La verdad es que cada vez que se descubre un planeta extrasolar, uno no sabe si alegrarse o entristecerse. Alegrarse, por aquello del progreso de la ciencia, los nuevos horizontes, el conocimiento del universo y todo eso; pero entristecerse por la pequeñez, la miserabilidad, la poca importancia a que nos reduce. Porque por más acostumbrados que estemos a la Guerra de las galaxias, Viaje a las estrellas, la saga de Alien, y tutti le fiocchi, esas sagas interplanetarias son de factura nuestra, inequívocamente terrestres, con toda la simbología de espadas, de luz o de metal, que ya fueron, o si no serán, analizados por sutiles ideólogos del tema, que, agazapados, cada tanto brindan un trozo de sus elucubraciones.
Pero más allá de nuestras tristezas o alegrías, la nueva moda de los planetas extrasolares (“los planetas extrasolares se usan mucho esta temporada”, oí decir a una señora en un shopping), ya lleva 166 trofeos desde el año 1995, cuando apareció el primero. No a simple vista, desde ya; finos telescopios registraban pequeños movimientos de caderas (bamboleos) en estrellas, que revelaban el tirón de algún planeta, en general gigante, al estilo Júpiter o más. Desde hace poco, los planetas extrasolares empezaron a verse, lo cual es un paso adelante.
Eran planetas grandes, macizos, probablemente gaseosos, como Júpiter, Saturno, Urano y Neptuno, bestias astronómicas que pese a su prepotente presencia planetaria no son sino grandes esferas de gas. Es lógico: con instrumentos gruesos, y a semejantes distancias, lo que se ve es lo conspicuo y lo pregnante, lo que ocupa mucho espacio, lo brutal, lo sin medida: mirando a lo lejos con binoculares, descubriríamos primero el Himalaya que las leves dunas entrerrianas.
Pero esta vez el premio fue más interesante: en vez de una porquería gaseosa (aunque grande, inmensa), apareció un planeta rocoso, es decir, estilo terrestre, alrededor de la estrella Gliese 876, situada a 15 años luz de la Tierra en la constelación de Acuario. Un planeta símil Tierra (o Venus, o Mercurio, o Marte), contante y sonante; al que ya clasificaron como “primo mayor” (lo cual es sin duda una exageración; es un poco temprano para perderse en analogías familiares, que predicen una larga ristra de tíos, cuñados, suegros e hijos no reconocidos planetarios).
Pero hay algo que no se entiende claramente: ¿cómo se sabe que este planeta sin nombre es “rocoso”? Muy simple: alrededor de la estrella Gliese 876, situada a 15 años luz de la Tierra en la constelación de Acuario, orbitan además del susodicho otros dos planetas, inmensos esta vez, cuyo tirón gravitatorio produce en Gliese el bamboleo que los delató. Pero resulta que los astrónomos norteamericanos de la Institución Carnegie (Washington) que los detectaron por primera vez encontraron un bonus track en el asunto: un bamboleo extra, menudo, tenue, casi imperceptible, que no se explica por los dos grandes planetas gaseosos, y ¡helo aquí!: con una masa entre 5,9 y 7,5 veces la de la Tierra y una temperatura en superficie entre 400 y 700 grados, que volvería redundantes las camas solares y las tostadoras eléctricas. Girando alrededor de su estrella a solamente tres millones de kilómetros (la Tierra está a ciento cincuenta millones de kilómetros del Sol) y completando una órbita en sólo dos días. A semejantes velocidades y temperaturas, no hay ninguna posibilidad de que el planeta pueda retener mucho gas, y en consecuencia, debe ser sólido. Sólido, macizo, como la desesperación, la tristeza o la carcajada.
Tenemos, así, un planeta sólido girando alrededor de una estrella razonablemente parecida al sol; si bien los parámetros son diferentes, planéticamente hablando, la cosa empieza a pintar bien.
Obviamente, que un planeta se parezca a la Tierra desata enseguida las fantasías de vida, en este caso extrasolar (es difícil entender por qué despierta tanto nuestra ansiedad, como si el resultado de la vida ennuestro planeta fuera tan placentero), pero naturalmente, por ahora, y por mucho tiempo, caerán en el vacío: al fin y al cabo, Marte también es un planeta rocoso, está aquí nomás y bióticamente todavía no se puede decir nada.
Cuando Copérnico decidió que la Tierra era un planeta igual que los demás, la inhallable Encyclopedia of Spurious Science, en su edición de 1593, lo definió como “un desvarío de quienes aún no han aceptado a Tolomeo”. Cuando se proclamó que las estrellas no eran sino soles lejanos, la misma Encyclopedia (1873) sugirió la conspiración de una asociación masónica para enmascarar la verdad. Cuando se determinó que el universo era un gran mar de galaxias, cada una con cien mil millones de estrellas, la Encyclopedia (1926) tronó contra “quienes pretenden transformar al universo hogareño en un frío producto técnico en base a mentiras sofisticadas fabricadas por aparatos inverosímiles”. En ocasión de detectarse el primer planeta extrasolar, incoherentemente proclamó “que descubrir un planeta extrasolar prueba una vez más que Tolomeo estaba en lo cierto y que tales planetas no existen”. Ahora, al aparecer un planeta extrasolar y rocoso, es previsible que la próxima edición de la Encyclopedia considere “que es una prueba inequívoca de que nuestro planeta, como Júpiter, es una simple esfera de gas”.
3 comentarios:
¡Leonardo en su (terrestre) salsa! Buenísimo.
Excelente Leonardo!.Hace unos años también lo dijo Sagan: la tierra es un pequeño punto pálido.Tan pálido, que ahora está de moda Avatar y la astrobiología.
Leonardo, tu artículo en Página 12 de hoy (Basta de Galileo) no se puede perder. Tendrías que publicarlo en el blog.
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