A partir de hoy, todos los miércoles se publicará en este mismísimo blog un capítulo de la inédita novela por entregas La dama de la torre, una historia de misterio, intrigas, amores, ciencia y asesinatos; un relato sobre la literatura, lo siniestro y la lógica; una novela donde convive lo gótico y lo luminoso, el thriller policial y el espíritu decimonónico; una historia atrapante que esperamos que disfruten.
PROLOGO
Solitaria, con sus doce pisos de altura,la Torre se elevaba en medio del páramo casi como una amenaza. Había sido construída en un período indefinido; ningún habitante de las aldeas que se amontonaban al pie de la fortaleza conservaba la memoria de su erección. Sin embargo, circulaba una leyenda según la cual había sido edificada por el Thane de Cawdor, en la época de la lucha entre los clanes y el Arzobispo de Canterbury había lanzado sobre cada una de sus piedras grises, con la rústica forma de adoquines, una sombría y hermética maldición; nadie, de los que nacieran allí, alcanzaría la felicidad de la memoria. De ahí en más, todo se tornaba confuso.
Lady Chevesley se despertó de repente; había sido atenaceada por sueños farragosos como un trámite, que irrumpieron de pronto con la energía de una pesadilla feudal. Dos doncellas la vistieron
apresuradamente, y descendió la empinada escalera rechazando a los criados que se esforzaron por retenerla. Atravesó dormitorios y mazmorras como una exhalación, despreciando las ráfagas que barrían los patios múltiples. En los portones, el Gran Mayordomo hizo una última tentativa por detenerla; pero ante su obstinación, mandó que le prepararan el carruaje.
En las diversas aldeas que rodeaban el páramo se tejieron complicadas versiones sobre su probable destino. Pero nadie mencionó la Plataforma de Elsinore.
Esto, no obstante, ocurría en épocas tan remotas que sólo mencionarlas daba miedo, y nadie lo recordaba más que como una leyenda. Pero todos repetían, que, como toda leyenda, reflejaba puntualmente la verdad.
CAPITULO 1
Debí habérmelo imaginado; la noche había estado poblada de errores insignificantes: un grito algo estentóreo
aquí o allá, corrientes de aire sutilmente frías, que discordaban con el deslizarse del verano, resplandores de mercurio que, de tanto en tanto, interrumpían el fluir de la oscuridad. La plaza Almagro, contundentemente vacía a esa hora, evocaba los tiempos más terribles del gobierno militar.Palpitaba como un escenario ansioso, a la espera de acontecimientos que colmen su capacidad y le den vida. Hasta allí, todo resultaba normal, pero la calle Bulnes era más un oscilante decorado que un lugar concreto; las casas bajas,chatas y alineadas parecían un ejército que adivinara de antemano su derrota. Sobre ellas, los árboles se cernían como oficiales de alta graduación.
La gente se amontonaba sobre la vereda, donde merodeaban los policías.Me acerqué al Comisario Inspector Díaz Cornejo, que movía las manos nerviosamente.
-Aquí estoy le dije. Como ve, no tardé mucho.
Pero no me prestó atención -Un lógico! - dijo. Ni más ni menos. En la voz se mezclaban la rabia, el fastidio y alguna otra cosa no muy bien definida. -A quién se le ocurre asesinar a un lógico?
Solitaria, con sus doce pisos de altura,la Torre se elevaba en medio del páramo casi como una amenaza. Había sido construída en un período indefinido; ningún habitante de las aldeas que se amontonaban al pie de la fortaleza conservaba la memoria de su erección. Sin embargo, circulaba una leyenda según la cual había sido edificada por el Thane de Cawdor, en la época de la lucha entre los clanes y el Arzobispo de Canterbury había lanzado sobre cada una de sus piedras grises, con la rústica forma de adoquines, una sombría y hermética maldición; nadie, de los que nacieran allí, alcanzaría la felicidad de la memoria. De ahí en más, todo se tornaba confuso.
Lady Chevesley se despertó de repente; había sido atenaceada por sueños farragosos como un trámite, que irrumpieron de pronto con la energía de una pesadilla feudal. Dos doncellas la vistieron
apresuradamente, y descendió la empinada escalera rechazando a los criados que se esforzaron por retenerla. Atravesó dormitorios y mazmorras como una exhalación, despreciando las ráfagas que barrían los patios múltiples. En los portones, el Gran Mayordomo hizo una última tentativa por detenerla; pero ante su obstinación, mandó que le prepararan el carruaje.
En las diversas aldeas que rodeaban el páramo se tejieron complicadas versiones sobre su probable destino. Pero nadie mencionó la Plataforma de Elsinore.
Esto, no obstante, ocurría en épocas tan remotas que sólo mencionarlas daba miedo, y nadie lo recordaba más que como una leyenda. Pero todos repetían, que, como toda leyenda, reflejaba puntualmente la verdad.
CAPITULO 1
Debí habérmelo imaginado; la noche había estado poblada de errores insignificantes: un grito algo estentóreo
aquí o allá, corrientes de aire sutilmente frías, que discordaban con el deslizarse del verano, resplandores de mercurio que, de tanto en tanto, interrumpían el fluir de la oscuridad. La plaza Almagro, contundentemente vacía a esa hora, evocaba los tiempos más terribles del gobierno militar.Palpitaba como un escenario ansioso, a la espera de acontecimientos que colmen su capacidad y le den vida. Hasta allí, todo resultaba normal, pero la calle Bulnes era más un oscilante decorado que un lugar concreto; las casas bajas,chatas y alineadas parecían un ejército que adivinara de antemano su derrota. Sobre ellas, los árboles se cernían como oficiales de alta graduación.
La gente se amontonaba sobre la vereda, donde merodeaban los policías.Me acerqué al Comisario Inspector Díaz Cornejo, que movía las manos nerviosamente.
-Aquí estoy le dije. Como ve, no tardé mucho.
Pero no me prestó atención -Un lógico! - dijo. Ni más ni menos. En la voz se mezclaban la rabia, el fastidio y alguna otra cosa no muy bien definida. -A quién se le ocurre asesinar a un lógico?
-Un lógico?
-Allí lo tiene.
Sobre las baldosas de la calle Bulnes, el lógico estaba muerto y bien muerto. Un enorme cuchillo de carnicería penetraba cruelmente por la espalda y asomaba por el pecho, atravesándolo de parte a parte. En la punta acerada aún oscilaba un delgado hilo de proteínas. Era un cadáver pequeñito, encorvado. Cualquiera hubiera dicho que la muerte no hacía más que disimular lo que, de otra manera, hubiera sido una joroba. Parecía no tener huesos, ser carne pura, el proyecto o el borrador de un fantasma. Una vez que la envoltura se evaporara, sería completamente incorpóreo. Un cierto clima de amenaza se propagaba por el ambiente.
- Y cómo sabe que se trata de un lógico?
- Me lo acaban de decir.
Miré alrededor. Estábamos rodeados de personas a medio vestir, vecinos y curiosos que paseaban a la noche en busca de un espectáculo y que esta vez habían obtenido el mejor de los premios. Entre ellos, como peces, pululaban los policías. Pero el público, como siempre, tomaba la muerte del lógico como un fenómeno natural, un accidente que destruye parcialmente la coherencia de todos los objetos, devolviendo cualquier escenario a un estado fragmentario, pero salvando la arquitectura de fondo. Lo cual, naturalmente, es un error; la coherencia, como la perspectiva, no es mas que una ilusión óptica; basta un microscopio, o en su defecto una lupa, para reducir a cenizas a las dos. De una manera u otra, la noche era viva y oscura, como un animal voluminoso.
Un grupo de alumnos, agrupados como al azar, pero deliberadamente formaban círculo, a unos metros. Se habían alejado del cadáver como si el vínculo docente que alguna vez los había amarrado al lógico se estuviera esfumando a ojos vista. La docencia rara vez sobrevive a la muerte, ya que es una cualidad de la carne, que se descompone fácilmente. Nunca alcanza a los huesos. Los alumnos, por lo tanto, contemplaban el cadáver con cierta indiferencia.
El Comisario Inspector no se decidía a intervenir. Los policías interrogaban con desgano a los espectadores, pero no pasaban de eso. Quién era, qué había pasado, qué habían visto, y así.
Tres alumnos se arrodillaron junto al cuerpo y lo examinaron minuciosamente, rompiendo esa tenue solución de continuidad (tantas veces invisible) entre un hombre y su cadáver. Trataban de encontrar ese punto impreciso que tantos filósofos han buscado en vano,ignorando que se trata apenas de un artificio, que varía de poca en poca, al compás de los usos y costumbres. Un grupo de campanas,lejanamente, emitió un quejido metálico.
-Allí lo tiene.
Sobre las baldosas de la calle Bulnes, el lógico estaba muerto y bien muerto. Un enorme cuchillo de carnicería penetraba cruelmente por la espalda y asomaba por el pecho, atravesándolo de parte a parte. En la punta acerada aún oscilaba un delgado hilo de proteínas. Era un cadáver pequeñito, encorvado. Cualquiera hubiera dicho que la muerte no hacía más que disimular lo que, de otra manera, hubiera sido una joroba. Parecía no tener huesos, ser carne pura, el proyecto o el borrador de un fantasma. Una vez que la envoltura se evaporara, sería completamente incorpóreo. Un cierto clima de amenaza se propagaba por el ambiente.
- Y cómo sabe que se trata de un lógico?
- Me lo acaban de decir.
Miré alrededor. Estábamos rodeados de personas a medio vestir, vecinos y curiosos que paseaban a la noche en busca de un espectáculo y que esta vez habían obtenido el mejor de los premios. Entre ellos, como peces, pululaban los policías. Pero el público, como siempre, tomaba la muerte del lógico como un fenómeno natural, un accidente que destruye parcialmente la coherencia de todos los objetos, devolviendo cualquier escenario a un estado fragmentario, pero salvando la arquitectura de fondo. Lo cual, naturalmente, es un error; la coherencia, como la perspectiva, no es mas que una ilusión óptica; basta un microscopio, o en su defecto una lupa, para reducir a cenizas a las dos. De una manera u otra, la noche era viva y oscura, como un animal voluminoso.
Un grupo de alumnos, agrupados como al azar, pero deliberadamente formaban círculo, a unos metros. Se habían alejado del cadáver como si el vínculo docente que alguna vez los había amarrado al lógico se estuviera esfumando a ojos vista. La docencia rara vez sobrevive a la muerte, ya que es una cualidad de la carne, que se descompone fácilmente. Nunca alcanza a los huesos. Los alumnos, por lo tanto, contemplaban el cadáver con cierta indiferencia.
El Comisario Inspector no se decidía a intervenir. Los policías interrogaban con desgano a los espectadores, pero no pasaban de eso. Quién era, qué había pasado, qué habían visto, y así.
Tres alumnos se arrodillaron junto al cuerpo y lo examinaron minuciosamente, rompiendo esa tenue solución de continuidad (tantas veces invisible) entre un hombre y su cadáver. Trataban de encontrar ese punto impreciso que tantos filósofos han buscado en vano,ignorando que se trata apenas de un artificio, que varía de poca en poca, al compás de los usos y costumbres. Un grupo de campanas,lejanamente, emitió un quejido metálico.
- Salíamos de un seminario dijo uno de los alumnos
- Lo perdimos de vista un instante dijo otro.
- Y de pronto, estaba así. completó el tercero.
- De lo cual se deduce que no debe perderse de vista a la gente - dijeron los tres a coro. Afinaban perfectamente.
- Eso es todo lo que vieron?
Los alumnos se consultaron en voz baja durante un tiempo que me pareció interminable.
- Por la esquina de Sarmiento nos pareció ver que se alejaba un auto- dijeron al fin.
- Qué auto? Lo recuerdan?
Pero no lo recordaban. Como todos los alumnos, tenían una vaga tendencia hacia lo abstracto, y entonces superpusieron descripciones totalmente discordantes, aunque al final consiguieron sintetizar un Peugeot azul. Era un detalle pobrísimo, pero los alumnos no habían visto nada más.
Se llamaba Gregorio Klimovsky y era uno de los lógicos más conocidos de aquí. ahora hablaba un alumno excelente, de cualidades excelsas. Delgado y carcomido por la ansiedad, en sus ojos relumbraban antiguas universidades, que la calle despojaba de color. Universidades enjoyadas, arquitectónicamente adorables, sostenidas por delgadas columnas de hormigón y luchas estudiantiles. Sin embargo, lo rodeaba un aura de desolación.
- Era uno de los lógicos más conocidos de aquí -canturreaba- era uno de los lógicos más conocidos de aquí.
- Aquí dónde?
-En SOLOG.
-SOLOG? Y que es SOLOG?
- No saben lo que es SOLOG? -de repente, el asombro sobrepasó cualquier límite. Obviamente, no podían creer en la pregunta. Cómo podrían entonces, elaborar una respuesta?
Fuí cauteloso. Creo que no. Los alumnos no contestaron. Probablemente, tenían miedo. La ignorancia los desorientaba aún más que la muerte. Para ellos, la realidad se dividía solamente en dos categorías, las de seminario y examen, y esta situación los inquietaba, como si estuvieran a punto de atravesar fronteras algo borrosas. Felizmente, se recuperaron.
- SOLOG : Sociedad Argentina de Lógica- lo dijeron con bastante aplomo. Las mayúsculas sonaban nítidamente en la estructura casi ósea de la calle Bulnes. -La sociedad que agrupa a todos los lógicos de Buenos Aires.
-Ah- contesté yo, como si supiera. Se trataba, seguramente, de algo lo suficientemente importante como para haber podido reducirse a una sigla.-No me pueden decir algo más?
El Comisario Inspector me detuvo poniéndome una mano en el hombro. -No pregunte- me dijo. Las preguntas no sirven para nada, ni creo que saquemos nada en limpio aquí. En vez de pedir una explicación teórica, le propongo que visitemos esta honorable sociedad, a ver si vale la pena.
Y lo hicimos. Las mismas campanas de antes, repitieron el ángelus.
>>Ir al Capítulo 2
- Lo perdimos de vista un instante dijo otro.
- Y de pronto, estaba así. completó el tercero.
- De lo cual se deduce que no debe perderse de vista a la gente - dijeron los tres a coro. Afinaban perfectamente.
- Eso es todo lo que vieron?
Los alumnos se consultaron en voz baja durante un tiempo que me pareció interminable.
- Por la esquina de Sarmiento nos pareció ver que se alejaba un auto- dijeron al fin.
- Qué auto? Lo recuerdan?
Pero no lo recordaban. Como todos los alumnos, tenían una vaga tendencia hacia lo abstracto, y entonces superpusieron descripciones totalmente discordantes, aunque al final consiguieron sintetizar un Peugeot azul. Era un detalle pobrísimo, pero los alumnos no habían visto nada más.
Se llamaba Gregorio Klimovsky y era uno de los lógicos más conocidos de aquí. ahora hablaba un alumno excelente, de cualidades excelsas. Delgado y carcomido por la ansiedad, en sus ojos relumbraban antiguas universidades, que la calle despojaba de color. Universidades enjoyadas, arquitectónicamente adorables, sostenidas por delgadas columnas de hormigón y luchas estudiantiles. Sin embargo, lo rodeaba un aura de desolación.
- Era uno de los lógicos más conocidos de aquí -canturreaba- era uno de los lógicos más conocidos de aquí.
- Aquí dónde?
-En SOLOG.
-SOLOG? Y que es SOLOG?
- No saben lo que es SOLOG? -de repente, el asombro sobrepasó cualquier límite. Obviamente, no podían creer en la pregunta. Cómo podrían entonces, elaborar una respuesta?
Fuí cauteloso. Creo que no. Los alumnos no contestaron. Probablemente, tenían miedo. La ignorancia los desorientaba aún más que la muerte. Para ellos, la realidad se dividía solamente en dos categorías, las de seminario y examen, y esta situación los inquietaba, como si estuvieran a punto de atravesar fronteras algo borrosas. Felizmente, se recuperaron.
- SOLOG : Sociedad Argentina de Lógica- lo dijeron con bastante aplomo. Las mayúsculas sonaban nítidamente en la estructura casi ósea de la calle Bulnes. -La sociedad que agrupa a todos los lógicos de Buenos Aires.
-Ah- contesté yo, como si supiera. Se trataba, seguramente, de algo lo suficientemente importante como para haber podido reducirse a una sigla.-No me pueden decir algo más?
El Comisario Inspector me detuvo poniéndome una mano en el hombro. -No pregunte- me dijo. Las preguntas no sirven para nada, ni creo que saquemos nada en limpio aquí. En vez de pedir una explicación teórica, le propongo que visitemos esta honorable sociedad, a ver si vale la pena.
Y lo hicimos. Las mismas campanas de antes, repitieron el ángelus.
>>Ir al Capítulo 2
2 comentarios:
Como si estuviera leyendo a JL Borges.
Miércoles, si Klimo leyera...!
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