Condiciones duras, es verdad, pero que son capaces de contener el empuje de la materia hacia el centro y mantienen a nuestra estrella en equilibrio, evitando que colapse sobre si misma. Y que tienen, para nosotros por lo menos, un saludable efecto colateral, ya que en semejante ambiente, nadie puede razonablemente pretender que la materia mantenga su compostura. Y así, los núcleos atómicos se aplastan unos contra otros y se desencadenan reacciones nucleares de fusión: dos núcleos de hidrogeno se funden para formar uno de helio. Pero el detalle pintoresco es que la masa final (la del núcleo de helio) es ligeramente inferior a la suma de las masas (de hidrógeno) empleadas para formarla. La masa que falta se evaporo en forma de energía, según la celebre formula einsteiniana (e=mc2). Cada segundo, el sol cocina seiscientos treinta millones de toneladas de hidrógeno transformándolas en helio. De esa enorme suma, cada segundo, también, cuatro millones seiscientas mil toneladas desaparecen para proveer la energía solar.
Fusionar hidrógeno para fabricar helio (el mismo proceso que, en pequeño, el hombre ha conseguido reproducir en la bomba de hidrógeno, que es una especie de sol en miniatura), ser un horno nuclear a escala cósmica. Mal que nos pese, ese es el secreto del sol y esas son las condiciones de su vida. Ahora bien. ¿Hasta cuando puede durar tamaño despilfarro? Porque el hidrógeno es la materia prima que ha sostenido a la estrella desde su nacimiento, hace cinco mil millones de años, pero la provisión de hidrógeno, si bien muy grande, no puede ser eterna. Y no lo es: dentro de ocho mil millones de años llegara el momento fatal en que todo el hidrógeno se habrá consumido en cenizas de helio, y el sol se quedara sin combustible. Ese día comenzara la muerte de este esforzado integrante del proletariado estelar, al que solo por desconocimiento de los procesos nucleares se confirió durante siglos el atributo de la inmortalidad y los oropeles de la monarquía. Primero se expandirá (hasta convertirse en una Gigante Roja), luego tendrá un breve chispazo de vida, cuando las temperaturas permitan que arda el helio, transformándose en carbono, y luego, la gravitación retomara su tarea: el sol se contraerá hasta convertirse en una enana blanca, o quizás en una estrella de neutrones. Pero no veremos al astro rey caer de su trono: la Tierra se habrá evaporado hace mucho. Podría ser peor: la muerte del sol será lenta y continua: no habrá, según se sabe hasta ahora, ni novas, ni supernovas, ni malos comportamientos que supongan un brusco apocalipsis: solo un lento, caliente y largo momento final.
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