miércoles, 3 de marzo de 2010

La Dama de la Torre: Capítulo 12


La comunidad SOLOG sigue perdiendo a sus estimados miembros a manos de un asesino de Lógicos. La ciudad acumula muertos sin ataúd. El sindicato se manifiesta. Entre la desaparición de las electrodisipadoras y las muertes de los amantes de la lógica, un personaje parece surgir de manera extraña, reveladora pero inquietante. El embajador de Inglaterra, por razones desconocidas aún para nuestros protagonistas, une las dos historias de caos que atormentan a la ciudad. Tal vez el embajador tenga alguna respuesta, tal vez sólo sea un engranaje más en este gran mecanismo que se alimenta de lógicos y electrodisipadoras. 



CAPITULO 12


Pero los entierros no solo se habían multiplicado hasta la redundancia, sino que habían hipertrofiado la decoración. La falta de ataúdes precipitaba los ritos mortuorios en una pendiente exhibicionista. En los coches fúnebres se instalaban con toda provisoriedad espejos que agregaban a la angustia metafísica la sensación inquietante de multitud. La muerte misma había adoptado contornos nítidos, como si la forma corporal hubiera sido siempre su medida exacta, y el cajón tan sólo un artificio, una obviedad geométrica.

Las calles en ese sentido, parecían no dar abasto, ya que, atrapada por la fascinación de la muerte puramente corporal, aumentada por la magia de los espejos, la gente se incorporaba a los cortejos en forma espontanea, aglomerándose detrás de las camionetas y carrozas negras, y adoptando una pose multitudinaria, más propia de una manifestación política, pero siempre con una correcta pesadumbre. Entre la gente que seguía a los cadáveres se cruzaban comentarios que se filtraban de refilón en la trama cotidiana y de alguna manera la hilaban.

Se decía, por ejemplo, que los cementerios ya no daban abasto y que recurrían muchas veces a trucos precarios: nichos de tierra falsa, fosas revestidas, trajes especiales de acero, y, como recurso extremo, la cremación forzosa (o sugerida).

Sin embargo, este esfuerzo municipal (en el que colaboraban con ideas no siempre felices los funcionarios de la Secretaria de Cultura) no alcanzaba, pese a lo denodado de los esfuerzos y la audacia de algunos funcionarios. En realidad, las artes fúnebres, que nunca fueron consideradas más que una artesanía menor, amenazaban con convertirse en el centro de la civilización.


Se decía también que las misas de cuerpo presente rara vez se llevaban a cabo,ya que eran constantemente interrumpidas por desmayos y breves síncopes. Tampoco era posible respetar los deseos de los muertos respecto de su destino final, y las expectativas de tierra, cremación, nicho o embalsamamiento, quedaban libradas a la oferta de ataúdes de descarte, y los avatares de la burocracia. Al fin y al cabo, eran sólo deseos de cadáveres, promesas hechas no a personas reales, sino a los restos de una mitología necrofílica.

Como se ve, la población entera empezaba a participar no sólo en el pánico de la muerte, sino, lo que era mucho más grave, en la ilusión de su multiplicidad. La muerte misma se revestía de grandilocuencia trágica por mera acumulación. Y al fin de cuentas, todo sirvió para dejar al descubierto los mecanismos funerarios y mostrar que sólo eran lo que siempre habían sido : una solemne tontería.


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1 comentarios:

Carlos dijo...

Dama, torre, muerte, electrodisipadoras, embajador inglés, lógicos, lógica y un capítulo 12 demasiado breve.